Cultura
Cien años de Miguel Delibes

Elisa Delibes: “Mi padre no aguantaba ni los cócteles ni el hablar por hablar”

Hija de Miguel Delibes y presidenta de la Fundación Miguel Delibes. Elisa Delibes (Valladolid, 1950) reconoce que su padre era un hombre con muchísimo sentido del humor, pero con muy poco espacio para las tonterías. Como buen castellano, por otro lado. Gustaba de la charla calmada con el pitillo de picadura de tabaco y sin los codazos que hay alrededor de los canapés, por eso jamás aguantó ni los cócteles ni las conversaciones vacuas que se usan en reuniones numerosas para rellenar contextos que, a menudo, están vacíos de contenido.

Su autenticidad, su apego por su tierra, su eterna coherencia y la fatiga de los años le hicieron declinar amablemente una invitación de los Reyes de España, ahora eméritos, para acudir al Palacio de la Zarzuela. Contestó, no obstante, que estaría encantado de recibir a D. Juan Carlos y Dª. Sofía en su casa de Valladolid. Entre risas, Elisa lamenta que, como avisan con tan poco tiempo por motivos de seguridad, “¡no nos dio tiempo ni a pintar la casa!”.Francisco Umbral, el joven intelectual con el que se cruza en ‘El Norte de Castilla’ al que seguía llamando Francisco Pérez, su apellido real, le unía una relación íntima y muy humana que se refuerza cuando el autor de ‘Mortal y rosa’ se marcha a Madrid gracias a una vasta correspondencia que puede verse en la actual exposición dedicada a Delibes en la Biblioteca Nacional.

Delibes es capaz de despertar la adormecida empatía y la sed de justicia cuando la gente sencilla sufre abusos por parte de los poderosos, la ternura y la inocencia de la infancia e, incluso, naturalizar la compañía permanente de la muerte, lista para cumplir con su palabra y con su naturaleza. Pero, además de todo eso, Delibes tenía la capacidad de poner en un aprieto a los descreídos del amor.Señora de rojo sobre fondo gris’, una novela dedicada a su mujer, Ángeles Castro, es una de las misivas de amor más bellas y dolorosas de las acontecidas en el mundo de la literatura. Delibes, del que este mes se cumplen 100 años de su nacimiento, se quedó viudo con apenas 54 años y, desde ese día, siempre lucía dos alianzas en su mano, la suya y la de Ángeles, “la mariposa alegre que no paraba de posarse en todas partes para dejar a todo el mundo contento”.

No conozco a nadie que no tenga un sentimiento de cariño hacia su padre, es como si al leer sus novelas y al escucharle hablar pudiéramos estar muy cerca de su humanidad. ¿Esa sensación la tiene usted también?

Sí, es cierto. Cualquier persona puede entrar en internet, escuchar las entrevistas de mi padre y ver la personalidad tan atractiva que tenía. Sin embargo, lo cierto es que eso tampoco le sirvió para ser feliz porque él era muy depresivo. Pero sí, es cierto que tenía muy buena prensa.

Ahora que habla del atractivo de su padre, Francisco Umbral ha relatado en más de una ocasión que él se metía mucho con Delibes porque era un hombre muy atractivo y muy guapo, pero no se aprovechaba nada de ello.

(Risas) Sí, sí, era muy carismático y se aprovechaba poco, Umbral tenía toda la razón. Era muy atractivo, luego que fuera poco simpático o un poco triste era ya otra cosa. Pero él, efectivamente, gustaba muchísimo y sigue gustando muchísimo, incluso a la gente que no ha tenido la oportunidad de conocerle debido a su juventud, porque era, diría, muy auténtico y eso se palpaba, se notaba y la gente lo premia.

Diría, además, que cuando hablamos de Delibes, tanto de su persona como de su obra, la palabra atemporalidad le va a medida. Delibes nunca pasa de moda, ¿está de acuerdo?

