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Si te interesa la historia, probablemente habrás escuchado o leído sobre Juana la Beltraneja. Juana de Castilla, tal su nombre oficial, es uno de los personajes nacionales inevitables de los últimos siglos. Sabiendo eso, cabe preguntarse quién fue este personaje y por qué trascendió más allá de esos días.
Lo primero es situarnos en tiempo y espacio, en la época en que reinaba Enrique IV de Castilla, en el siglo XV. Coinciden los especialistas en que éste fue un período aciago de la historia española, con múltiples abusos, ausencia de justicia impartida y levantamientos de ejércitos privados en muchos de los territorios del rey.
Tras los pasos de Juana la Beltraneja
Enrique IV y sus problemas de fertilidad
Pero la falta de control de sus súbditos no fue el único gran inconveniente que Enrique IV padeció toda su vida. Famosas son las crónicas que hablan de la imposibilidad de darle un heredero a Castilla a pesar de haberse oportunamente casado con la Infanta Blanca, hija de Blanca I de Navarra. La cosa no mejoraría después.
Tras tres años de matrimonio en los que éste no pudo consumarse, un obispo declaró nula la pareja religiosa. Enrique recurriría a todo tipo de soluciones mágicas, pero ni eso ni un segundo casamiento, con Juana de Portugal, evitarían que volviera a pasar vergüenza. Sufría, se sabe hoy, de «displasia eunucoide con reacción acromegálica».
Para sorpresa de todos, de esa relación nacería la propia Juana La Beltraneja, aquel 28 de febrero de 1462. Afirman las malas lenguas que Juana de Castilla, que es como se llamaba, no era hija del rey Enrique. Aseguran las mismas fuentes que su padre era el valido del Rey Beltrán de la Cueva, e incluso podría haberse tratado del primer caso de fecundación in vitro.
La maldición de Beltraneja
Por todo lo anterior, las circunstancias en las que Juana la Beltraneja nació y se crió no fueron las más felices. Considerada fruto de la aventura extramarital de la Reina, Enrique IV sostenía que la joven llevaba su sangre.
Esta situación fue la principal causa de la Guerra de Sucesión Castellana, enfrentamiento entre los partidarios de Juana y los de Isabel, media hermana del ya difunto rey Enrique.
Juana intentó evitar el conflicto proponiendo que se realizase una votación y Francia y Portugal intervinieron. Viendo que era imposible alcanzar un acuerdo, la joven de diecisiete años anunció que renunciaba a sus aspiraciones a la Corona castellana, y se retiraría al monasterio de Santa Clara de Coímbra, Portugal.
Abandonando en poquísimas oportunidades el establecimiento, allí residió hasta su muerte, en 1530. Lamentablemente, sus restos se perdieron y nunca se podrá confirmar si era hija, o no, de Enrique.
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