The Cure se reconcilia con España con un concierto a la medida de su leyenda
The Cure ha logrado recuperarse este domingo de la agridulce impresión que esta banda de rock alternativo con 30 millones de discos vendidos en todo el mundo dejó tras su último paso por España, con un concierto esta vez balsámico, generoso y vibrante que ha hecho justicia a la influencia de su legado.
Hasta el tiempo se ha aliado con el aire melancólico y existencialista de los británicos, propiciando un día gris de fina lluvia constante que no ha impedido que el antiguo Palacio de Deportes de Madrid registrara una de las entradas más espectaculares de los últimos meses, más de 16.000 personas según la organización, muy pocas de ellas vestidas con el casi canónico color negro.
De igual manera, el espectáculo, muy fluido, ha revisitado los diversos géneros o colores que les han convertido en referencia, como el post-punk de su seminal «Three imaginary boys», el rock gótico de «One hundred years» y «A forest», la «new wave» optimista de «Boys don’t cry», «Inbetween days» o «Friday I’m in love» y hasta apuntes electrónicos en «The walk».
Después de enfocarse en los últimos años en el formato de festivales, el grupo se reencontraba por fin con seguidores, no oyentes accidentales, gracias a «The Cure 2016», primera gran gira europea desde 2008 (cuando visitaron por última vez Madrid), con 30 conciertos en 17 países.
Las cosas pintaban así de otro modo respecto a su última actuación en el Bilbao BBK Live! de 2012, cuando el show se retrasó enormemente por un problema técnico y el árido repertorio no ayudó a convencer a un público festivalero poco versado en las aristas del grupo.
La promotora de sus conciertos en España (el jueves tocarán en Bilbao y el próximo sábado en Barcelona) anticipaba también para esta ocasión un repertorio que combinaría «éxitos, temas inéditos y rarezas», algunas de las cuales apenas habían interpretado en vivo en las tres últimas décadas.
Su osadía al armar repertorios y 40 años de carrera desde la fundación de la banda en Crawley (Inglaterra), 37 desde el lanzamiento de su primer álbum, «Three imaginary boys» (1979), dan para un larguísimo concierto más allá de los «hits», pero en las más de 2 horas y media (casi tres) y 31 temas de esta noche, finalmente ha podido más el peso de su historia con mayúsculas.
Puntuales a la cita, y en medio de una gran ovación, ante el público se han presentado Robert Smith (voz/guitarra), Simon Gallup (bajo), Jason Cooper (baterista), Roger O’Donnell (teclados) y Reeves Gabrels (guitarra), con «Open» como arranque y sus características líneas de bajo enfangadas.
«¡Gracias!», ha gritado en castellano Robert Smith, muy conectado con la audiencia, no así con los grandes monitores del recinto, que apenas han proyectado su imagen, como tampoco las cinco gigantescas pantallas verticales que, al fondo del escenario, conforman la escenografía de la gira.
Lejos de plegarse a la introspección, el concierto ha pasado enseguida a una onda más viva, primero con el jangle pop de «High» y con «A night like this», jovialidad que a los 20 minutos ha ofrecido el primer pico de la velada con «Push» e «Inbetween days».
Posteriormente han sonado «Pictures of you», la cadencia y percusión asiáticas de «Kyoto Song» y las afiladas y temerarias guitarras de «The blood», además de los chispazos electrónicos de «The caterpillar».
La calma de «Lovesong», el regalo de bodas que le hizo a su mujer poco antes de su matrimonio, ha funcionado a las mil maravillas como contrapunto con «Just like heaven», una de las más aplaudidas de la velada (no en vano, Smith la consideró en su momento «la mejor canción pop que The Cure haya hecho»).
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