Pues mira, creo que los últimos diez o doce años de su vida, que él estuvo enfermo, no es que pasara de moda, pero se llevaban otras cosas y él, como no se prodigaba y decía que no a entrevistas, a hacer prólogos y a todo, sí que parecía un poco como si se hubiera muerto, tanto él como su obra. Después, no es que haya vuelto a renacer, porque creo que no llegó a morir nunca, pero no estaba de moda. Otra cosa muy distinta es lo que dices tú, que te pones a leer sus novelas y encuentras cosas que aún interesan mucho o están basadas en momentos de la vida perdurables con los que sentir empatía y simpatía.

Si algún reproche tengo que hacer a su padre es que Daniel ‘El Mochuelo’ dejara sola a Uca-Uca. ¡Hombre, por Dios! (Reímos)

¡Tú igual que mi hija Ángeles! Ella quería, y así se lo decía a su abuelo, que Daniel se fuera a la ciudad, pero que luego volviera al pueblo y se casara con Uca-Uca. Mira, esta es una anécdota muy divertida, una vez mi padre fue a un colegio de Santiago de Compostela y los alumnos le dijeron: “Señor Delibes, ¿por qué no ha terminado usted ‘El Camino’?”. Les parecía que había quedado inconcluso y veían ahí una gran historia de amor.

Bueno, si alguien es un descreído del amor, sólo con escuchar a su padre hablar de su madre, de Ángeles Castro, uno vuelve a tener fe en el amor puro.

Bueno, él en realidad cuando comienza a hablar de mi madre han pasado 17 años de su muerte. La verdad es que cuando te sobreviene la muerte te acuerdas de muchas cosas que podrías haber hecho o haber dicho a la persona que se ha ido. Es triste, pero es así. Es que mi madre era muy simpática, muy vitalista y disfrutaba con todo en la vida, entonces, yo diría que fue bastante feliz, aunque mi padre se reprochase luego no haber acertado en hacerla los regalos que ella quería o no haber sido todo lo cariñoso que hacía falta. Pero, sí, creo que ella fue muy feliz, vivió poco, es cierto, pero fue muy feliz.

Mi frase favorita escrita en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ es la que dice: “Dominaba ese arte tan difícil de abandonar a una persona y dirigirse a otra sin humillar a la primera”. ¡Es es todo un arte!

¡A mí también me encanta porque, además, ella era así! Mi padre decía que era como una mariposa que iba dejando a todos contentos; mientras que a él le tocaba siempre estar con el más pesado de la reunión y estar con esa persona toda la noche porque no sabía cómo dejarlo. Pero, claro, ella se posaba aquí y allá dejando a todo el mundo encantado. Así que sí, efectivamente, eso era todo un arte y ella lo tenía. Tenía una capacidad pasmosa de decir a cada persona lo que lo que le gustaba, pero sin mentir. Es decir, podía decirte que llevabas una camisa preciosa, era porque le gustaba de verdad, siempre buscaba lo bueno de las personas y se lo hacía saber y esto, yo creo, es muy de agradecer.

Ella tan simpática y Delibes siempre autodenominándose un ser huraño.

Sí, sí, pero mi padre tenía mucho sentido del humor, eh. En reuniones pequeñitas, en una mesa redonda con amigos era, sin duda, el más divertido, mucho más divertido e ingenioso que mi madre. Tenía un humor muy ácido. Lo que no aguantaba eran las fiestas de pie, los cócteles enormes, el hablar por hablar, pero en una velada pequeña era un hombre muy divertido y con un sentido del humor admirable, pero, claro, tenía una personalidad, digamos, un poco más complicada que la de mi madre. A ella le entretenía y divertía casi todo, encontraba a la gente entretenida, pero él no tenía ese don, pero en las pequeñas reuniones era el mejor y con nosotros también, nos hemos reído mucho. Me hace gracia porque a veces hemos ido con él y sin él a ver obras de teatro adaptadas de sus novelas y, claro, nos hemos reído en bajo de cosas que a la gente no le hacen gracia, pero que para sus hijos esconde un trasfondo que sólo nosotros conocemos porque tenemos información privilegiada.

Claro, es que vosotros conocíais, no sólo al escritor, como todos sus lectores, sino también al padre que se escondía tras ese relato.

