Opinión

Agencia espectral española

  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

La reciente visita en Sevilla a la Agencia Espacial Española por parte del administrador general de la NASA, Bill Nelson, puso de manifiesto el grave problema que ha creado el gobierno de Pedro Sánchez con la elección de la nueva sede de este organismo. El edificio CREA, donde la agencia debía estar operativa en el primer trimestre de este año, estaba tan vacío como un mar de la Luna. A Bill Nelson le recibieron el director de la agencia y un puñado de personas.

La columna vertebral de la nueva agencia se tendría que nutrir en gran parte de los profesionales del Centro para el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (CDTI), dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación, que es el que ha gestionado, precisamente, la colaboración con la NASA. Sin embargo, a la mayoría de ellos podría no convencerles la idea del cambio de ciudad, por cuestiones personales y familiares absolutamente entendibles.

De hecho, desde que se anunció la elección de Sevilla, comenzó la salida de profesionales del CDTI a la empresa privada, y el Gobierno de Sánchez aún no ha informado sobre la supuesta incorporación a la agencia de estos profesionales de alta cualificación, reconocidos así por la propia ministra Morant.

Se cumple ahora exactamente un año desde que Sánchez anunciara el proceso supuestamente abierto para la elección de sede de la agencia, descartando de antemano que fuera a estar en Madrid, que concentra más del 90% del sector aeroespacial español. Nuestra región se postulaba con dos sedes. Una era Robledo de Chavela, tan ligada a las comunicaciones de la llegada del hombre a la Luna, y que tan importante papel jugará también en el programa Artemis, como señaló el propio responsable de la NASA en su visita. La segunda era Tres Cantos, que aglutina el 70% de la actividad aeroespacial en nuestra comunidad.

Al anunciar que descartaba Madrid sin más, Sánchez lo argumentó asegurando que «queremos desconcentrar Estado». A la vista del resultado que de momento está teniendo su decisión, hay quien piensa que en vez de «desconcentrar» quiso decir «descuajaringar». Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña, definió la cacicada de Sánchez con acierto: «Es como descomponer la maquinaria de un reloj». Otros candidatos como Aragón, con gobierno socialista entonces, han llevado la cuestión a los tribunales.

La visita de Nelson confirmó, a pesar de todo, la relevancia que el sector aeroespacial español ha ido cobrando en todos los proyectos internacionales relacionados con el espacio. Es el caso del programa Artemis, que prepara la nueva llegada del hombre -y de la mujer- a la Luna, así como nuevas misiones de exploración en Marte. La visita de Nelson sirvió para escenificar la ratificación por España de los acuerdos Artemis, impulsados en 2020 por Donald Trump, en línea con el Tratado del Espacio de 1967, que regulan la presencia permanente en la Luna, entre otras cuestiones.

El espacio es una apuesta estratégica para cualquier país que quiera aprovechar las oportunidades de uno de los campos de desarrollo e innovación tecnológico, industrial y económico más importantes del futuro inmediato. A nadie se le puede escapar, por más criticable que sea el miope cortoplacismo del gobierno de Sánchez en su forma de alumbrarla, que la Agencia Espacial Española es un paso muy importante a la hora de coordinar todos los esfuerzos públicos y privados en este terreno.

Una coordinación que, de hacerse bien, sólo puede multiplicar las oportunidades para un sector que cuenta en la Administración pública y sus organismos, así como en la empresa privada, con profesionales capaces de codearse con los del resto del mundo. Su experiencia, conocimiento y esfuerzo han logrado situarnos en una posición muy ventajosa en esta materia tan competitiva.

Todo apunta a que la verdadera puesta en marcha de la Agencia Espacial Española, con su personal a pleno rendimiento, podría demorarse aún mucho más. Es la consecuencia de una decisión política al más puro estilo sanchista, mediante la utilización de las instituciones como pedanías caciquiles, para intentar minar con ellas el camino del adversario, en vez de servir a través de ellas al interés general.

Que conste que felicité públicamente a Sevilla y a su alcalde por la elección. Pero lo cortés no quita lo valiente y por ahora se hace difícil imaginar cómo va a garantizar la agencia la continuidad de los proyectos y programas gestionados por CDTI en el ámbito del espacio sin su plantilla de empleados. O cómo se va a hacer la transferencia de conocimiento entre los gestores del CDTI y el nuevo personal que se contrate en caso de que no vayan todos a la sede de Sevilla.

A nadie como a Madrid, por las razones antes indicadas, le interesa más la puesta en marcha y el buen funcionamiento de la Agencia Espacial Española. Es evidente que de momento no ha pasado de ser una agencia espectral, lo que demuestra la nefasta utilización partidista y electorera que Sánchez hizo de un recurso estratégico nacional de primera magnitud como es el conocimiento y la experiencia acreditados en todo el mundo por nuestros profesionales del espacio. Son los que, sin duda, menos merecían que la creación de esta agencia, en vez de una rampa de lanzamiento para llegar aún más lejos si cabe en sus trayectorias como personal de altísima cualificación, se convirtiera en un motivo para frustrarlas.

Afortunadamente, el ejemplo de otros países puede darnos la solución a la hora de redirigir el futuro de la Agencia Espacial Española por la senda de la racionalidad mediante la distribución de sus funciones en diferentes sedes, como sucede con la Agencia Espacial Francesa (CNES) o la propia NASA. Esta puerta la deja abierta el propio estatuto de la española, al definir en su artículo 1.4 que Sevilla es su «sede principal», lo que no excluye que en Madrid pueda haber otra. Con ello, se volvería a pensar en beneficio de la mayor riqueza que tiene España en este campo decisivo: el factor humano.