Esto es lo que puede hacer tu perro si considera que no eres de fiar, según un estudio


Quienes comparten su vida con un perro lo saben bien: hay algo en su manera de comunicarse que sugiere intención, inteligencia y, a veces, hasta picardía. Pero ¿realmente un perro puede engañarnos a propósito? ¿Es capaz de «mentir», como entendemos en los humanos, si percibe que no somos de fiar?
Un reciente estudio liderado por investigadores en psicología animal ha puesto sobre la mesa una conclusión sorprendente: los perros no sólo adaptan su comportamiento en función de con quién están tratando, sino que son capaces de modificar su comunicación de manera estratégica. En otras palabras, si detectan que una persona no les va a ayudar o que actúa con egoísmo, pueden intentar engañarla.
El lenguaje no verbal de los perros: mucho más que ladridos
Durante mucho tiempo, se pensó que los perros respondían a estímulos de forma automática. Ladraban porque estaban excitados, movían la cola por alegría o gruñían ante una amenaza. Sin embargo, la etología cognitiva ha demostrado que su repertorio de comunicación es mucho más rico y flexible de lo que imaginábamos. Entre las conductas más interesantes está la llamada conducta de «mostrar», en la que el perro señala activamente algo que desea o considera relevante.
Esta forma de señalización va más allá del simple ladrido. Incluye gestos como alternar la mirada entre una persona y un objeto (por ejemplo, una pelota escondida), moverse en dirección a lo que desea o incluso usar el cuerpo para invitar al humano a seguirle. En animales como los grandes simios o los elefantes, estas habilidades han sido ampliamente documentadas. En los perros, sin embargo, apenas se empieza investigar en profundidad.
Para estudiar estas habilidades, un grupo de científicos diseñó dos experimentos en los que participaron 44 perros de distintas razas, tamaños y niveles de entrenamiento. Todos ellos vivían en hogares como mascotas y no tenían experiencia previa en tareas de laboratorio. El objetivo era observar si los perros cambiaban su comportamiento comunicativo dependiendo de quién estuviera presente, y cómo esa comunicación se ajustaba al conocimiento previo de cada persona.
En el primer experimento, los investigadores escondieron un premio comestible en una habitación, en algunos casos con el dueño presente, y en otros sin él. Después, se observó cómo se comportaba el perro: si intentaba guiar al humano hacia el lugar del escondite, si lo hacía con insistencia o si simplemente ignoraba la situación.
En el segundo experimento, la cosa se complicó un poco más. Esta vez, había dos personas presentes cuando se ocultaba la comida: una persona cooperativa, que siempre entregaba el premio al perro, y otra competitiva, que lo retenía o se lo quedaba para sí misma. Estas personas eran desconocidas para los perros y habían sido entrenadas previamente para comportarse de forma coherente con sus roles.
Lo más llamativo del estudio no fue que los perros mostraran la ubicación del premio con más claridad cuando su dueño no había visto el escondite. Esto ya indicaría una comprensión bastante sofisticada del punto de vista ajeno, pero lo realmente fascinante vino en el segundo experimento.
Cuando los perros interactuaban con la persona cooperativa, señalaban el lugar correcto del escondite con frecuencia. Pero cuando se enfrentaban a la figura «egoísta» o competitiva, algunos empezaron a indicar falsamente otro sitio. Es decir, señalaban un lugar vacío para despistar a la persona que sabían que no les iba a compartir el premio. Aunque no era una conducta generalizada en todos los perros, sí se repitió lo suficiente como para que los investigadores lo consideraran un patrón relevante.
Sin embargo, no todos los participantes del estudio mostraron el mismo grado de astucia o flexibilidad. Algunos simplemente ignoraban a la persona competitiva, otros intentaban obtener la comida por su cuenta, y unos cuantos sí demostraron esa capacidad de distracción o engaño.
Esto plantea la posibilidad de que existan diferencias individuales o incluso raciales en este tipo de habilidades. Estudios previos ya han identificado variaciones entre razas más cooperativas, como los labradores o border collies, y otras más independientes como los terriers o los galgos.
¿Por qué lo hacen?
Uno de los debates más interesantes que abre este estudio tiene que ver con la motivación detrás de esta conducta. ¿Engañan los perros porque han aprendido que no obtendrán lo que quieren de cierta persona? ¿O lo hacen para evitar que esa persona obtenga una recompensa, incluso si ellos mismos no ganan nada?
Esta última posibilidad es especialmente intrigante. Se asemeja al concepto de «aversión a la injusticia», documentado en primates y otros mamíferos sociales, en el que un individuo reacciona negativamente al ver que otro recibe una recompensa inmerecida. En los experimentos del estudio, los perros que desviaban a la persona competitiva no ganaban nada directamente con ello, pero evitaban que ella obtuviera la comida. Eso sugiere una conducta que va más allá del interés inmediato y apunta a una evaluación más compleja de la situación.