Investigación
OKDIARIO RECONSTRUYE LA CRISIS DEL ELEFANTE 10 AÑOS DESPUÉS (IV)

Los escoltas del Rey remataron con 30 tiros al elefante que Juan Carlos no había podido matar

El final del reinado de Juan Carlos I comenzó a escribirse un 12 de abril de 2012 en Bostwana, a casi 8.000 kilómetros de España. Diez años después, OKDIARIO reconstruye minuto a minuto la ‘crisis del elefante’ que acabó forzando la abdicación Juan Carlos I desvelando detalles jamás contados de ese viaje, con fotos exclusivas y testimonios inéditos.

Uno de los detalles más desconocidos de la cacería de Bostwana fue que Juan Carlos, aunque utilizó para tumbar a su presa un rifle Rigby Express del calibre 470, no pudo rematar al elefante. Ello motivó que los escoltas que lo acompañaban se vieran obligados a sacrificar a la pieza con más de 30 proyectiles que fueron disparados con armas de asalto del tipo Franchi Spas-12 con cartuchos del calibre 18,53 mm. Se trata de un rifle de posta, pero con unas bolas como proyectil. Ese tipo de munición no es rápida pero sí muy potente y capaz de abatir a los objetivos de gran tamaño.

El anfitrión del safari en Botswana, el empresario sirio-saudí Mohamed Eyad Kayali, que financió la cacería en el Delta del río Okavango, tuvo que desembolsar 100.000 euros para que su amigo Juan Carlos I pudiera abatir con sus disparos un majestuoso elefante. No era la primera vez que el monarca español sacrificaba a una de estas piezas en peligro de extinción. En 2006, en otra cacería organizada por el cazador profesional Jeff Rann, que aparece en la fotografía exclusiva que se reproduce en esta página junto al monarca, también sacrificó a otro enorme elefante.

Un rifle Rigby Express del calibre 470 como el que usó el Rey para disparar al elefante.

El elefante escogido para Juan Carlos I era un macho muy grande, joven y con los colmillos muy finos. En contra de la costumbre de Botswana, que solían elegir piezas viejas o con alguna tara, el objetivo de la cacería del 11 de abril de 2012 era un ejemplar de los que provocan envidia entre los cazadores curtidos.

Según una persona que presenció aquella salvajada, parecía como si el elefante estuviera drogado como el famoso oso Mitrofán, que fue cazado por el ex monarca en Rusia: “Aquello se parecía más a una película de Berlanga con guion de Azcona”, manifestó.

El cadáver de la imponente pieza despareció enseguida de la escena de la cacería, pero los colmillos de marfil fueron apartados y reservados para el entonces Rey. Los colmillos pesaban unas 70 libras, unos 30 kilos. Y no eran los primeros que Juan Carlos I almacenaba en la residencia La Angorrilla, en El Pardo, que estaba decorada con marfiles.

Juan Carlos I organizó el safari africano para que el hijo de Corinna, Alexander Sayn-Wittgenstein, de 10 años, experimentara en directo lo que era un safari y la caza de un elefante. El Rey, quien trataba al niño como si fuera su hijo, siguió visitándolo en Londres, incluso después de que rompiera con su madre como pareja sentimental y, más tarde, como amigo. Solía hablar con él por teléfono muy a menudo y todas las Navidades tenía la costumbre de regalarle un reloj. La última vez que se vieron en la capital británica fue en marzo de 2019, después de que estallara el escándalo de la Fundación Zagatka y la apertura de la investigación en Ginebra.

En peligro de extinción

Cuando Kayali, como anfitrión, organizó el safari en el Delta del río Okavango, subsistían unos 400.000 elefantes en Botsuana, de los ocho millones que existían en los años 50. La caza furtiva, en busca de colmillos de marfil, era el peor enemigo para su exterminio, ya que la caza legal estaba controlada por el Gobierno.

Muchos elefantes africanos ya nacen sin colmillos como consecuencia de la caza furtiva.

El campamento para la cacería fue buscado por el equipo de Kayali que tenía una gran experiencia en la zona y en la participación en safaris. También era un excelente cazador. Kayali también había invitado en otras ocasiones a Juan Carlos I a su finca de Sudáfrica. Ambos mantenían una estrecha amistad desde hacía años, cuando el empresario vendió a Arabia Saudí 250 carros de combate españoles, como informó la prensa en su día.

Reconstruir hoy en día la peripecia de Juan Carlos I en el campamento de caza de Botswana resulta imposible. El escenario geográfico ha desaparecido. La temporada de lluvias cambia totalmente la fisonomía de esa zona del noroeste del país. Gracias a las intensas lluvias se inunda toda la parte del Delta de Okavango y se producen islas y penínsulas en ese fantástico paraje acuático.

El empresario sirio-saudí Mohamed Eyad Kayali fue el encargado de organizar y financiar la cacería del Rey en el Delta del río Okavango.

En esos espacios imprevisibles de la naturaleza es donde los organizadores de safaris, como Jeff Rann o Johan Calitz, instalan los campamentos con tiendas provisionales. Sólo se puede llegar en helicóptero y sus tarifas son prohibitivas.

La temporada de caza, la mayor fuente de riqueza del Delta, se organiza en la época en la que Juan Carlos I viajó a Botswana, entre abril y agosto. Después cuando llegan los meses de sequía desaparece el agua del Delta y todo el territorio se convierte en un secarral. Entonces, se disipa el paisaje acuífero por lo que las compañías de safaris desmontan los campamentos móviles hasta la temporada siguiente.

El Delta del Okavango es un fenómeno único de la naturaleza: un río que no desemboca en el mar sino en una llanura. En 2014, año en el que fue declarado Patrimonio de la Humanidad, el Gobierno de Botswana declaró prohibida la caza del elefante de manera temporal, en parte por culpa de las repercusiones del escándalo del accidente de Juan Carlos y la foto que publicó la prensa británica del monarca ante un elefante abatido.

En el Delta del río Okavango pasean libremente decenas de miles de elefantes.

El Gobierno autorizó para la zona del Delta la caza anual de sólo 60 elefantes, cuyo lote llegó a subastarse a un precio de más dos millones de euros. El Delta ocupa una extensión de 20.000 kilómetros cuadrados y es un espacio ideal para los safaris fotográficos o de cacería. Sólo en esa zona deambulan unos 130.000 elefantes. Sus aguas en la temporada de lluvias se extienden hasta la arena del desierto de Kalahari.