Opinión

La amnistía como fetiche

Hasta hace unos días, la palabra de moda era tartamudeada como si se estuviera llamando a unos cerdos: «Amn…, amn…, amn…». Ya se pronuncia con rotundidad. La amnistía es el olvido legal de delitos que extingue la responsabilidad de sus autores. Si los delitos y los motivos para olvidar suponen violaciones de derechos humanos, el término toma una dimensión social relacionada con la superación de un conflicto traumático pasado que divide a la sociedad. En este sentido, los elementos a tener en cuenta para tomar la decisión de conceder dicha amnistía pasan a ser la paz, la justicia, la reconciliación y la responsabilidad, con dos bandos claros: los vencedores y los vencidos.

El presidente en funciones y líder del PSOE, que tiene el encargo del Rey de formar Gobierno, plantea amnistiar a los políticos del procés. Guarda con celo la propuesta que dialoga con Junts -el partido de Carles Puigdemont-, que pondría el punto y final a las consecuencias judiciales que recaen sobre él. Sus palabras son una clara maniobra de su habitual monólogo de besugos. Así habló el pasado viernes en Granada: «Estamos en plena negociación. No habrá acuerdo hasta que todo esté acordado». ¿Cómo va a haber acuerdo si no hay nada acordado? Sigue distribuyendo leña para las estufas entre los necesitados del pueblo, sus robos de leña sobrepasan cualquier límite, pues éstos no se dan cuenta de que es leña robada.

No digo nada nuevo si afirmo que el lenguaje de los Sánchez Gómez es cualquier cosa menos lógico y racional: verborrea de andar por casa para la masa informe, inculta o interesada. Al llegar a Moncloa, su sentido común le debe llevar a decir esto: «Hijas mías, ya estáis cerca de mí». A lo que las niñas deben contestar ilusionadas: «Papito querido, ¿qué injusticia has cometido hoy? ¿Sigues haciendo cosas que dijiste que no harías?» Para unos oídos no socialistas como los nuestros, la sonrisa maligna de bandera roja, envenenada, de herencia prostibularia, sonaría como cañones; pero en ese hogar, liderado por una embrutecida aspirante a Barbie, las recomendaciones morales son siempre invertidas. Pero no quiero distraerme del tema central de esta columna, aunque la tentación es fuerte (y más divertida, reconózcanlo).

Los catalanes de bien llevan más de cuatro décadas de cesiones continuas al nacionalismo. La amnistía, que no está contemplada en la Constitución, es una medida de gracia excepcional, como los finales de guerra o el paso de un sistema a otro. El caso actual es simple y llanamente un favor político, al que se le está intentando dar una imagen de normalidad para la feliz convivencia de los habitantes de Cataluña. Se trata, en realidad, del sacrificio de todos aquellos que no comulgan con los postulados independentistas. No es una medida de gracia, es una concesión política para que Sánchez y sus satélites puedan seguir gobernando en España. La amnistía planteada por Sánchez supone una desviación psicológica manipulada, puesto que él cree que tiene poderes sobrenaturales. Idolatría, veneración excesiva, incluso atracción sexual subliminal. A mí todo en él me parece ya aburridísimo, cansino, escenitas reiterativas. Empieza a tener olor a naftalina, de ese que provoca vómitos.