Gran esperanza inglesa para la Eurocopa de Francia

Jamie Vardy, el obrero de fábrica que se convirtió en crack de la Premier

Jamie Vardy, el obrero de fábrica que se convirtió en crack de la Premier
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La madre del fútbol desembarca en Francia con el arsenal repleto de goles, un lujo escaso que hace de Inglaterra la envidia de cualquiera. Al veterano Wayne Rooney, máximo goleador histórico de los pross con 52 tantos, le acompañan dos activos emergentes de ese gran mercado futbolístico que es la Premier League. Entre el spur Harry Kane (Tottenham) y el zorro Jamie Vardy (Leicester City) suman más de 50 goles esta temporada. Una terna que se completa con Daniel Sturridge, tren de alta velocidad fabricado en Liverpool y con origen de purasangre jamaicano.

Elementos más que suficientes como para que el combinado dirigido por Roy Hodgson rompa una sequía de títulos que se extiende desde 1966 hasta nuestros días. Entonces, cuando Manuel Fraga aún se bañaba en Palomares y Bob Marley contraía matrimonio con Rita Anderson, consiguieron la única gran competición —Copa del Mundo— que da lustre a sus vitrinas. El equipo de Los Tres Leones posee actualmente el argumento indiscutible del gol, que es la mayoría absoluta en esto del fútbol. Pero, sobre todo, tienen a Vardy. Un jugador que enfoca en el fútbol toda la rabia de una vida complicada. Comisarías, peleas y trabajos en fábricas acompañaron su lento crecimiento como futbolista de élite. Ahora, en plena expansión, sabe que éste es el torneo que le puede abrir la puerta de ese paraíso por el que se partió la cara con el mismísimo destino.

Superación personal

Hay quien dice que el talento es una balanza desequilibrada donde se combinan la sobredosis de esfuerzo con un mínimo indispensable de habilidad natural. En el caso de la cenicienta del fútbol, Jamie Vardy, también habría que sumarle el contexto. En otra época, haber nacido en Sheffield (1987) le habría ayudado a derrotar sin problemas al Cancerbero que tan bien pintó el londinense William Blake. Ese perro mitológico de tres cabezas que impide a los futbolistas vencer al destino y tirar abajo la barrera que los separa de la élite. Sin embargo, hasta hace seis años, el talento del hoy futbolista más importante de la Premier tan sólo le daba para ganar 30 libras semanas. Insuficiente, incluso, para pagar el transporte público de siete días en Reino Unido.

Las épocas pasan y el Sheffield Wendnesday, club con 148 años de historia y campeón de Liga y Copa en Inglaterra, lleva más de dos décadas protagonizando la nada más absoluta en la segunda división del fútbol inglés. Vardy, niño de su cantera, se vio huérfano de escudo a los 16 años por la falta de estructura y visión del club. A la edad en la que otros jóvenes inician el viaje hacia las escuelas multimillonarias de Arsenal, Manchester o Chelsea, el delantero tuvo que empezar de cero en un club de séptima división. En aquella época, compaginaba el deporte con un trabajo en una fábrica de férulas que le permitía ganarse el pan de cada día.

Jamie Vardy en su época como jugador de categoría regional.

Fueron siete años sin más aspiración que la de comenzar una carrera que no acaba de arrancar. Varada, fin de semana tras fin de semana, en el anonimato de los verdes campos ingleses copados por la indiferencia mediática. Tiempo de esfuerzos invisibles en las divisiones regionales, juergas a granel y peleas de bar. Por una de ellas, acabó con una pulsera de seguimiento en el tobillo y la prohibición policial de moverse más allá de 80 kilómetros a la redonda. El delantero de los «3.000 kilómetros por hora”, como lo ha definido su padre futbolístico Claudio Ranieri, consiguió llegar al Leicester City en 2012 después de marcar 31 goles en 36 partidos en el equipo regional Fleetwood Town. Desde que aterrizara en el conjunto de los zorros, cuando éstos estaban en la segunda división del fútbol inglés, ha sido titular casi indiscutible. De hecho, sus 16 goles fueron clave para lograr el ascenso en la temporada 2013/2014.

No obstante, su aterrizaje en la Premier no fue sencillo. El equipo salvó de milagro la categoría en el último instante gracias al juego ultradefensivo planteado por el entrenador Nigel Pearson. La dinámica tenía dos sencillas referencias: defensa mural a modo de dique y el 1,90 del argentino Leonardo Ulloa para el ataque. Vardy vagó durante toda esa temporada como un invitado mudo a un karaoke. En 34 partidos, 26 de ellos como titular, tan sólo marcó cinco goles.

El factor Claudio Ranieri

A veces, una nueva persona, otra filosofía, hace que todo aquello que ha permanecido oculto, estalle y salga a borbotones. Julio de 2015 es hasta el momento el mes y el año más importante en la carrera deportiva de Vardy. Fue la fecha en la que el trotamundos Claudio Ranieri decidió volver a Inglaterra tras un año como seleccionador griego. El italiano, que ya había sido subcampeón de la Premier con el Chelsea en 2014, cambió la cara del equipo hasta conseguir lo imposible: hacerlo campeón de liga. Uno de sus mayores aciertos fue apostar por la rapidez en la transición ataque-defensa que situaba a Vardy en el centro de la escena.

El delantero tenía al fin la oportunidad de su vida y no la dejó escapar. En la profundidad de su mente: las peleas, la detención, el control policial, las jornadas interminables como obrero en la fábrica, los entrenamientos a deshoras, los campos perdidos en ninguna parte, la nada como plato del día durante años, y años, y años… todo había quedado atrás. Tanto pegado a la cal del King Power Stadium como desarbolando defensas fuera de casa como un huracán desatado, el chico de Sheffield se convirtió gol a gol, carrera a carrera, regate a regate, sudor a sudor, en el futbolista del año en la ultracompetitiva Premier League, donde la celebridad se cotiza aún más cara que el metro cuadrado de Londres.

Su presencia en la Eurocopa de Francia es, por méritos propios, una de las más atractivas. En un torneo corto como éste, las prestaciones de un jugador eléctrico como él pueden dispararse hasta el infinito. Cuando salte al Stade Vélodrome de Marsella para enfrentarse a Rusia, 68.000 espectadores y todo un continente futbolístico fijarán los ojos en el chico rebelde que decidió usar los puños para ganarse el derecho a marcar goles. Este año ha demostrado que lo suyo no era un problema de presión, sino de falta de protagonismo. Dicen que el Arsenal está dispuesto a pagar 25 millones de libras por él. Quizás, al final del torneo, en el Emirates tengan que abrir bastante más la billetera.

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