Opinión

8 de marzo, Día de la Mujer, ¿de qué mujer y para qué?

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

La celebración de parte que lleva años siendo el llamado Día de la Mujer se lleva a cabo hoy con el mujerío morado más dividido que nunca. Ya fuimos testigos ayer de la votación en el Congreso de la modificación de la bochornosa e innecesaria ley del sólo sí es sí con el propio Gobierno partido en dos. Pero era la crónica de una muerte que hace decenios cualquier persona sensata podría haber anunciado. Y no será nada ante lo que vendrá con la también aprobada Ley Trans.

Aunque superficialmente parecería que en el Gobierno se enfrentan una podemía disparatada y extremista y un socialismo que trata de poner algo de razón, tanto unos como otros son responsables de esa pérdida de sentido que tanto daño nos va a causar (de los miles de millones echados al cubo de la basura preguntémosle a Pedro Sánchez, que «no podía dormir»).

Efectivamente, el delirio viene de lejos, y para nada son los moraditos españoles responsables únicos y generales del desaguisado. El feminismo irracional, ése que ya no lucha por unos derechos y libertades, sino por una concepción del mundo en la que se enfrentan unos hombres opresores (ahora, además, siempre blancos y heterosexuales) y unas mujeres oprimidas (sólo si votan a la izquierda), se ha generalizado en los foros globales.

Y podemos ir a documentos fundadores ante los cuales nadie en su momento se atrevió a chistar. Por ejemplo, el famoso Convenio de Estambul. Se le llama así al Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica. Presentado en Estambul en 2011 y vigente en Europa desde el 1 de agosto de 2014. Se le considera el primer instrumento de carácter vinculante en el ámbito europeo en materia de violencia contra la mujer y la violencia doméstica, y el tratado internacional más completo y de mayor alcance en su lucha. Muy recientemente, en 2022, fue confirmado por 45 países y ratificado por otros 37. Voy a analizar simplemente el primer punto, que dice así:

«Reconociendo que la violencia contra la mujer es una manifestación de desequilibrio histórico entre la mujer y el hombre que ha llevado a la dominación y a la discriminación de la mujer por el hombre, privando así a la mujer de su plena emancipación».

Aquí tienen ustedes sin nombrarlo a ese artículo de fe que representa la idea de ‘patriarcado’. ¿Qué es un «desequilibrio histórico»? ¿Que en las sociedades antiguas y actuales que conocemos ha sido el hombre quien ha ostentado los lugares más altos de las jerarquías? Muchos responderían «sí, claro. Justamente esto es el patriarcado». De acuerdo, pero ¿qué tiene que ver con la violencia contra la mujer? Este sistema de relaciones común en todas las culturas y en todos los tiempos, ¿es una especie de conspiración ancestral para dominar a las hembras? Es totalmente absurdo. Lo mismo, o de manera muy similar, sucede en los primates. ¿No puede ser acaso que durante millones de años nuestra rama evolutiva, en todos los lugares de planeta, en todos los tiempos hasta ahora, encontrara soluciones muy parecidas a los problemas de supervivencia que unos condicionantes muy duros imponían a nuestra especie?

Si ya empezamos así, imaginen ustedes todo el resto. No existen los desequilibrios históricos entre sexos porque, aunque pueden darse, tenderían necesariamente a un reajuste. El éxito de nuestra especie (somos 8.000 millones) es señal de que tanto hombres como mujeres han vivido durante milenios en un equilibrio que resultó suficientemente satisfactorio para seguir caminando en una senda de progreso. Que ahora podamos interpretar algunas situaciones como «desequilibradas» se trata más de la constatación de una diferente velocidad de transformación cultural en unas sociedades que en otras. Incluso en distintos grupos dentro de estas sociedades. O en distintos individuos en función de su educación o peculiaridades biológicas o de carácter. Y mucho menos ese «desequilibrio» podría resultar en violencia. Una sociedad, animal o humana, en la que uno de los sexos fuera atropellado de forma sistemática por el otro, no tendría futuro. ¿Pero necesitan saber de biología los activistas y políticos? No, que tienen que ganarse la vida.