Mi padre trabajaba muchísimo, en la Escuela de Comercio, en ‘El Norte de Castilla’, escribía, pero los ratos libres los pasaba en familia que era lo que le gustaba. Entonces pues sí, claro, conocemos muy bien a los personajes y sobre mi padre, aunque todos mis hermanos y yo valoramos cosas distintas, si en algo coincidimos de forma unánime es en el sentido del humor que tenía mi padre y el buen carácter de mi madre, tal y como él contó en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’.

En la exposición que le han dedicado a su padre en la Biblioteca Nacional hay una gran parte de las cartas que escribía y recibía, pero de todas ellas destacaría la amplísima e íntima relación epistolar con Umbral, un intelectual que, a priori, es bastante distinto a Delibes.  

Todas estas cartas con Umbral las va a publicar la editorial ‘Destino’ el año que viene. Si te soy sincera, las cartas de Umbral son más frívolas, pero también más amorosas y, quizá más alegres, porque mi padre cogía la pluma fundamentalmente para contestar aspectos prácticos, aunque también hay cartas un poco más sentimentales si la otra persona estaba pasando un mal momento. Pero, vamos, Umbral se suelta más la melena que mi padre, así que divertirá más. Son cartas estupendas, sobre todo, para conocer los círculos y la realidad intelectual de aquella época y luego, además, ellos tenían muchas cosas en común como ‘El Norte de Castilla’ o la editorial ‘Destino’ y, bueno, están muy entretenidas.

¿Cómo recibió él la llegada del correo electrónico y con éste la muerte de las cartas en papel?

Tenía un gran apego al correo y a las cartas, por eso los últimos años también fueron más tristes porque todo el mundo se escribía correos electrónicos, pero mi padre seguía esperando cartas porque, aunque llegasen más tarde, a él le gustaba recibirlas y respondía a todas. Es cierto que, ya muy al final de su vida, muchísimas cartas para él llegaban a nuestros emails, se las dábamos impresas, pero él nos miraba algo incrédulo como pensando: “¿De dónde habéis sacado todo esto? Sin sobre, sin sello, sin matasellos, sin nada”. Por eso él tenía la sensación de que ya había muerto, de que este mundo ya no le pertenecía.

¿A él le preocupaba envejecer? Solía decir que los viejos no se mueren de calor, sino del asco.

A él le preocupaba, sobre todo, la enfermedad porque era bastante hipocondriaco y tampoco tuvo la suerte de morir de un infarto, sino de un cáncer que fue largo y de cuya operación no salió bien. Eso sí que le preocupaba, envejecer con dolor, con enfermedad y, la verdad, al final de su vida no lo tuvo fácil.

Siempre he pensado que la exageración es un síntoma de inteligencia, a veces tu padre podía parecer un poco exagerado en sus planteamientos, aunque luego el tiempo le diera la razón.

Sí que lo era, en casi todo, además. Hace poco han reeditado en inglés ‘La tierra herida’, un libro que escribió con mi hermano Miguel, lo escribió él porque mi padre ya no tenía capacidad para hacerlo, donde se transcribieron todas las conversaciones sobre ecología y medio ambiente que habían tenido durante un verano entero. Mi hermano hacía el papel de optimista porque no todo tenía que ser malo y mi padre el del pesimista. Bien, pues ahora mi hermano ha hecho un prólogo para esta nueva edición que dice: “Desgraciadamente tuvo razón Delibes con su exageración y su pesimismo porque las cosas no han ido nada bien”. Por eso te digo, las exageraciones no son tales, sino un punto de vista que te parece exagerado, pero que puede tener razón.

Bueno, cuando él lee en los años 70 aquel discurso tan ecologista en su entrada en la Real Academia Española de la Lengua, muchos pensaron que estaba pecando de exageración cuando hablaba de la amenaza que suponía, y supone, nuestro progreso sobre la naturaleza.

