Crisis del coronavirus

Renfe sienta a los pasajeros del AVE con menos de un metro de separación pese a la cuarentena

La operadora pública de ferrocarriles no dispone ni de guantes, ni de mascarillas, ni desinfectantes al servicio de los viajeros.

Las estaciones de Cercanías se saturan en hora punta y rompen la cuarentena del coronavirus

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Joan Guirado

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Estación de Madrid-Puerta de Atocha. Primer día de confinamiento, 18.45h. El bullicio de un domingo normal deja paso hoy al silencio. Medio centenar de personas se disponen a coger uno de los tres trenes que partirá de la capital alrededor de las siete. Sólo un par de vigilantes de una empresa privada, menos de los que hay habitualmente, se hacen visibles en toda la estación. Ningún control sanitario ni policial. Ni guantes, ni mascarillas, ni desinfectantes. Vía libre para escapar.
La única medida de seguridad y prevención adoptada por el personal de Renfe y Adif la observamos cuando nos disponemos a entregar nuestro billete para subir al tren. La responsable de validar el pasaje, pese a estar separada físicamente por un mostrador, se echa atrás para dejar una distancia prudencial de un metro. Con el billete validado nos subimos al tren. Pronto llega la primera sorpresa.
Nos montamos en el coche uno y nos disponemos a recorrer todo el tren hasta nuestro asiento. Nada más subir nos encontramos una imagen que nos sorprende y que choca frontalmente con las recomendaciones o exigencias del decreto de estado de alarma. La empresa pública Renfe, la operadora del servicio del AVE, permite a los viajeros que se sienten de lado sin dejar el metro de seguridad para prevenir la expansión del coronavirus.
No son los usuarios, muchos extranjeros, los que incumplen las nuevas medidas adoptadas por el Gobierno. Están sentados en el lugar que les indica su billete. Pese a estar el tren vacío, ya que viajamos menos de 50  personas, no pasa ningún empleado de la compañía para indicarles que deben sentarse separados para guardar la distancia recomendada.
Al salir de Atocha, una voz nos informa por megafonía que como consecuencia del Covid-19 no se presta servicio de cafetería para evitar el contagio. A medio viaje nos acercamos hasta el coche 4, que alberga este servicio, y comprobamos que es así. Dos empleados están de charla con el revisor. Unas botellas de agua, hoy gratuitas, se sitúan sobre la barra a disposición de los clientes. También hay auriculares. Ni guantes, ni mascarillas ni gel desinfectante para repudiar las bacterias que puedan haber en el pomo de la puerta del baño.
Tras dos horas y media de viaje llegamos a Barcelona-Sants. No era el caso pero, si tuviéramos síntomas de ser portadores del coronavirus, en un abrir y cerrar de ojos hubiésemos sido exportadores locales de la enfermedad. Mientras el Gobierno impone fuertes restricciones a la ciudadanía, confiando en el sentido común, se salta sus propias recomendaciones poniendo en riesgo a viajeros, empleados e incluso la transmisión de un virus que mantiene al país en estado de alarma.
En el viaje de vuelta, pese haber anunciado Transportes y Movilidad medidas restrictivas más drásticas, la situación se repite. En la estación barcelonesa hay menos personal del habitual. En el interior muchos pasajeros y personas sin techo se resguardan de la intensa lluvia que cae el primer día laborable tras entrar en vigor el decreto. Ya dentro el tren casi vacío, de camino a Madrid, la mayoría de los usuarios sentados de dos en dos. Algunos de ellos llegan por separado y se sorprenden al ver que no se guarda la distancia mínima recomendada. Ningún responsable de la compañía se acerca para pedirles que se separen.

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