¿Ficción o realidad? Junqueras en septiembre de 2023: «Catalans, ja som un poble lliure!»
El relato que viene está basado en hechos reales y se fundamenta en los acontecimientos que se están sucediendo
Lo que van ustedes a leer no es ninguna distopía fruto de una visión conspiranoica, ni tampoco el retrato de una España deformada por la mente calenturienta de su autor. El relato que viene está basado en hechos reales y se fundamenta en los acontecimientos que se están sucediendo estos días. No es, pues, ninguna elucubración, sino la consecuencia lógica de la claudicación por entregas del Gobierno de España ante los sediciosos del Ejecutivo catalán que en 2017 subvirtieron el orden constitucional. No hay ápice de exageración, ni concesión alguna a la fantasía. Lo que van a ustedes a leer funde sus raíces en la contumaz traición de un personaje que se ha revuelto contra el régimen de 1978, quebrando los muros defensivos de la democracia española. El objetivo está claro: unir su destino político a los enemigos de España en una retroalimentación funesta de intereses entre el socialcomunismo y el separatismo que garantice su okupación del poder.
Un día cualquiera de septiembre de 2023
A primeras horas de la mañana, las señales de agitación se suceden en el palacio de la Moncloa. Los asesores del presidente se cruzan miradas de indisimulada preocupación. Cualquiera diría que el miedo ha habitado en sus ojos y que sus movimientos se han acelerado hasta el punto de atropellarse bajo el umbral de la puerta del despacho de Pedro Sánchez. El presidente, intuyen, está hablando por teléfono y de sus palabras, entrecortadas, es fácil deducir que algo ha fallado con estrépito. En efecto, un gigantesco meteorito político ha caído en el palacio presidencial. Los más avezados tratan de ponerse a cubierto, pero el impacto es descomunal. Devastador. Algunos corren, pero los más veteranos convierten sus asientos del despacho en improvisados salvavidas, como si fueran náufragos en mitad de una imprevista tempestad. Se impone un silencio espeso, roto sólo por los suspiros del personal. ¿Pero, cómo es posible todo esto?, se pregunta algún cándido. Otro exclama: «!Qué cabrones!». El resto calla y busca en la figura del presidente una solución de urgencia que no llega. Esta vez no hay ningún conejo en la chistera. Poco a poco, el rumor se propaga por todos los rincones y voltea las esquinas de las calles de España.
Media hora después, el presidente de la Generalitat se dirige al pueblo de Cataluña. Es un discurso breve, medido hasta la última letra, que viene envuelto de una parca y áspera solemnidad: «Me dirijo a ustedes, ciudadanos catalanes, para anunciarles que en el día de hoy, por decisión democrática del Parlament, Cataluña es ya una república independiente sujeta exclusivamente a sus propias leyes y a su ordenamiento jurídico. Se culmina así una larga travesía hacia la libertad. Catalanes, ¡ya somos un pueblo libre!».
Quien habla es el golpista Oriol Junqueras, rehabilitado políticamente en tiempo récord por un Gobierno que ha recurrido a una amnistía encubierta tras profanar de forma obscena el Código Penal. El mensaje de Junqueras, escueto, corta el aire en Moncloa y Pedro Sánchez prepara a toda prisa un improvisado discurso a la nación en el que desgrana la habitual retahíla de lugares comunes que le caracterizan: quiebra de la convivencia, traición al diálogo y demás mantras inanes de un tipo que ahora pretende vender -a buenas horas- una impostada imagen de firmeza.
En un momento, incluso, Pedro Sánchez sube el tono para decir que «sobre quienes han roto todos los puentes de la convivencia caerá todo el peso del Estado de Derecho». Sus asesores vuelven a cruzarse miradas, que siguen henchidas de miedo. Alguno vuelve a suspirar y otro, en un rapto de hipócrita lucidez, acierta a mascullar en voz baja: «Pero qué coño de peso y de Estado de Derecho si los sacamos de prisión, derogamos el delito de sedición y reformamos el de malversación. ¿A ver ahora cómo los metemos de nuevo en la cárcel? «Joder, ¡por desórdenes públicos agravados! ¡O por rebelión!», replica otro asesor, preso de un ataque de nervios. Y el más lúcido de todos -tal vez el más hipócrita- se le queda mirando y le lanza a la cara una frase lapidaria (en sentido literal). «Estamos muertos. ¿De qué rebelión y de que desórdenes públicos hablas, si sólo le han hecho falta 40 palabras para cargarse España?
En efecto, Oriol Junqueras, desempeñando un impostado papel de arcángel de paz, acaba de quebrar la unidad nacional en apenas tres frases. Frente al balcón de la Generalitat, miles de banderas esteladas se entrelazan al compás de Els Segadors. No hay violencia en las calles y los Comités de Defensa de la República (CDR), previamente aleccionados, parecen monjes tibetanos. Sólo les falta levitar.
Al fondo, de espaldas, la figura del presidente del Gobierno avanza por el largo pasillo de Moncloa hasta que la silueta del traidor se pierde envuelta en medio del silencio de los corderos.
Un día cualquiera de septiembre de 2023.
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