Apuntes Incorrectos

Ya ni los pensionistas soportan a Sánchez

Ya ni los pensionistas soportan a Sánchez

Procuro tener cuidado con lo que digo de los pensionistas porque muchos de mis amigos lo son y no quiero que me retiren la palabra. Uno de ellos es el gran Amadeo, un químico que es más de derechas que yo. Cuando le digo que es un desatino revalorizar las pensiones según la inflación disparatada que padecemos no está de acuerdo, claro. A él lo que le gusta es ir al banco a final de mes, pedir el extracto y ver que su cuenta evoluciona satisfactoriamente a pesar de las circunstancias. Yo lo entiendo, pero las circunstancias son temibles.

La revalorización de las pensiones prometida por el Gobierno va a costar al presupuesto público más de diez mil millones. Es un despilfarro inoportuno e injusto. Los jubilados españoles son los más privilegiados de Europa. De media, la pensión cubre un 80% del sueldo medio percibido por el trabajador en activo. En Alemania, este cociente no supera el 60%, en Francia es del 71%. La eventual revalorización de las pensiones presionará al alza el gasto, el déficit y la deuda. Como los tiempos que vienen van a requerir un ajuste notable de las cuentas públicas, lo razonable sería que los pensionistas contribuyeran con su parte correspondiente, y sin hacer aspavientos, sin recurrir a aquello de que «he trabajado toda la vida y cotizando».

Afortunadamente, el explicable interés crematístico de los pensionistas no ha nublado su inteligencia ni su sentido común. Yo diría más. Los encuentro cada vez más libres y resueltos. Hace un tiempo estaban atrapados por el socialismo. La última vez que Felipe González ganó las elecciones a Aznar fue cuando dijo aquella mentira grosera en televisión de que el PP les iba a quitar a los jubilados ocho mil pesetas. Ya empezaban a engañar. Ahora, la mayoría de los pensionistas que trato son de mi cuerda.

Amadeo, por ejemplo, está atribulado. Tomo café a diario con él y está siempre rebelde. No da crédito al Gobierno infame que tenemos, y las sorpresas desagradables que nos depara a diario le producen hasta ira. En esto es bastante más radical que yo. A mí ya no me afecta la incapacidad manifiesta, ni la torpeza continuada ni las alianzas infames que sostienen al Ejecutivo. Estoy curado de espanto. Solo espero que la tortura acabe pronto y que el país tenga la oportunidad de vivir un nuevo amanecer. Pero es evidente que el rumbo aciago que ha tomado el Ejecutivo causa estragos y que está sembrando la tormenta perfecta.

Acabamos de conocer que, según las nuevas previsiones de la vicepresidenta Calviño, que es la peor del equipo con diferencia -porque es la que tiene mayor responsabilidad-, la economía crecerá este año un 4,3%, casi tres puntos menos de su estimación anterior. Esto nos coloca como el país más retrasado en la recuperación, coincidiendo con la inflación más alta del Continente. ¿Por qué somos los peores de la UE?

Primero tuvimos uno de los confinamientos más severos durante la pandemia; después, como no hemos dispuesto de ‘espacio fiscal’, es decir, de margen de maniobra presupuestario -el déficit público ha seguido aumentando desde 2019-, las ayudas a las empresas han sido inferiores a las de nuestros países del entorno; no hay noticia de que los fondos europeos estén teniendo impacto en la productividad, entre otras cosas por haber renunciado deliberadamente a involucrar a las empresas. Y además se han adoptado medidas como el aumento del salario mínimo o la reforma laboral que están impidiendo que el empleo tenga un desempeño más vivo.
Es realmente insólito que con una tasa de paro escandalosa falte mano de obra en sectores tan importantes como el turismo, la construcción e incluso la agricultura. Como intuye Amadeo la responsabilidad principal del estado comatoso de la economía deviene del caos generalizado, del desgobierno.

Nada es gratis en la vida, los actos tienen sus consecuencias, y si Sánchez prefiere pactar el decreto ley para combatir los efectos de la invasión de Ucrania con Bildu en lugar de con el PP de Feijóo, si hasta diez ministros del Gobierno coinciden con los sindicatos en la manifestación del Primero de Mayo en la que se reivindicaba que los salarios crezcan lo mismo que la inflación, lo que agravaría hasta extremos insoportables el problema, lo normal es que la desconfianza cunda, que la incertidumbre se apodere de los agentes económicos y que la economía no acabe de despegar con la energía precisa.

Si aunque la presión fiscal ha subido hasta extremos inéditos los mensajes que envía el Gobierno insisten en aumentar los impuestos, en elevar las cuotas sociales o en engañar a los ciudadanos con los precios de la energía, prometiendo una rebaja de la tarifa que no será tal, y deberá ser obligatoriamente sufragada por los clientes, lo normal es que se retraigan el consumo y la inversión, como está sucediendo. Hemos llegado al punto de un país ingobernable, en el que la parte comunista del Ejecutivo enreda todo lo que puede impunemente, los aliados parlamentarios son esencialmente infieles, y no hay ninguna medida sensata desde la parte socialista, con su presidente a la cabeza y Calviño de comparsa tratando de persuadir a Bruselas de lo imposible: que España es un país sensato.

Sánchez espera aguantar hasta el próximo año, en que España ocupará la presidencia de la UE, y confía en aprovechar al máximo el rédito propagandístico del suceso -antes, de la cumbre de la OTAN-, pero las costuras de la nación están ya muy deterioradas y no es seguro que puedan aguantar tal grado de descomposición institucional, que ataca desde la Monarquía a los servicios de inteligencia. El juego de las expectativas se ha roto, la falta de confianza general es alarmante, la incertidumbre empapa al conjunto del tejido productivo, los márgenes empresariales se degradan con una celeridad inusitada. Esto es como el Cafarnaum, que diría el escritor Pla.
Si hasta los pensionistas te dan la espalda, si mi amigo Amadeo no tolera un minuto más las trampas, los engaños, el desbarajuste cotidiano, la ausencia de criterio y la entrega del país a todos los enemigos de la nación, entonces es que el problema ha alcanzado cotas de gravedad inéditas.

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