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¿Deben pagar impuestos los robots?

Hace unas semanas se aprobó una resolución en el Parlamento Europeo  por la que se pedía a la Comisión Europea, entre otras cosas, una regulación sobre la robótica y la inteligencia artificial de tal forma que se equipararan obligaciones y derechos de estos con los humanos, que se aclararan las responsabilidades en caso de accidentes o que se instalara en los androides un “botón de la muerte” por si fuera necesario desactivar uno de estos de forma urgente. De esta resolución –salida de un informe dirigido por la eurodiputada Mady Delvaux– se excluyeron las posibilidades tanto de establecer un impuesto a los robots como la de introducir una renta básica para reducir los efectos que tienen estos sobre el mercado laboral.

En los últimos años se ha puesto de moda la idea de gravar con impuestos a los robots con el fin de financiar una renta básica para poder paliar los efectos que tiene la tecnología en el mercado laboral, que condena a muchos trabajadores al paro, al mecanizar las tareas que realizan estos. Hasta el propio Bill Gates dijo estar de acuerdo con estas mismas recetas hace pocos días.

Aparentemente parecen estar en lo cierto, la mecanización sustituye a la mano de obra en el desempeño de ciertos trabajos. Así, por ejemplo, Carl Benedikt y Michael Osborne en un estudio indican que el 47% de los empleados estadounidenses podrían perder su trabajo en los próximos 20 años debido al progreso técnico.

Pero esta robotización genera otros efectos indirectos que acaban provocando un incremento del empleo de forma neta, como así han demostrado Ian Stewart, Debapratim De y Alex Cole en un informe publicado por la consultora Deloitte, en el que explican que entre 1871 y 2014 el número de empleados en Gales e Inglaterra disminuyó en el sector primario y, en los últimos años, también en el sector industrial, pero se incrementó el empleo en otros muchos sectores dando un efecto global positivo. Por ejemplo, en los últimos 20 años el número de auxiliares de enfermería aumentó en un 900% y los asistentes de enseñanza y educación en un 600%.

Esto es, los robots permiten que los trabajos más laboriosos y repetitivos no necesiten ser realizados por los humanos, permitiendo incrementos de productividad que permiten una mayor una abundancia y una reducción en los precios de los bienes y servicios más básicos.

De este ahorro se deriva que cada vez más trabajos se orienten hacia los servicios, como la educación, sanidad o el ocio. Este progreso técnico explica en gran medida el desarrollo de la renta per cápita mundial desde la I Revolución Industrial. Además, Daniel Pink en Una nueva mente advierte que los robots serán complementarios y no sustitutos de los trabajadores, permitiendo un gran avance en áreas como la propia sanidad y educación, por lo que se producirá una sustitución en el empleo hacia estas áreas, pero el trabajo humano no desaparecerá.

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Por otro lado, la renta básica, como bien explica Juan Ramón Rallo en Contra la renta básica es sumamente injusta, porque permitiría que todo el mundo, independientemente de lo que hiciera, tuviera asegurada una renta, incluso los surfistas de Malibú; por lo que se rompería la cooperación voluntaria entre la sociedad, a saber, en el mercado, cada uno de nosotros estamos especializados en producir ciertos bienes y servicios que intercambiamos por otros que no sabemos producir, por lo que nos orientamos a servir a la sociedad para obtener algo a cambio de ella. Con una renta básica, obtendríamos rentas de la sociedad sin tener que ofrecer nada a cambio, sin cooperar con otras personas para producir los bienes y servicios que satisfacen nuestras necesidades.

Como explicó Diego Barceló esto generaría incentivos para que la gente dejara de trabajar, sobre todo aquella que cobrara bajos salarios, puesto que sería más rentable el poder hacer lo que uno quisiera, aunque no sea demandado por el resto de la gente.

Además, los costes de financiar una renta básica a través de impuestos a los robots serían altísimos —para una renta de 7.500 euros anuales para adultos y de 1.800 euros anuales para menores de edad, se estima un coste aproximado de 380.000 millones de euros para España— lo que perjudicaría a las decisiones empresariales y de los consumidores a la hora de invertir y demandar tecnología, provocando que las bases imponibles de este hipotético impuesto se reducirían, afectando de manera significativa al progreso que hemos vivido durante los últimos siglos, como se muestra en la gráfica anterior.

Por tanto, los robots no deben pagar impuestos puesto que tal como hemos visto, si se trata para financiar una renta básica esta es sumamente injusta y sus costes serían tan elevados que perjudicaría al progreso técnico; pero es que además, la robotización ha creado a lo largo de la historia empleo de forma neta, trasladando la mano de obra de trabajos más tediosos a otros donde ya no solo son las necesidades básicas las que se cubren, permitiendo un avance espectacular de la riqueza en todo el mundo.

Santiago Calvo López es coordinador de Students For Liberty Galicia.