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‘El Juego del Calamar’ puede ser real: así es el experimento de Milgram

  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

‘El Juego del Calamar’ se ha convertido en todo un fenómeno de masas en Netflix, y está camino de convertirse en la serie más vista de la plataforma de todos los tiempos. La sinopsis es muy sencilla: 456 personas con problemas económicos aceptan participar en una serie de juegos infantiles para ganar 45.600 millones de wones.

Todos los que hemos visto ‘El Juego del Calamar’ nos hemos enfrentado a numerosos dilemas morales a medida que avanzan los capítulos: ¿Seríamos capaces de matar para salvar nuestra vida o a de nuestros seres queridos? ¿Podríamos traicionar a alguien que ha confiado en nosotros?… Muchas incógnistas que han conseguido atrapar al público.

El experimento de Milgram

En mayo de 1962 se produjo el juicio de Adolf Ecihmann, oficial nazi durante la II Guerra Mundial. Tal y como indican los historiadores, fue el principal coordinador de la deportación y exterminio de miles de judíos en los campos de concentración.

Stanley Milgram, psicólogo interesado en la sociología, siguió el juicio muy de cerca y se planteó la pregunta de hasta qué punto alguien puede torturar e incluso asesinar a otra por presión social.

Fue así como elaboró el estudio del comportamiento de la obediencia. Todo empezó colgando un cartel en una parada de autobús que decía lo siguiente: «Buscamos voluntarios para un ensayo sobre el estudio de la memoria y el aprendizaje. Pagamos cuatro dólares más dietas».

Llegaron hombres de entre 20 y 50 años de todo tipo de clases sociales, pero ninguno sabía que estaba participando en un experimento sobre la obediencia a la autoridad.

El experimento era muy simple. Tres personas se reunían en una sola: el ‘maestro, el ‘experto’ y ‘el alumno’. Cuando un alumno fallaba una pregunta, el maestro le tenía que castigar con una descarga.

El alumno se sentaba en una silla eléctrica, y al maestro se le explicaba que las descargas podían ser muy dolorosas, pero en ningún caso mortales. Sin embargo, la realidad era que las descargas eran falsas.

Una vez todo listo, la prueba empezaba con un castigo de apenas 15 voltios. A medida que el alumno iba fallando más preguntas, las descargas subían de intensidad. A los maestros se les pedía que continuaran ya que era esencial para el experimento, y los alumnos fingían alaridos.

Todos los maestros pararon en algún momento, pero tras las frases del experto animándoles a continuar, siguieron aplicando descargas en los alumnos.