EL EX PRESIDENTE DIJO: "SI VAN A DESCUARTIZAR A ESPAÑA, PREFIERO A FRANCO"

Patinazo histórico de Doménech al citar a Azaña para reivindicar la independencia de Cataluña

Xavier-Doménech
Xavier Domènech. (Foto: EFE)

El portavoz de En Comú Podem, Xavier Doménech, ha apelado a las palabras del ex presidente de la II República Manuel Azaña para reivindicar la celebración de un referéndum de independencia en Cataluña.

El socio de Pablo Iglesias ha aludido a las manifestaciones que Azaña realizó en julio de 1931, cuando afirmó: «Nuestro lema no puede ser más que el de la libertad para todos los hispánicos, y si alguno no quiere estar en el solar común que no esté».

Ya antes de la proclamación de la República –cuando los republicanos intentaban sumar a su proyecto el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes–, Azaña había manifestado en marzo de 1930, durante una visita a Barcelona: «Si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera remar ella sola su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida, pudiéramos establecer al menos relaciones de buenos vecinos».

Es cierto que Manuel Azaña fue uno de los grandes defensores e impulsores del Estatuto de Autonomía aprobado en 1932, porque creía que serviría para garantizar la convivencia entre los españoles y resolver el llamado «problema catalán», como lo denominaba Ortega y Gasset.

El golpe de Company contra la República

Pero, pocos años después, Azaña acabó atribuyendo a las constantes deslealtades de los nacionalistas catalanes y vascos buena parte de la responsabilidad del fracaso de la República. El punto de inflexión se produjo el 6 de octubre de 1934, cuando el presidente Lluís Companys salió al balcón de la Generalitat a proclamar la independencia de Cataluña.

Tras el estallido de la Guerra Civil, cuando el gobierno de la Generalitat puso en marcha su propio programa revolucionario y fue rompiendo uno a uno todos sus vínculos con la República, mientras los comunistas y los anarquistas de la FAI se mataban entre sí en las calles de Barcelona (como relató Orwell en su Homenaje a Cataluña), Azaña dio cuenta con toda crudeza en sus diarios de su creciente decepción e indignación con los independentistas.

«La desafección de Cataluña se ha hecho palpable. Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado al dominio público», anotó. Y en mayo de 1937, se refirió de nuevo a «las muchas y muy enormes y escandalosas pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad, de chantajismo que la política catalana ha dado frente al gobierno de la República».

El «chantaje» de la política catalana

En septiembre del mismo año, Azaña describía así el caos que reinaba en Cataluña, bajo la autoridad de la Generalitat de la que se habían apropiado los independentistas y revolucionarios: «Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuic, los cuarteles, el parque, la Telefónica, la Campsa, el puerto, las minas de potasa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba…»

Unos hechos de los que Azaña culpaba directamente a los responsables de la Generalitat que se habían declarado respecto a la República «en franca rebelión e insubordinación, y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas».

Tal era la deslealtad de los nacionalistas catalanes, que Azaña llegó a escribir en sus diarios: «Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarán por dar la razón a Franco».

Manuel-azaña
El ex presidente de la II República Manuel Azaña.

Según relata el entonces ministro socialista Julián Zugazagoitia, el presidente del Gobierno, Juan Negrín, se pronunció en similares términos en noviembre de 1938: «No estoy haciendo la Guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Estoy haciendo la guerra por España y para España. No hay mas que una nación: ¡España!. No se puede consentir esta sórdida y persistente campaña separatista y tiene que ser cortada de raíz».

En su réplica, Mariano Rajoy ha aconsejado a Doménech que lea La velada en Benicarló, el texto en el que Azaña vertió en 1937 toda su amargura sobre estos hechos. Con afirmaciones como la siguiente: «La Generalitat funciona insurreccionada contra el Gobierno. Mientras dicen privadamente que nadie piensa extremar el catalanismo, la Generalitat asalta servicios y secuestra funciones del Estado encaminándose a una separación de hecho. Legisla en lo que no compete, administra lo que no le pertenece».

La guerra en «Iberia»

Y añade: «Ya se está viendo la repercusión en la guerra. Mientras otros se baten y mueren, Cataluña hace política. En el frente no hay casi nadie, en Cataluña no han organizado una fuerza útil después de oponerse a que la organizase y mandase el gobierno de la República. Como nación neutral, observa alguno, hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un país del Cáucaso. Estando la guerra en Iberia pueden tomarlo con calma. A este paso, si ganamos, el resultado será que el Estado le deba dinero a Cataluña».

En el segundo aniversario del comienzo de la guerra, el 18 de julio de 1938, Azaña pronunció en el Ayuntamiento de Barcelona un histórico discurso que constituye el mejor alegato a favor de la reconciliación de todos los españoles: «Todos los españoles tenemos el mismo destino. Un destino común, en la próspera y en la adversa fortuna. Cualesquiera que sea la profesión religiosa, el credo político, el trabajo y el acento».

«Paz, piedad, perdón»

Azaña pensaba en el momento en que concluyera la guerra y todos los españoles trabajaran juntos para reconstruir su país: «Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón».

Desde sus ingenuas palabras pronunciadas en 1930, citadas hoy por Xavier Doménech –al que Pablo Iglesias ha intentado convertir primero en ministro de la Plurinacional Nacional y luego en presidente del Congreso de los Diputados–, Azaña había tardado siete años en comprender el permanente cinismo y deslealtad de los independentistas cuyo propósito real era dinamitar la propia República. Lo consiguieron.

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