Así es como debes llamar a tu gato para que te haga caso: no falla
Desde siempre, quienes compartimos hogar con gatos sabemos que llamar su atención puede ser un verdadero reto. A diferencia de los perros, no responden de forma inmediata cuando les llamamos, lo que ha llevado a muchos a asumir que simplemente «pasan» de nosotros. Pero, ¿y si el problema no fuera su indiferencia, sino la forma en que les hablamos? Un reciente estudio ha sacado a la luz datos muy reveladores sobre cómo se comunican los gatos y cuáles son los errores comunes que cometemos al llamarles. Al parecer, podría tratarse de una falta de comprensión por nuestra parte.
Muchos dueños recurren al clásico «psss-psss» o al tierno «michi-michi» con la esperanza de que su gato acuda corriendo. Y, aunque en algunas ocasiones podría surtir efecto, la mayoría de las veces el resultado es nulo. Los gatos se limitan a mirarnos con desinterés o, directamente, ignoran la llamada. Esto, según la investigación del Laboratorio de Etología Comparada y Cognición de la Universidad de Nanterre, en París, no se debe a que nuestros mininos no nos escuchen o no nos quieran, sino a que no estamos comunicándonos con ellos en su «idioma».
La forma de llamar al gato correctamente
El estudio en cuestión se llevó a cabo en dos cafeterías donde viven gatos. Participaron 18 gatos y dos personas que interactuaron con ellos utilizando tres tipos de señales: vocales, visuales y bimodales (una combinación de ambas). Las sesiones se grabaron para su posterior análisis, y los resultados no dejaron lugar a dudas: los gatos responden mucho mejor a los gestos que a las palabras.
Cuando una persona se limitaba a hablarles, los gatos no solían reaccionar. Sin embargo, cuando se incluía contacto visual, miradas sostenidas y movimientos con las manos, los felinos se acercaban con mayor rapidez y confianza. La clave estaba en cómo se usaba el cuerpo para comunicar intenciones: una mirada que guiaba hacia una mano extendida era un mensaje claro de afecto.
Este tipo de comunicación no verbal disminuye la percepción de amenaza en los gatos, que valoran la sutileza y el respeto por su espacio personal. Movimientos bruscos o tonos demasiado enérgicos pueden ser interpretados como intimidantes, por lo que conviene optar por una aproximación suave, tranquila y empática.
El gesto de extender la mano de forma relajada, junto con una mirada cálida, funciona como una invitación al contacto, al vínculo. En el lenguaje felino, esto equivale a decir: «puedes confiar en mí». Además, si se quiere incorporar el lenguaje hablado, lo ideal es hacerlo con un tono muy suave, casi susurrante. Repetir su nombre de manera pausada, sin alterar el tono de voz, puede ayudar a que el gato asocie esa palabra con una experiencia positiva.
Este hallazgo pone en evidencia que los gatos no son insensibles, sino muy selectivos con los estímulos que consideran dignos de atención. Su independencia no es desinterés, sino una forma diferente de gestionar el afecto y la interacción. Entender esto puede mejorar radicalmente la relación entre humanos y gatos, y ayudar a generar un vínculo más cercano y armónico.
A nivel práctico, si quieres que tu gato acuda cuando lo llamas, prueba con estas recomendaciones: primero, asegúrate de no invadir su espacio de manera repentina. Míralo con atención, pero sin desafiarle. Parpadea lentamente (una forma de decirle que no representas peligro), y extiende tu mano relajadamente. Si puedes, acompaña el gesto con su nombre dicho con calma.
Otro aspecto importante es la coherencia. Utiliza siempre el mismo nombre y tono de voz, ya que los gatos responden mejor a patrones repetidos. También conviene evitar llamarles para regañarlos o bañarlos, ya que eso puede generar una asociación negativa con su nombre y con el acto de acudir a ti.
El estudio de Nanterre también resalta un aspecto fascinante: los gatos no sólo entienden nuestras señales visuales, sino que también nos observan atentamente. Están siempre tomando nota de nuestras rutinas, nuestros gestos, nuestras intenciones. Son observadores natos, y responden a la congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
Si les decimos que los queremos mientras usamos un tono autoritario o realizamos movimientos bruscos, el mensaje se distorsiona. Pero si nuestras palabras están acompañadas de ternura y respeto, el gato lo percibe y responde en consecuencia.
En resumen, llamar a un gato y que acuda no es cuestión de suerte ni magia. Es cuestión de aprender su lenguaje, de adaptar nuestra forma de comunicarnos y de cultivar una relación basada en el respeto mutuo. Cambiar el «psss-psss» por una mirada cálida y una mano extendida puede parecer poca cosa, pero en el mundo felino, es un gesto que habla más que mil palabras. Y es que, a fin de cuentas, los gatos no son animales fríos o distantes, sino seres sensibles que simplemente esperan que los escuchemos en su propio idioma.
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