Opinión

854 razones para no negociar con Bildu

Somos muchos los españoles que hemos tenido la gran suerte de nacer en democracia y bajo el régimen de la Constitución del 78. Todos los que hemos crecido con nuestros derechos y deberes fundamentales reconocidos en la Carta Magna aprendimos rápidamente de la existencia de una banda sanguinaria dedicada a asesinar vilmente a ciudadanos de bien.  Mataban con varios objetivos: desde sembrar el miedo a imponer sus reglas, su concepto de ciudadanía ante una sociedad que, ni pensaba como ellos, ni se iba a dejar amedrentar por las amenazas terroristas.

El mero hecho de jurar o prometer la Constitución o garantizar que se cumplan sus preceptos en todos los rincones del Estado eran motivos suficientes para convertir a alguien en víctima de los asesinos.

En el verano de 1995, a mis 13 años, me mudé de Córdoba a Madrid. Pocos días antes de llegar, un agente de la Policía Municipal falleció por la metralla de un coche bomba en la calle del Carmen, en pleno corazón de la ciudad. En mis primeras navidades en la capital tuvo lugar el atentado del Puente de Vallecas. Ese 11 de diciembre, ETA mató a 6 personas e hirió a otras 17.  Me acuerdo perfectamente del impacto que me produjo dicha noticia al escucharla en los diferentes medios de comunicación. Lo que no logro recordar es en qué momento uno adquiere conciencia de estar viviendo en una ciudad donde suceden atentados con cierta frecuencia y tampoco puedo precisar cuándo tomé conciencia política de lo que eso significaba.

Poco a poco uno se da cuenta de que la sinrazón terrorista no entiende de fronteras, ni ciudades, ni de territorios. Años después, a través de libros o personas cercanas, conocí más detalles de lo que suponía vivir en el País Vasco en los tiempos del plomo. Soy consciente de lo mucho que me queda por conocer; sin embargo, tengo muy claro mi agradecimiento presente y pasado a todos los que dieron su vida por nuestras libertades y derechos. Mi duda es, ¿estamos todos igual de agradecidos?

Hace unos días puse en twitter un mensaje manifestando mi descrédito y estupor al ver que socialistas como Adriana Lastra y Rafael Simancas se sientan, sin ruborizarse, a negociar la investidura con políticos de un partido organizador de homenajes a los terroristas.  Estoy seguro de que todos los afiliados al PSOE, dado su interés por participar en una organización política, conocen o deben conocer el daño causado por ETA y no veo ninguna justificación para blanquear a sus herederos políticos en las instituciones.  Si lo hacen para evitar unas terceras elecciones, por mí se lo pueden ahorrar. Como si tuviésemos que tener quintas, sextas o una decimonovena repetición electoral con tal de no tener que negociar con esta gente.

Parece que, en la época del postureo, de la incoherencia, de la ausencia de principios, de políticas de titulares, y de mediocridad generalizada, todo vale con tal de seguir adelante. Hay una ausencia de reflexión profunda sobre qué se esconde detrás de una foto o qué supone asumir el lenguaje de los que amenazan al Estado de Derecho. No estamos hablando de meras imágenes o palabras sueltas, hay mucho más en juego de lo que pueda parecer a simple vista. Hay pilares de nuestro sistema tambaleándose por dar pábulo a quiénes no tienen escrúpulos y creen que su fin, por absurdo que sea, justifica los medios para lograrlo. Un fin que se ha llevado por delante a 854 vidas, cuyos familiares, compañeros y amigos tienen que ver hoy a Lastra y a Simancas rogando una investidura, a María Chivite mendigando unos presupuestos o a Idoia Mendia rindiendo pleitesía a Arnaldo Otegui.