Internacional

Frivolizando con el Armagedón

  • Santiago Mondéjar | Atalayar.com

La historia de las injerencias norteamericanas en Irán viene de lejos. Reino Unido llevaba desde 1908 explotando los recursos petrolíferos del país desde 1908, mediante la «Compañía de Petróleos Anglo-Persa». Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las vastas reservas petroleras del país se convierten en un objetivo primordial para los intereses occidentales. Cuando en marzo de 1951, el nacionalista Mohammed Mossadegh se convierte en primer ministro e incautó a los británicos el control de la industria petrolera iraní, el Reino Unido y los EEUU prepararon un golpe de Estado para derrocar a Mossadegh, y presionar al Shah para firmar un Decreto Real destituyendo a Mossadegh.

Lo que finalmente ocurrió en 1953, aunque en principio el golpe resultó fallido y obligó al Shah a huir a Bagdad, desde donde instigó un golpe de Estado secundario que puso al país en manos del general Zahedi, quien confinó a Mossadegh a arresto domicilario hasta su muerte en 1967, después de haber cumplido tres años en prisión. Para entonces, la compañía petrolera anglo-iraní ya había reanudado hacía años sus operaciones, con la aquiescencia del Shah.

Dando un salto de 66 años en la historia, encontramos a Irán de nuevo en el candelero de una crisis internacional en ciernes, esta vez por mor de las fricciones causadas por EEUU al desmarcarse en 2018 del Plan de Acción Integral Conjunto de 2015 que perseguía dar con una solución negociada para resolver mediante un juego de suma positiva las aspiraciones atómicas de Irán.

La extensión de las sanciones económicas a Irán, en particular las relativas a la exportación de crudo, que incluyen la revocación las exenciones que permitía a ocho naciones, incluidas China, India y Turquía, importar cantidades limitadas de petróleo iraní, están perjudicando seriamente la calidad de vida de la población iraní, lo que está poniendo a sus dirigentes entre la espada y la pared, reaccionado en consecuencia.

Behrouz Kamalvandi, portavoz de la Agencia Atómica, declaró que se ha aumentado la producción en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, con la intención de superar el límite acordado de 300 kilos. Como parte de sus compromisos en el marco del Plan de Acción Integral Conjunto, Irán redujo un 98 % de su reserva de uranio enriquecido, limitándola a 300 kilogramos hasta 2031. Con este anuncio, Irán presiona a la UE para que honre el artículo 26 del Plan de Acción Integral Conjunto que estipula que la UE «se abstendrá de reintroducir o reimponer las sanciones que ha terminado de implementar en virtud de este acuerdo”. No obstante, la UE se ve impotente para intervenir.

Complicando aún más la situación, la administración Donald Trump se esfuerza en lograr la transferencia opaca de tecnología nuclear estadounidense a Arabia Saudí –país que sería el principal beneficiario de un conflicto armado entre EEUU e Irán– lo que cuenta con la oposición activa de los Demócratas en la Cámara de Representantes así como de cierto número de Republicanos.

La creciente tensión entre EEUU e Irán está afectando las actividades comerciales de otros actores regionales en mayor o menor medida. Tal es el caso de China, que, consciente de que Irán depende de compañías de ingeniería especializadas en tecnología nuclear, suscribió en 2017 un contrato entre la Corporación Nuclear Nacional de China y la Organización de Energía Atómica de Irán, que alcanza la fase inicial de aspectos clave del rediseño e implementación del reactor nuclear de Arak. Como todas las empresas estatales chinas, la Corporación Nuclear Nacional de China actúa por motivaciones estratégicas más que económicas, tal y como ha hecho patente el presidente de la corporación, Yu Jianfeng,  al anunció el interés de su empresa en aumentar la cooperación en materias de energía nuclear dentro de la Iniciativa China de la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima.

No obstante, la Corporación Nuclear Nacional de China se enfrenta a la inseguridad jurídica que la calculada ambigüedad de la guía de exenciones sancionadoras, en términos de referencias específicas a empresas o referencias útiles a actividades concretas, proporcionada por el Departamento del Tesoro de los EEUU en el ámbito de la cooperación nuclear civil con Irán, desincentivando a que Beijing corra riesgos, especialmente a la luz de la situación creada en relación al gigante chino de telecomunicaciones Huawei.

Tampoco ayuda en este sentido el requerimiento al Pentágono desde la Casa Blanca para elaborar un plan de invasión de Irán, que contempla el envío inicial de 120.000 soldados al Golfo Pérsico -una cifra a todas luces insuficiente para derrotar a Irán en su propio terreno-, lo que paradójicamente puede incitar a Teherán a acelerar la búsqueda de una solución disuasoria al estilo de Corea del Norte, adquiriendo capacidad nuclear clandestinamente, siguiendo el patrón concebido por el científico pakistaní Abdul Qadeer Khan en sus tratos con Pyongyang. Pero la situación de EEUU es más frágil de lo que cabría deducir de la retórica incendiaria de Bolton, Pompeo y el propio Trump. El recuerdo del fiasco de Irak está aún demasiado fresco en el imaginario de la opinión pública norteamericana, que nunca ha terminado de superar el trauma de Vietnam.

La dependencia económica que EEUU tiene de la venta de armas a Arabía Saudia y de la compra de su petróleo, le hacen sensible a las peticiones de Arabia Saudita de llevar a cabo un «ataque quirúrgico estadounidense» en Irán. Sin embargo, aún sin dar por hecho que Irán podría disponer ya de armas nucleares utilizables en el momento del ataque, la capacidad militar convencional de Irán no es en absoluto desdeñable, y podría infligir serios daños a los activos militares, aliados e intereses estadounidenses en la región, tanto frontalmente, como por medio de la guerra asimétrica en la que son expertos.

En consecuencia, una invasión convencional sería arriesgada, costosa y enormemente desestabilizadora para la región, y por ende para  los mercados energéticos de cuya estabilidad depende la economía mundial, por lo que el riesgo de que esto ocurra intencionalmente sigue siendo razonablemente bajo.

A pesar de ello, los recientes acontecimientos en el Estrecho de Ormuz incrementan a ojos vista el riesgo de que se produzca una confrontación militar por error o por accidente. En tal escenario, hay que tomar en consideración la actual doctrina nuclear de EEUU, que contempla el uso limitado de armas nucleares tácticas en teatros bélicos convencionales, para prevenir un número inasumible de bajas propias y propiciar al tiempo una victoria rápida y decisiva que, sin embargo, convertiría a EEUU en un paría internacional, lo que tendría consecuencias inimaginables para el orden mundial vigente.