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Amazon Prime Video

‘Memento mori’: la serie de Amazon lo echa todo a perder y se hunde en tópicos y lugares comunes

¿Por qué tendemos a hacer ficciones tan poco localistas cuando el éxito radica en lo contrario? ¿Por qué ahora mismo existe esa manía de sólo producir adaptaciones de best seller? Estas son las principales preguntas que uno se puede plantear viendo Memento Mori, serie de Amazon Prime Video, un quiero y no puedo ser American Phsyco a lo vallisoletano que camina por todos los tópicos del género: asesino con traumas infantiles, policía triste y con problemas de ira, un criminólogo seco y borde y, por supuesto, una profesora de universidad muy culta, muy joven y muy guapa. La trama parece inventada por la Inteligencia Artificial con todos los lugares comunes del thriller. Está basada en una novela homónima de César Pérez Gellida que, como era de esperar, es bastante más profunda que su adaptación.

El arquetipo Ted Bandy (asesino en serie guapo y rico) lleva siglos en el imaginario del cine, la literatura y las series. De Drácula a American Phsyco, siempre ha llamado la atención la figura del monstruo bello que no tiene necesidad de matar pero que lo hace. El problema es que, en ficción, se suele explicar a la bestia con los mismos mecanismos de siempre (abusos infantiles, pasado traumático…) cuando, en realidad, es mucho más inquietante (y realista) la ausencia de motivos.

Esto mismo pasa en Memento Mori, entrada en la caza de Augusto (interpretado por Yon González) un psicópata que asesina con su correspondiente puesta en escena: canta canciones de Bunbury y deja poemas enrevesados a modo de pistas. Ah, y por supuesto, es guapo, rico y su madre le maltrataba de pequeño. Qué novedad…

Yon González en ‘memento Mori’.

La novela en la que se basa Memento Mori, escrita por César Pérez Gellida (Valladolid, 1974), sí hay un interés y un respeto por las ciencias forenses y el análisis de conducta pero en la serie se limitan a la figura de un criminólogo apodado Carapocha (Juan Echanove) que resulta muy aburrido. También hay un policía de buen ver (Francisco Ortiz) que le hace ojitos a una listísima profesora de la Universidad de Valladolid que colabora con la policía para descubrir asesinos en serie.

Como en España hay tantos, la muchacha no tiene un minuto libre (nótese la ironía). La serie no es mala, simplemente ya la hemos visto. Todo se cuenta de manera obvia, sin giros ni novedades pero es, al fin y al cabo, un producto de entretenimiento sin pretensiones y bien ejecutado. También habría que analizar que, hoy por hoy, casi sólo se da luz verde a las adaptaciones de éxitos literarios, ya que se supone que la historia ya está testeada por el público. ¡Error! El audiovisual es un lenguaje distinto. Pero, con todo, el problema real de Memento Mori es otro.

Juan Echanove en la serie ‘Memento Mori’.

Reivindicar la nuestro

Velvet, La casa de papel, Élite, El silencio de la ciudad blanca, El orfanato y un sinfín de obras más ejemplifican una corriente que, afortunadamente, está decreciendo. Estas obras han sido éxitos internacionales pero son todo menos marca España, se olvidan de localismos propios y nos venden universos estereotipados que dicta la corriente mayoritaria (es decir, la estadounidense). Eso que también hicieron los nórdicos con sus thrillers- vendernos su cultura y costumbres con historias universales- aquí sigue dando miedo.

Es curioso que pase esto aquí, el país de Almodóvar, nuestro cineasta más premiado que siempre ha sabido vender la tierra en la que vive y ha crecido. Hay que dejar de pensar en todos los públicos y ser valientes. Si una historia es buena, si existe una tesis universal, se va a entender aquí y en Filipinas. Veneno, por ejemplo, parece imposible de ver si no se tienen conocimientos del personaje, de la época y de la sociedad española. Los Javis convirtieron su serie en un referente universal. Aprovechemos nuestra cultura y nuestra idiosincrasia para envolver nuestras historias, eso las hará únicas y con diferentes niveles de lectura.

Memento Mori parece que le tiene alergia a lo cercano. Más allá de que muestra la ciudad de Valladolid muy bonita y de las canciones de Bunbury, el espectador no puede identificarse ni con tramas ni con personajes. Es imposible creerse a ese policía y a ese asesino aquí igual que no cuela el instituto pijo de Élite. Una pena.