El rutómetro

Pogacar, el caníbal ha resucitado

Pogacar
Pogacar celebra su victoria en una etapa. (AFP)

Dinamarca se volcó con el Tour más global. El país entero abandonó sus casas para dar la bienvenida a los mejores ciclistas del mundo. Desde la presentación hasta la tercera etapa, cada día fue una fiesta en la península escandinava. La crono inaugural fue concebida para ser explosiva, como metáfora de la ilusión retenida desde doce meses atrás. Había muchas ganas de Tour. Siempre las hay, pero en esta edición, la presencia de tanto coloso junto multiplicaba las expectativas, generando un ambiente reservado para las grandes ocasiones.

Todos contra Pogacar es el título que mejor resume la contienda que acaba de empezar. El reinado del esloveno es incuestionable, pero esta verdad no tiene por qué ser un dogma inescrutable. Hay un equipo entero que ha invertido toda la primera semana en lograr desestabilizar e inquietar a Pogacar y a su equipo. Con un trío de ases en la mano, Van Aert. Vingegaard y Roglic, el resultado de tantos esfuerzos en estos primeros envites ha tenido un signo dudoso para el espectador.

El canto a la épica y gesta de la semana tiene como protagonista a Wout Van Aert, vencedor en la etapa que pisaba suelo francés. El belga ha sido capaz de despertar al más crítico. La cabalgada epitafio de su liderato aceleró de tal manera el ritmo de la carrera, que se llegó a Longwy con veinte minutos de adelanto sobre el horario previsto. Algunos le criticarán el absurdo de escaparse a más de 130 kilómetros de la meta, sin embargo, Van Aert no corre con libro de instrucciones. Junto a su homólogo Van der Poel ― que está pagando la factura del Giro ―, son corredores que brindan espectáculo y ciclismo de ataque. Son algunos de los que han revolucionado el ciclismo en los últimos años, un deporte que tiene la rara habilidad de reinventarse sin hacer apenas cambios.

El infierno del norte tuvo su versión estival. Ciclismo de raza, de pureza extrema. Un verdadero carrerón que nos descubrió las flaquezas de la escuadra antídoto de Pogacar. Los coches de equipo del Jumbo Visma no daban abasto. Caídas, pinchazos y fallos mecánicos obligaban a cambiar las máquinas de sus primeras espadas. La sincronía que habían desplegado los neendarleses a lo largo de la semana mutó en caos. Pogacar, sin apenas ayudas, remató una jornada de locos. Hizo saber a todo el pelotón quien es el rey del tinglado. El resto de los favoritos corría para sortear la eliminación. La mayoría lo consiguió. Entre ellos, Enric Mas, que volvía a aplicar el único método del que se fía, el que le ha dado más resultados que simpatías.

La clásica encubierta se la llevó Simon Clarke. Un ciclista veterano al que le costó encontrar con quién correr a principios de temporada, estrenaba el historial de su equipo en el Tour de Francia. Sin embargo, la gloria se la llevó otro. Pogacar hizo alarde de su superioridad sin rubor. Al cruzar la meta, mientras el resto sollozaba, aclaraba que, aunque no lo hubiera parecido, él también había sufrido.

Golpe de Pogacar

Llegaba la montaña al escenario del último gran aquelarre literario que ha brindado el Tour de Francia. Desde aquellos fatídicos ocho segundos de Fignon ante Lemond en los Campos Elíseos, no se había visto nada igual. Fue en la Super Planche de les Belles Filles donde Roglic perdió el Tour un día antes de que este llegará a su final, ante un joven llamado Pogacar. Ocurrió en el 2020.

La “super plancha” da nombre a siete kilómetros agónicos con porcentajes alternados que incluyen tramos con dos dígitos de desnivel. Va por delante un grupo entre los que destaca el incansable Leonard Kamna, alemán afincado en la señorial villa de Sineu en Mallorca, al que solo le aguanta el golpe de pedal Dylan Teuns, ganador en el 2019 de la etapa con el mismo final , y el barbudo Geschke. Otros fueron cayendo por el camino sin ser enterrados.

El Bora se había dejado ver por primera vez. Es evidente que esta escuadra alemana tiene artillería para cuando la carretera apunta al cielo. Kamna iba a por la etapa, y en buena lógica hubiera sido suya. Sin embargo, por detrás, Bennet tira del selecto grupo que preside Pogacar. Antes de llegar al sterrato, se gira por un momento, y le pregunta algo a su jefe de filas. Afirmativo, le responde Pogacar. Entonces, se desata la furia del coloso imperial. Saltan hombres por todos los costados, el grupo se estira. Solo se ven dientes apretados. Pogacar avanza implacable, únicamente le resiste Vingegaard, que amaga con herirle. No lo remata. Engullen a Kamna , y cuando parece que Pogacar puede emular a Indurain con Chiapucchi, irrumpe el nuevo Eddy Merckx del siglo XXI. El caníbal ha resucitado. Vingegaard, se baja de la bicicleta extenuado al cruzar la meta. No puede dar una pedalada más. Pogacar ha ganado y proclama, desde lo más alto, que es el rey del Tour

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