Cristina Bedmar, profesora de Ciencias de la Salud : «Comer rápido puede incrementar el riesgo de ganar peso»
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Comer rápido es una práctica extendida entre personas con rutinas aceleradas y jornadas laborales intensas. Aunque puede parecer un detalle menor, la rapidez con la que se mastican y tragan los alimentos tiene efectos directos sobre el funcionamiento digestivo.
La comunidad científica señala que esta costumbre está relacionada con molestias gástricas inmediatas y con un mayor riesgo de problemas de salud a largo plazo. Diversos estudios confirman que el tiempo que se dedica a masticar influye en la sensación de saciedad y en la cantidad total de calorías ingeridas.
Las consecuencias digestivas de comer rápido: ¿Cuáles son?
Tomar una comida en menos de 15 o 20 minutos, no masticar de manera adecuada o evitar las pausas entre bocado y bocado son señales claras de comer rápido. Según Cristina Bedmar, profesora colaboradora del máster de Alimentación Saludable y Sostenible de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), esta conducta puede convertirse en un hábito difícil de revertir.
La especialista explica en un artículo universitario que ingerir los alimentos sin dar tiempo al proceso natural de masticación favorece problemas de distensión abdominal, acumulación de gases y reflujo gastroesofágico. Estos síntomas no solo afectan al bienestar inmediato, sino que predisponen a complicaciones más serias si se mantienen con el tiempo.
El organismo necesita unos 20 minutos de media para enviar al cerebro la señal de saciedad. Cuando se come rápido, ese margen no se respeta, y el resultado suele ser una ingesta mayor a la realmente necesaria.
«El hecho de comer más rápidamente puede comportar comer más. No damos tiempo a que las señales de saciedad, que nos informan de que la ingesta es suficiente, lleguen a tiempo», explica Bedmar. Esta dinámica incrementa el riesgo de sobrepeso, obesidad y enfermedades cardiovasculares.
Investigaciones internacionales también han vinculado este hábito con alteraciones metabólicas. Estudios realizados en Japón, Corea y China han mostrado que quienes comen más deprisa tienen más probabilidades de desarrollar diabetes tipo 2 y síndrome metabólico.
Comer rápido está ligado con los riesgos de atragantamiento
El impacto de comer rápido no se limita al metabolismo. En España, los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) revelaron que en 2022 se produjeron 3.546 muertes por atragantamientos accidentales, de las cuales el 11% estuvo vinculado a la ingesta de comida.
No masticar bien ciertos alimentos crudos como zanahorias, manzanas o frutos secos, o ingerir de forma apresurada carne o pescado con huesos y espinas, aumenta de forma significativa el riesgo de accidentes graves.
Esto subraya la importancia de una alimentación consciente y atenta, donde la prisa no debe ser protagonista.
Consejos para reducir la velocidad al comer
Cristina Bedmar propone diversas estrategias para frenar el ritmo de las comidas y favorecer una digestión más adecuada:
- Elegir alimentos que requieran cubiertos. Los bocadillos o batidos suelen consumirse con mayor rapidez.
- Incluir alimentos integrales y crudos. Frutas, verduras y ensaladas obligan a masticar más tiempo.
- Evitar distracciones. Televisión y móviles transforman la comida en un acto automático.
- Comer en compañía. Facilita la socialización y ayuda a ser consciente del momento.
- Separar la comida del trabajo. Comer frente al ordenador reduce la atención en el acto alimentario.
- Planificar las comidas. Dedicar tiempo exclusivo a comer permite diseñar menús equilibrados y sin prisas.
Estas medidas favorecen que la saciedad se perciba a tiempo y que la ingesta de calorías sea más ajustada a las necesidades reales del cuerpo.
El papel del mindful eating
El mindful eating o alimentación consciente se plantea como una herramienta eficaz para frenar la velocidad al comer. Se trata de centrarse en el acto alimentario, sin distracciones, reconociendo los niveles reales de hambre y limitando la cantidad servida en el plato.
Según Bedmar, esta práctica no solo ayuda a identificar las señales de saciedad, sino que también permite disfrutar mejor de los sabores y mejorar la digestión. El proceso digestivo comienza en la boca, gracias a la acción de las enzimas presentes en la saliva; por tanto, masticar con calma facilita los pasos posteriores en el estómago e intestinos.
¿Qué papel juega nuestro metabolismo?
Aunque todavía no existe consenso sobre la conexión directa entre la velocidad de ingesta y los niveles de azúcar en sangre, algunos estudios indican que el tipo de alimento consumido también influye.
Por ejemplo, la respuesta glucémica de beber 200 ml de zumo no es la misma que comer dos naranjas enteras, ni tampoco si se acompaña de pan integral con queso.
De este modo, no solo importa la cantidad de comida, sino la forma en que se consume. La rapidez en la ingesta puede alterar la digestión, retrasar la señal de saciedad y favorecer desequilibrios metabólicos relacionados con el peso corporal y la resistencia a la insulina.
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