Sociedad
Coronavirus. Historias en primera persona.

La familia de una fallecida por coronavirus: “Señor Sánchez, mi madre no es sólo un número más”

España va camino de los 20.000 muertos por coronavirus. 20.000 muertos con vidas, alegrías, penas, anécdotas, familias, nietos que están por venir o sabiduría que compartir. 20.000 muertos, en definitiva, con nombres y apellidos que no deberían verse reducidos a un certificado de defunción. Al desamparo ante la muerte, un final, por cierto, más solitario al que nos hemos enfrentado jamás, se une el hecho de que los nombres de miles de personas se ajusten únicamente a cifras y a estadísticas. Sus nombres se apilan los unos sobre los otros, sin reflexión.

Mi madre no es un número más, mi madre tiene un nombre, Leo”, se queja amargamente Jose, su hijo y, por cierto, recién estrenado padre de Emma, una niña de cinco meses que, cómo son las cosas, nació el mismo día que su abuela. “En algún momento este Gobierno debe asumir responsabilidades, deben marcharse a su casa, no necesitamos que salgan a decir lo buenos que somos, eso ya lo sabemos, máxime cuando para Pedro Sánchez el único bueno es él”, apunta.

“Mi madre tiene un nombre, Leo”

Leo nació en octubre de 1943 en Peñaparda, un pequeño pueblo de Salamanca. Reinaba entonces una posguerra plena, sin atisbos de comodidad. Era panadera y pastelera, una profesión a la que llegó por casualidad y, sobre todo, por la buena visión para los negocios de su marido, José Antonio. Éste tenía una empresa de transportes y madera que, según explica su hijo, el menor de una familia numerosa de cuatro hermanos, “funcionaba muy bien, tenían para vivir en una época complicada” y, un día, tomó la decisión de diversificar la actividad: montó una panadería que Leo regentaría durante 40 años.  

Era una mujer muy creativa –“siempre tenía soluciones para todo cuando nos ayudaba en los trabajos del colegio”, apunta su hijo–, a pesar de haber nacido en un pequeño pueblo castellano, dotado de gran austeridad, como todo entonces, jamás perdió sus ganas de aprender y curiosear sobre todo aquello que desconocía. Se apuntaba a todas las actividades de Peñaparda. Baile, cante, pintura, bordado… ¡Lo que le echaran! Incluso se confeccionó ella misma el vestido de su boda. “Ella se atrevía con todo”, explica su hijo. Además, era una ávida lectora que leía todo lo que tuviera a mano, daba igual el género o tema que fuera, su obsesión era leer. “Cada noche, antes de irse a la cama, la recuerdo leyendo un libro al lado de la chimenea”, detalla.

Era la panadera, ¿quién no conoce a la panadera de su pueblo?

Poner una panadería fue, además, la mejor decisión que pudieron tener para la economía familiar. Poco después de levantar el cierre, José Antonio sufrió un derrame cerebral que le tuvo en el hospital seis meses, en los cuales Leo no se separó de él. “Cuando regresó a casa sufría amnesia y no recordaba apenas quién era. Nunca volvió a ser el mismo”, dice su hijo. Con su ausencia, la empresa de transportes quebró a principios de los años 80 y Leo, absolutamente sola, se tuvo que hacer cargo de cuatro niños y de un marido totalmente dependiente.

A partir de ese día, aún más si cabe, esta mujer rural salmantina, a la que le gustaba salir al campo a recoger flores, lo único que hizo fue trabajar y trabajar para que sus hijos tuvieran una vida mejor. “Decía que la sociedad avanzaba y que no debíamos quedarnos rezagados, por eso mi madre ha trabajado prácticamente todos los días del año durante cuatro décadas”, explica Jose.

Pero, un día, con el S. XXI recién estrenado, la vida de Leo sufrió un duro revés. Su marido fallecía tras sufrir un infarto y, a ella, apenas seis meses más tarde de decir adiós a José Antonio, le detectaron un cáncer de colón del que tuvieron que operarle en dos ocasiones. “Durante su estancia en el hospital los médicos detectaron que algo no iba bien y, al final, resultó que el tratamiento que seguía para combatir la depresión tras la muerte de mi padre no era adecuado porque no era depresión, sino principios de Alzheimer”, relata su hijo.

Le diagnostican Alzheimer, pero sigue con sus libros

Leo tuvo que jubilarse. El Alzheimer no frenaba su movimiento, todos sabemos que cuando llega habita hasta el final, sin embargo, ella no cejó en su obsesión por los libros ni el canturrreo. Ella seguía leyendo, incluso, cuando ya no sabía leer, porque el Alhzeimer había arrastrado cualquier conocimiento, seguía teniendo libros abiertos en las manos, aunque estuvieran al revés y nada fuera ya legible para ella. “Le preguntábamos qué hacía y ella, mirándonos algo incrédula, nos decía: ‘¡Qué voy a hacer! Leer’”, dice Jose.

Vivió con sus hijos hasta que su situación de dependencia requirió de su ingreso en el Centro Nacional de Alzheimer de Salamanca y, más tarde, ingresó en una residencia en la que ha vivido la última década hasta que el coronavirus acabó con su vida. Leo tenía 76 años.

“Esta generación merece un funeral de Estado”

Jose, además, se muestra muy crítico con la gestión que ha hecho –y hace– el Ejecutivo de Pedro Sánchez. “Esta generación no merece ser olvidada, este Gobierno está intentado deshumanizar la situación, infravalorando las muertes, hablamos de cientos de muertes y, aún así, hablamos de buenos datos. Pero, por favor, que estamos hablando de personas que tenían ganas de vivir y que, además, levantaron con su esfuerzo un país de la nada”, detalla el hijo de Leo.

Cree, y así lo expresa, que este Gobierno en algún momento debe asumir responsabilidades, asumir que la gestión más inútil de la peor crisis sanitaria de los últimos cien años no se puede barrer debajo de la alfombra y humanizar todas las muertes, incluso las no oficiales, como la de mi madre. Todas estas muertes merecen que todos dimitan porque, ellos sí que son un número, 22 + 1 y todos irresponsables”.

“Estas personas”, prosigue Jose en su relato, “merecen un funeral de Estado, que las banderas ondeen a media asta en todo el país y ser honrados por toda la sociedad porque, al fin y al cabo, han sido víctimas de la misma”.