Epidemia por el porno en el público infantil: provoca adicción, daños neurológicos y agresividad sexual
Seis de cada diez jóvenes en España (62,5 %) consumen pornografía
Los estudios elaborados demuestran que las alteraciones en la transmisión de dopamina pueden facilitar la depresión y la ansiedad
Un certificado anónimo que acredite la mayoría de edad del usuario de una web, pero que no comparta su identidad ni más datos con el proveedor de contenidos es el mecanismo en el que trabaja la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre (FNMT) para impedir el acceso de los menores a contenidos nocivos como la pornografía. Este método liderado por la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) y que se incluirá en una Ley, tratará de alejar a la población infantil de una epidemia que cada vez tiene un mayor número de seguidores a la multitud de páginas que hay disponibles en internet.
Esta tendencia, que incide de manera preocupante sobre el público infantil y que está barriendo España, arrastra datos demoledores. Seis de cada diez jóvenes en España (62,5 %) consumen pornografía -un 72,1 % en el caso de los chicos- y, de estos, casi la mitad admite que consume mucho porno, el 45,8 % y de ellos, el 45,7% reconoce sus intentos por desengancharse sin lograrlo. Así, el 86,3% de los chicos indica que ha consumido porno alguna vez en su vida, frente al 46,7% de las chicas.
Estos datos inaceptables para una sociedad justa y sana han provocado que desde Sanidad se busque la tramitación de una ley que trate de acotar su uso por parte de la población infantil, requiriendo el DNI, entre otros datos.
Pero, ¿qué daños pueden conllevar para la salud? Además de una adicción que puede tener consecuencias graves, los expertos indican daños por la carencia en educación afectivo-sexual, ansiedad y altas dosis de violencia sexual. Por este motivo, el peligro de que se desquebraje el modelo afectivo en este grupo poblacional, es una clara preocupación para los psicólogos.
Uno de los datos más alarmantes en nuestro país señala que uno de cada 10 niños ha tenido su primer contacto con el porno a los ocho años, una edad inaceptable desde todo punto de vista.
Las escenas que se pueden ver en el porno, como ocurre con las sustancias adictivas, son desencadenantes hiperestimulantes que producen una secreción antinatural de altos niveles de dopamina, lo cual puede deteriorar el sistema de recompensa de la dopamina e inutilizarlo de cara a fuentes de placer naturales.
Los estudios elaborados demuestran que las alteraciones en la transmisión de dopamina pueden facilitar la depresión y la ansiedad. Los resultados obtenidos indican que los consumidores de pornografía manifiestan más síntomas depresivos, una menor calidad de vida y una salud mental más pobre que aquellos que no ven porno.
El profesor de Psiquiatría en la Universidad de California en Los Ángeles, Marco Iacoboni, ha llegado a señalar que hay probabilidad de que estos sistemas posean el potencial de estimular el comportamiento violento: «El mecanismo imitador del cerebro indica que nos vemos influenciados automáticamente por todo aquello que percibimos, por lo que cabe la posibilidad de que exista un mecanismo neurobiológico que contagie la conducta violenta».
Maria Ahlin, CEO de Changing Attitudes —una organización que lucha contra el porno y todo lo que sea sexo de pago—, añade una más, en el documental de Dale Una Vuelta: «La accesibilidad es lo que está llevando a la aceptabilidad. Afecta a la cultura y afecta a nuestras actitudes». Ahlin pone el foco en la relación entre consumo de pornografía y violencia sexual: «La investigación no afirma que todos los que ven porno violarán a alguien, pero sí muestra que han aumentado las actitudes sexuales agresivas, y esto implica un factor de riesgo para cometer delitos sexuales. Con este consumo, especialmente los jóvenes, normalizan los actos violentos». Ahlin recalca que incluso el llamado soft porn tiene un efecto en las actitudes de los espectadores y modifica cómo tratan a las mujeres y cómo se entienden a sí mismos y su sexualidad.
Adicción al porno
Cuando desarrollamos una adicción a la pornografía nuestro cerebro cambia tanto estructuralmente como químicamente, y esto se expresa a través de síntomas de ansiedad, estrés, dificultad para concentrarse en determinadas tareas, temor a tomar decisiones, cambios rápidos de humor sin razón aparente, falta de motivación, apatía, menos ganas de socializar, depresión, tendencia a la procrastinación y una sensación de estancamiento en la vida.
Por otro lado, al estar expuestos desde una edad tan temprana a este tipo de contenido, el joven generará una conceptualización de las relaciones sexuales errática. Esto se debe a que, en muchos casos, se trata del primer acercamiento hacia un acto sexual previa a la propia experimentación, convirtiendo lo que ven en pantalla en una conducta sexual estándar.
Mientras más se altere el circuito de recompensa, se requerirá mayor exposición en frecuencia e intensidad de los estimuladores para poder alcanzar el nivel de dopamina deseado. Esto se expresará en una migración de los adolescentes a la visualización de contenidos pornográficos cada vez más peligrosos y nocivos, excediendo largamente los estándares de lo aceptable, alcanzando niveles alarmantes. Los adolescentes que se vean expuestos a estos contenidos con mayor regularidad, los considerarán como normales y empezarán a adquirir conductas de riesgo que, en definitiva, perjudicarán su desarrollo.
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