Sepsis, la complicación que puede correr riesgo de padecer el Papa Francisco
Los signos comunes son fiebre, frecuencia cardiaca elevada, respiración rápida, confusión y dolor corporal
El Papa Francisco cumple este lunes diez días en el Hospital Gemelli de Roma, donde el pasado sábado experimentó un agravamiento de su estado debido a una crisis asmática como consecuencia de la neumonía bilateral de la que ha sido diagnosticado. En la última analítica de sangre, de la que informó el Vaticano, se había apreciado una «insuficiencia renal leve» que en ese momento estaba «bajo control», pero que podría producir una sepsis, como lo ha señalado un reconocido especialista italiano Jorge Gentile en el Il Messaggero, aunque deja claro que el cuadro médico puede ser totalmente «reversible».
La sepsis es un síndrome complejo, difícil de diagnosticar y tratar, inducido por un proceso infeccioso, y que presenta una elevada morbimortalidad, especialmente cuando se asocia a disfunción orgánica y/o shock y no se trata de manera precoz. Esta patología es uno de los motivos más frecuentes de ingreso en el hospital y en las unidades de cuidados intensivos, y a menudo complica el curso de otros procesos.
Cualquiera puede sufrir una sepsis, pero el riesgo es mayor en las personas mayores, las muy jóvenes, las embarazadas o las que tienen problemas de salud. Los signos comunes son fiebre, frecuencia cardiaca elevada, respiración rápida, confusión y dolor corporal. Una sepsis puede provocar un choque septicémico, insuficiencia multiorgánica y la muerte.
Aunque la causa suele ser una infección bacteriana, también puede deberse a otras infecciones provocadas por virus, parásitos u hongos. Su tratamiento requiere atención médica, en particular el uso de antimicrobianos, líquidos por vía intravenosa y otras medidas.
La causa de las infecciones asociadas a la atención de salud son patógenos que a menudo son resistentes a los medicamentos y que pueden provocar un rápido empeoramiento del estado clínico. La resistencia a los antimicrobianos es un factor importante que determina la falta de respuesta clínica al tratamiento, lo que rápidamente puede derivar en una sepsis y un choque septicémico.
Diagnóstico clínico
Las manifestaciones clínicas propias de la sepsis son inespecíficas y variables entre individuos, superponiéndose a la clínica del foco de infección o a la de comorbilidades subyacentes.
Fiebre. Es frecuente pero no constante. Algunos pacientes presentan una temperatura normal e incluso hipotermia (más frecuentemente en ancianos, inmunosuprimidos, alcohólicos, etc).
Neurológico. Son más frecuentes en personas con alteraciones neurológicas previas y en ancianos. Se puede producir desorientación, confusión, estupor y coma. La presentación como focalidad neurológica es rara, pero déficits focales preexistentes pueden agravarse. Así mismo, puede haber disfunción autonómica con alteración en la frecuencia cardiaca y afectación de nervios periféricos (polineuropatías).
Manifestaciones musculares. Las mialgias que acompañan los cuadros febriles infecciosos se deben a un aumento del tono muscular a través de los nervios somáticos y a lesión muscular directa.
Manifestaciones endocrinometabólicas. Acidosis láctica (aunque al inicio puede existir cierto componente de alcalosis metabólica por hiperventilación), aceleración del catabolismo de las proteínas, disminución de los niveles de albúmina e hiperglucemia. La presencia de hipoglucemia junto con cifras tensionales que no remontan con drogas vasoactivas debe hacernos sospechar la presencia de una insuficiencia suprarrenal relativa subyacente. También puede producirse una situación relativa de hipotiroidismo e hipopituitarismo.
Manifestaciones cardiovasculares. Puede producirse daño miocárdico, disminución de resistencias vasculares periféricas con aumento de la frecuencia cardiaca y del gasto cardiaco así como disminución de la fracción de eyección.
Manifestaciones hematológicas. Es frecuente la presencia de leucocitosis con neutrofilia. La trombopenia es un hallazgo muy frecuente asociado o no a coagulación intravascular diseminada. Ante una cifra de plaquetas inferior a 50.000 acompañada a un aumento del tiempo de protrombina y una disminución del fibrinógeno, se debe sospechar una CID cuya manifestación más frecuente es la hemorragia, aunque también puede existir trombosis.
Manifestaciones pulmonares. Se trata de una de las complicaciones más frecuentes. La manifestación más grave es el síndrome de distres respiratorio que se manifiesta con infiltrados pulmonares difusos, hipoxemia grave en sangre arterial (Pa02/Fi02 <200) en ausencia de neumonía e insuficiencia cardiaca. Se calcula dividiendo la presión arterial de oxígeno en mmHg del paciente entre la fracción inspirada de oxígeno. Si Pa02/Fi02 <300 = daño pulmonar agudo.
Manifestaciones renales. El shock séptico se suele acompañar de oliguria e hiperazoemia y deterioro de la función renal que suele ser reversible. El daño renal suele ser de origen pre-renal y en la orina tenemos inversión del cociente sodio/potasio, aunque puede deberse a otros mecanismos como necrosis tubular aguda o la secundaria a fármacos.
Manifestaciones digestivas. Alteración de las pruebas de función hepática. La ictericia colestásica es frecuente que se produzca en pacientes con y sin enfermedad hepática previa.
Manifestaciones cutáneas. Existe un amplio espectro de lesiones cutáneas que se producen por diversos mecanismos: inoculación local, diseminación hematógena, lesiones por hipoperfusión como livideces o zonas de necrosis. En ocasiones las lesiones cutáneas pueden hacer sospechar determinados agentes patógenos.
Tratamiento
El tratamiento de una sepsis es más eficaz si se inicia de manera temprana. El personal de salud debe estar atento a cualquier indicio preocupante y realizar pruebas para el diagnóstico de la sepsis. Posteriormente, deberán tratar de encontrar el origen de la infección. El uso temprano de antimicrobianos para tratar bacterias, parásitos, hongos o virus es esencial para mejorar los resultados frente a una sepsis.
La hipotensión arterial se trata mediante líquidos administrados por vía intravenosa y, en ocasiones, con medicamentos denominados vasopresores, que pueden aumentar la presión arterial. La resistencia a los antibióticos puede dificultar el tratamiento.
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