Adiós al inolvidable Matthew Perry, el actor que nunca quiso ser Chandler Bing
Ha muerto Matthew Perry pero el cinismo de Chandler Bing será eterno. El actor se ha ido; el personaje es inmortal. Él era el gran aliciente de Friends; el cínico, el que transformaba sus traumas en chistes pero, sobre todo, era los ojos del espectador. Por su cara sentíamos la vergüenza ajena y el asombro. Chandler era juez y testigo y sólo él se atrevía a decir lo que pensábamos los demás. Hoy se llora la muerte de un actor que trasladó su dolorosa vida a su personaje. Chandler es tan icónico que enturbió la imagen de aquel que le dio vida. Pero Perry fue mucho más.
Domingo 29 de octubre de 2023 y despertamos con la noticia de que el actor Matthew Perry ha muerto a los 54 años aparentemente ahogado en su casa en Pacific Palisades, Los Ángeles. No se sabe aún qué ha pasado y si eso importa. La leyenda y los rumores están servidos. No es para menos. Friends no es sólo historia de la televisión, es un icono cultural que sigue vivo. Es más, es de las series más caras, hoy por hoy, en cuanto a derechos de autor se refiere. Plataforma que la tiene, plataforma que triunfa. Sus diez temporadas son el lugar feliz de varias generaciones y ese es un peso, quizá, difícil de soportar.
La lucha contra un personaje
“¡Yo no soy Chandler!”, gritaba Perry cada vez que le saludaban por la calle por el nombre de su personaje. Lo contó él mismo en varias ocasiones. Esa era su cara y cruz. Y es que, de Friends, pocos fueron los actores que llegaron a trascender su nombre al de su personaje. Jennifer Aniston ya hace mucho que dejó de ser sólo la Rachel de Friends o “la de Friends”. Cortney Cox (Mónica) ha tenido algún despunte profesional (sobre todo gracias a otro rol mítico como en la Gale Weathers en la saga de películas de Scream) pero el resto lo ha tenido más difícil. Hasta en el día de su muerte, Perry no ha sido Perry. En redes sociales son miles los comentarios del tipo “se ha ido mi personaje favorito”, “se ha marchado el que creó mi filosofía de vida” y un sin fin de lamentos. No, Chandler se fue en 2004 con el final de la serie pero sigue ahí, puedes verlo ahora mismo.
Habría que decir que, aunque el intérprete quisiera alejarse del papel que le dio la fama, Perry siempre tuvo una imagen pública hermanada con la de Chandler. Y es que, este personaje era, viéndolo con perspectiva, una de las mayores claves del éxito de Friends. Ante tanta situación absurda, tantos gags y peripecias histriónicas, Bing representaba el arquetipo del hombre cínico, del testigo que no quiere mojarse. Era la conciencia y el látigo del grupo. El espectador le admiraba por decir lo que nadie se atrevía a apuntar, por su pasotismo, su visión pesimista, pero a la vez lúcida, de la vida. También se le compadecía por sus inseguridades y traumas, los que solía reescribir en forma de chistes. Tenía que enfrentarse a la condena por su pasado y su infancia. Hijo de un matrimonio roto, Chandler tuvo que sufrir que su extravagante y sexy madre (interpretada por la estupenda Morgan Fairchild) besase Ross, uno de sus mejores amigos. La figura del padre era más problemática aún ya que era transexual, lo que supuso un largo periodo de distanciamiento entre ambos (el papel del Charles Bing lo interpretó la mítica Kathleen Turner). Toda esta confusión y dolor provocaron en Chandler una desconexión con la realidad y el compromiso. De hecho, se acostumbró a las relaciones tóxicas. La más famosa de ellas es la que tuvo con Janice (a la que detestaba pero a la que no sabía decirle que ‘no’). Pero los guionistas quisieron reconstruir el personaje dándole una de las grandes historias de amor de la historia de la tele; la que tuvo con Mónica. Y es que Chandler era, en realidad, un personaje muy triste y, como en todas las grandes comedias, es en la tragedia donde reside la carcajada más fuerte.
El galán perdedor
Diez años metido en la piel de un mismo personaje dan para mucho. Se adoptaron, de hecho, muchas cosas de Perry a Chandler y, suponemos, también pasó al contrario. El actor tuvo una trayectoria fructífera en comedias románticas familiares tales como Falsas apariencias (Jonathan Lynn, 2000), Solo los tontos se enamoran (Andy Tennant, 1997), Tango para tres (Damon Santostefano, 2000) o 17 otra vez (Burr Steers, 2009). Esta es la etapa en la que interpretó al arquetipo de hombre heterosexual en plena deconstrucción. Era el galán perdedor, que vecino de al lado que conquistaba por su ingenio.
Drogas, amigos y otras formas de cinismo
Perry quiso apartarse de la sombra de Chandler de mil maneras, incluyendo el alcohol y las drogas, problemas de adicción que él mismo hizo públicos en varias ocasiones. De hecho, interesantes son sus memorias (publicadas en 2022), en el aque, bajo el título de Amigos, amantes y aquello tan terrible, confesaba, entre otras cosas, haberse gastado 9 millones de dólares en tratamientos de rehabilitación, así como una experiencia cercana a la muerte por culpa de una infección de colón que no hizo más que aumentar su gratitud por estar vivo. Lo contaba todo con humor y desparpajo, con ironía y tristeza, tal y como hubiese hecho Chandler.
Pero Perry tuvo otra carrera menos popular pero que merece ser reivindicada. Glosorioso fue su trabajo en la piel del sarcástico (otra vez) Matt Albie en la serie Studio 60 On Sunset Strip, producción creada por Aaron Sorkin. Aquí, el escritor y director exorcizó sus demonios también como ex adicto pero le regaló a Perry el personaje del rescatador y (de nuevo) del que observaba y valoraba. Ese cinismo que siempre le acompañó, hizo que Matthew Perry brillase en papeles secundarios el de Mike Kresteva en The Good Wife, un villano hecho a su medida que utilizaba la amabilidad y el victimismo para cargarse a sus oponentes políticos.
Sí, la sombra de un personaje como Chandler es alargada, puede que ni siquiera Perry pudiese borrarla del todo en su día a día pero lo intentó. Ya no habrá más reuniones de Friends con todos juntos pero sí podremos ver, las veces que queramos, a Chandler odiando Acción de gracias, enamorándose de Mónica o poniendo un rictus estremecedor ante aquel «Oh-Dios-Mío» de Janice. Lloremos por el artista, no por el personaje.