Ciencia
Contaminación

La ciencia clama por los microplásticos, pero el peligro de beber agua embotellada puede ser otro muy distinto

El uso cotidiano de recipientes para transportar bebidas ha despertado un interés creciente por conocer su seguridad, especialmente cuando se trata de agua embotellada. Y es que, en este sentido, la atención mediática sobre los microplásticos fue lo que impulsó estudios que analizan desde el desgaste de los materiales hasta su comportamiento frente a distintas temperaturas.

La investigación científica reciente aporta matices que invitan a revisar la información más repetida sobre sustancias liberadas por algunos tipos de envases y su relación con el almacenamiento continuado. Cabe aclarar que las conclusiones obtenidas no siempre coinciden con las ideas más extendidas y señalan aspectos que no suelen estar en el foco público.

¿Cuál es el peligro de beber agua embotellada, más allá de los microplásticos?

La reutilización de botellas se asocia a menudo con la intención de reducir residuos y disminuir la huella ambiental. Durante años se asumió tras estudios (publicados en Separations) que esa práctica implicaba un riesgo directo por la presencia de microplásticos, bisfenoles o ftalatos.

Sin embargo, buena parte de esa preocupación procede de interpretaciones parciales de los estudios existentes.

Las botellas de plástico convencionales, las térmicas y los recipientes de acero inoxidable siguen patrones de desgaste diferentes. Las investigaciones realizadas en la última década han detectado microplásticos en el organismo humano, desde tejidos reproductivos hasta leche materna. Ese hallazgo extendió la idea de que cualquier reutilización era problemática.

Los estudios más rigurosos apuntan hacia un escenario más matizado. La liberación de sustancias depende de factores muy concretos: el tipo de plástico, el contacto con temperaturas elevadas o un deterioro notable del material. No responde de forma directa al hecho de rellenar una botella con agua del grifo o mantenerla en frío.

Un trabajo de 2021, publicado en la revista Elsevier, analizó más de veinte modelos reutilizados durante semanas. No detectó migración de bisfenol A al agua almacenada, incluso en condiciones que reproducían un uso continuado. Ese mismo análisis incluyó termos y botellas de aluminio destinados al consumo alimentario, con resultados similares.

Otros artículos científicos, como el publicado en Nepal Journal of Epidemiology, llegan a conclusiones parecidas: la liberación de compuestos se incrementa únicamente cuando el recipiente se somete a calor extremo o presenta daños visibles.

Estas conclusiones permiten entender por qué el comportamiento de los materiales no siempre coincide con las creencias populares. La temperatura del líquido es un elemento clave. Cuando se introducen bebidas muy calientes en un envase no diseñado para ello, sí aumenta la posibilidad de liberar microplásticos o sustancias asociadas a ciertos plásticos.

El riesgo bacteriológico de usar y reutilizar botellas de plástico

Reutilizar envases diseñados para un solo uso implica un riesgo. Y es que estas botellas pueden acumular bacterias como Escherichia coli o Staphylococcus. Este fenómeno se da sobre todo cuando se almacenan bebidas azucaradas, ya que los restos adheridos generan un entorno favorable para su crecimiento.

Los datos de una investigación comparativa entre botellas de acero inoxidable (SS) y polietileno tereftalato (PET) refuerzan esa idea. El estudio analizó treinta envases de uso diario. Los valores iniciales mostraron una carga microbiana mayor en los recipientes PET que en los de acero.

Tras aplicar distintos métodos de lavado, la carga bacteriana descendió de forma drástica, con un promedio final cercano a once unidades formadoras de colonias por mililitro.

Estos resultados coinciden con otra línea de investigación que señala la falta de higiene como el principal aspecto asociado a riesgos reales. Las botellas mal lavadas o con grietas funcionan como una superficie propicia para el crecimiento bacteriano, independientemente de que se usen para agua embotellada o cualquier otra bebida.

El papel del calor y el desgaste en los envases

La evidencia científica coincide en un punto esencial: el calor es el factor que más influye en la liberación de sustancias desde los materiales. Las botellas preparadas para bebidas frías o templadas no mantienen la misma estabilidad ante líquidos muy calientes.

El desgaste también desempeña un papel importante. Un envase rayado, deformado o con fisuras facilita la transferencia de partículas. Las medidas recomendadas en este marco suelen centrarse en tres pautas:

Estas prácticas reducen tanto la presencia de microplásticos como el crecimiento bacteriano. No requieren productos específicos ni técnicas complejas. Las conclusiones generales apuntan a que los riesgos aumentan solo cuando estas recomendaciones no se cumplen.

¿Qué implican todos estos hallazgos para el uso de agua embotellada?

La investigación disponible permite formular varias conclusiones. Por un lado, hoy no existe prohibición sanitaria que impida reutilizar envases cuando han sido diseñados para contener agua embotellada. Por otro lado, los riesgos señalados en algunos discursos proceden más del uso inadecuado que del material en sí.

La evidencia científica sostiene que los problemas reales aparecen por tres motivos principales:

Cuando se respetan las pautas básicas, ni la migración de bisfenoles ni la proliferación de bacterias justifican desechar un envase tras un solo uso. La ciencia coincide en que las prácticas sensatas y la limpieza regular reducen de forma notable cualquier riesgo asociado.