Ventanas correderas: eficiencia española frente al cambio climático

En España, abrir una ventana corredera es casi un gesto instintivo; las vemos por todas partes: en pisos de ciudad, en casas de campo, en apartamentos junto al mar. Aunque durante años han pasado un poco desapercibidas —casi como un mal menor frente a las abatibles, más “elegantes” o “modernas”— hoy en día están empezando a reivindicar su lugar, y con razón. Porque más allá de su estética o su practicidad, esconden un potencial bioclimático sorprendente que puede marcar la diferencia frente al reto climático que tenemos por delante.
Y sí, puede que no parezca la tecnología más puntera… pero, como suele decirse, a veces lo más sencillo es lo más efectivo.
Construir con el clima, no contra él
La arquitectura bioclimática no es precisamente una novedad —aunque suene muy siglo XXI—. Ya los romanos, con sus patios y muros gruesos, sabían cómo aprovechar el sol de invierno y la sombra en verano. Hoy, lo que hacemos es retomar esa lógica ancestral y combinarla con materiales y técnicas actuales.
Y ahí es donde entran las ventanas correderas modernas. En lugares como Sevilla, Palma o Alicante, donde el calor aprieta durante buena parte del año, permitir que el aire fluya sin obstáculos se convierte en una necesidad, no un lujo. Las correderas, al no invadir el espacio al abrirse, permiten jugar con la ventilación cruzada sin complicarse la vida ni perder metros útiles. Y eso, en un piso de 60 metros, vale oro.
Confort térmico sin renunciar al diseño
Las opciones modernas ya no son aquellas de hace décadas, que se atascaban o no cerraban bien. Hoy incorporan tecnologías como la rotura de puente térmico, el doble acristalamiento bajo emisivo y cierres multipunto, que mejoran la estanqueidad, la calidad del aire, el aislamiento y, en definitiva, la eficiencia energética.
Además, encajan como un guante en la vida urbana de hoy: espacios reducidos, necesidad de luminosidad, conexión con el exterior… ¿Quién no agradece poder abrir de par en par una terraza al atardecer y dejar que entre la brisa sin mover un solo mueble?
Y si combinamos las correderas con cortinas térmicas, estores enrollables o persianas tradicionales —de esas que suenan al bajarlas en verano, como banda sonora de nuestras siestas—, el resultado es una casa que respira, literalmente, con el clima.
Materiales: más que una cuestión estética
En cuanto a materiales, el mercado se ha puesto las pilas. El policloruro de vinilo, por ejemplo, ha dejado atrás su imagen de “barato pero feo”. Hoy las ventanas correderas de PVC ofrecen un aislamiento térmico impresionante y es perfecto para climas fríos o con contrastes marcados (piensa en un invierno en León o un verano en Zaragoza). Además, apenas necesita mantenimiento, lo cual no es poca cosa.
El aluminio, por su parte, sigue siendo el favorito de quienes buscan un diseño más fino y moderno. Sus marcos estilizados permiten que entre más luz natural (ideal en esos días cortos de enero donde el sol parece esconderse antes de tiempo). Además, es un material ligero, resistente y 100 % reciclable, lo que lo convierte en una opción sostenible en términos ambientales. Y gracias a la tecnología de rotura de puente térmico, las ventanas correderas de aluminio ya no son el enemigo del confort que fueron en los años 80.
Tecnología y normativa: cuando el mercado escucha al planeta
Hoy, construir sin pensar en eficiencia energética es, francamente, un despropósito. El Código Técnico de la Edificación (CTE) en España ya obliga a cumplir unos mínimos —como limitar la transmitancia térmica de las ventanas (por ejemplo, un máximo de 1,8 W/m²·K en zonas frías) o garantizar una permeabilidad al aire adecuada según la zona climática—, pero muchos estudios de arquitectura y promotores van más allá. Las ventanas correderas, gracias a su evolución tecnológica, ya no son “el mal menor”, sino una opción eficiente y sostenible.
Y ojo, que esto no va solo de números y normas. Se trata también de bienestar, de salud, de calidad de vida. En tiempos en que pasamos más horas que nunca en casa (la pandemia nos dejó esa lección), tener luz natural, buena ventilación y sensación de amplitud es casi una cuestión de salud mental.
Es que sí. El Mediterráneo tiene algo que muchos envidian: esa forma de habitar el exterior desde el interior. Las ventanas correderas de PVC o de aluminio permiten fundir salón y terraza, cocina y patio, dormitorio y balcón. Y eso, más allá de lo práctico, tiene un efecto psicológico: nos sentimos menos encerrados, más conectados con nuestro entorno.
Es una arquitectura que abraza el clima, no lo combate; que se deja bañar por el sol en enero y se resguarda del bochorno en agosto. En otras palabras, que vive con las estaciones y no a pesar de ellas.
¿Es un modelo exportable?
Mientras en otras latitudes se habla de domótica y fachadas inteligentes con sensores, España tiene una carta bajo la manga mucho más sencilla: una carpintería eficaz, culturalmente asumida, y adaptable a diversos contextos. Las ventanas correderas de aluminio o de PVC podrían ser, por qué no, uno de esos inventos silenciosos con impacto global.
Países como Marruecos, Grecia o México que tienen climas parecidos, ya están mirando hacia este tipo de soluciones bioclimáticas. Y la industria española, con décadas de experiencia, puede ofrecer productos robustos, personalizables y eficientes.
Y… ¿Quién sabe? Quizás la próxima vez que abras una ventana corredera para ventilar la casa, deberías saber que estás participando —a tu manera— en una transformación energética necesaria. No hace falta cambiarlo todo para mejorar. A veces, con lo que ya tenemos, bien pensado y mejor ejecutado, se puede lograr mucho. Porque sí, las aberturas modernas también pueden ser una revolución. Aunque no hagan ruido al abrirse.
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