Yo creo que lo que hizo fue sorprender, era un discurso que nada tenía que ver con la literatura y estábamos hablando de la Real Academia Española de la Lengua, no de la Real Academia Española de la Ciencia, por ejemplo, pero le apetecía hablar de esto porque a él ya entonces todo lo que contó le preocupaba. Releí el discurso el otro día yendo a Murcia, creo que es una obra bastante complicada de leer, no es una novela, ni es excesivamente de divulgación, y me parece que tomó los puntos científicos más importantes y los tuvo que estudiar como si estuviera haciendo un examen, y sorprendió con muchísimas cosas que hoy no tienen el mismo nombre que entonces, pero que él ya mencionó entonces en 1975.

Yo también lo acabo de releer, dice muchísimas cosas, pero me quedo con la reflexión que dice: “A la Humanidad ya no le sobra el oxígeno”.

Fue un visionario, eso está claro, pero ahora cuando hablan de él como el visionario de la España vacía es curioso porque un visionario es aquella persona que tiene la capacidad de prever qué va a pasar, ver antes de tiempo, pero mi padre no es un visionario porque cuando éramos pequeños en los años 60 ya íbamos a Sedano (Burgos) a ver los pueblos vacíos. Lo que quiero decirte es que mi padre, no es que fuera un visionario, es que directamente vio lo que ocurría ya en ese momento. No es que pensara que se iban a quedar despoblados, no, es que ya lo estaban. Entrábamos en las iglesias, en los colegios y nos sentábamos en los pupitres y en todas partes porque los pueblos estaban abandonados y sólo se escuchaban los pájaros. Él hace mucho tiempo que ha venido denunciando que las zonas rurales se estaban vaciando porque no tenían un modo de vida para seguir viviendo allí.

Además, tu padre ha dado voz a toda esa gente muda y débil que iba marchándose de sus lugares de origen contando cómo eran sus vidas, sus deseos, sus sueños o, por el contrario, también la realidad de aquellos que decidían quedarse a vivir en el campo.

Eso sí que es verdad, es una de las constantes de mi padre como escritor junto con la presencia de la infancia, la muerte, la naturaleza y, desde luego, como dices también de retratar a los más débiles porque él no ha podido desentenderse de sus valores humanos jamás.

¿A sus valores debemos unir también la coherencia?

Desde luego, a mi padre nunca se le puede reprochar nada en este sentido, tenía las cosas siempre muy claras en cuanto a su vida, a sus aficiones y a sus gustos que podían o no coincidir con los gustos de los demás. Pero, no se puede decir que decía una cosa y hacía otra.

Tan auténtico que, incluso, les dijo a los Reyes de España, hoy eméritos, que no iba al Palacio de la Zarzuela, aunque le habían invitado, pero que estaba encantado de recibirles en su casa. ¿Ninguno de ustedes le dijo nada sobre esto?  (Risas)

¡Sí, sí, aquí vinieron! Además, como te lo dicen con tan poco tiempo por motivos de seguridad y protocolo, ¡no nos dio tiempo ni a pintar la casa! (Risas) Nadie le dijo nada, claro, él lo hizo así y punto.

Ahora se ha hecho un nuevo análisis de la obra de Delibes y el poso jurídico en algunas de sus novelas más importantes como ‘Las ratas’ o ‘La sombra del ciprés es alargada’, pero fíjese que a él no le gustaba nada el Derecho.

¡Pero nada! Me hace gracia que le hagan este tipo de estudios un poco más originales, la verdad. Pasó una curiosa con este asunto del Derecho porque a uno de mis hijos le dije un día: ¿Por qué no haces Derecho en lugar de Filosofía? Y él me contesto: “¿Qué es Derecho?” Y mi padre, que entonces yo vivía con él, le dijo: “Pues los delitos, los atenuantes y esas cosas”. Todo con desgana y retranca para que a mi hijo le pareciera una carrera horrible, pero le encantó la idea e finalmente hizo Derecho. ¡Cómo son las cosas!

Al final el Nobel no llegó, Elisa.

Bueno, creo que se lo merecía, pero a él, tengo que decirte, no le importaba mucho el Nobel.

@MaríaVillardón