Opinión

Vox, ¿la marca verde de Sánchez?

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Es adecuado preguntarlo. En las cercanías del presidente Fernández Mañueco recuerdan  al cronista para responder a esta pregunta la obra de Luigi Pirandello: Así es (si así os parece). Una farsa teatral. Vamos al caso. El verde, que es el color emblemático del partido de Abascal, está mutando curiosamente en estas últimas fechas en un rojo descarnado. No se qué proceso puede realizarse en la paleta de un pintor para que esta transformación se cumplimente, sí se puede apreciar en puro análisis político que hay por los menos tres episodios recentísimos que justifican la realidad del titulo. El primero viene de los estertores del pasado año cuando en la Asamblea de Madrid una cada vez más alterada portavoz de ese partido, Rocío Monasterio, se negó a aprobar los Presupuestos de Ayuso con nula justificación, sólo una coartada de pacotilla, de que no recogía algunas exigencias testimoniales suyas. Lo mismo hizo en el Ayuntamiento de Madrid el brioso intelectual -digámoslo así- Ortega Smith con argumentos idénticos a los de su correligionaria en el Parlamento regional. A los dos les ha importado una práctica higa que, por ejemplo, las cuentas de este año no hayan podido incluir un sustancioso aumento de las retribuciones de los sanitarios que son, como conoce perfectamente cualquier individuo medianamente informado, el objeto de las permanentes protestas de los médicos de Familia y pediatras de Madrid.

Pero sí, estos dos casos mencionados han reflejado lo dicho: la  preocupante apariencia de que Vox, un partido de derecha sin ambages, se ha retratado del brazo y por la calle con lo más extremo de socialismo y el leninsmo español. Lo acaecido en Castilla y León ha confundido a los propios electores moderados del partido verde, algunos de los cuales son tan inteligentes que proclaman verdades como éstas: “El aborto sólo ha sido una disculpa del Vox castellano-leonés para intentar desenchufarse de un PP que no le estaba dejando vida propia en los aconteceres políticos de la autonomía”. Según las informaciones más precisas y desde luego las que proceden de la propia Presidencia de la región, el vicepresidente García-Gallardo se ha portado en este trance con una considerable deslealtad, él era consciente, según ya se ha acreditado, de que en ningún momento existía protocolo alguno que obligara a médicos y pacientes a escuchar los latidos de un feto. Eso era directamente una mentira. García-Gallardo no necesitó para propalar este embuste la autorización expresa -que está claro que pudo no haberla- de la dirección de Madrid, pero lo hizo en la consciencia de que el asunto crucial del aborto es un banderín de enganche de la estrategia electoral de su partido, tan flaca de inciativas interesantes. Así es (si así os parece).

Se le fue la mano al susodicho vicepresidente, y aunque distinguidos dirigentes de Vox confesaran en privado que “todo esto no nos viene nada bien y que va a terminar por volverse contra nosotros”, en público sólo ha existido una tímida matización por parte de Abascal, que se limitó en su momento, y muy contrariado, a afinar que el término “obligación” no figura -lo cual es cierto- en ninguna de las declaraciones de su subordinado. Ahora, cuando ya la marea está cediendo, queda claro que en el cómputo de beneficios y daños, Vox ha recibido más de los segundos que de los primeros. Por lo pronto se ha ha quedado colgado de la brocha cuando el PP le ha cogido la mano y, extraoficialmente, ha amagado con un adelanto de elecciones que a Vox no le favorece exactamente. Pero es que además ya se ha quedado figurado el partido verde botella como uno de los polos de la pinza denunciada: la que se ha establecido entre esta propia formación y Sánchez y sus corifeos.

Y todo por una cuestión en la que Vox y los marxistas-leninistas del país están enfrentados hasta la extenuación. Abascal y los suyos son antiabortistas extremos hasta el punto de que ni siquiera aceptan la primera ley aprobada en los tiempos de Felipe González. Están en su derecho y además creen que esa postura les otorga una gran parte de los votos del electorado español, algo que está muy por comprobar. En el otro polo de la pinza se sitúan los abortistas drásticos, brutales de la infame coyunda entre Sánchez y sus socios estercoleros. Los extremos no sólo se tocan sino que se cruzan ¡Vaya imagen para Vox! ¿Quién les ha hecho creer que esta posición les confiere ventaja en sus lucha, no desmentida, por desbancar al PP de la primogenitura del centroderecha del país?

No hay más que observar cómo lo medios afectos al social-leninismo que nos arrasa han tratado de descomponer cualquier acuerdo entre Vox y el PP para constatar que Moncloa se ha satisfecho por el curso de los acontecimientos: no ha reparado en gastos para presentar a Mañueco como un pobre político en manos de un enloquecido García-Gallardo. Sánchez durante todos los días que ha durado este patético trance ha dictado una orden: todo y todos para presentar a un PP preso de los chantajes de la ultraderecha, vencido y casi desalojado del poder por una partido que le trata de sustituir.

Lo que ocurre es que esta estrategia sólo ha podido estirarse, aunque ha sido bastante, apenas una semana, el tiempo que la mayoría de los españoles se han dado cuenta de que aliarse con el individuo que únicamente tiene por objetivo permanecer en el poder y seguir destrozando España no tiene un solo pase. Poca renta ha extraído Abascal de una crisis en la que, al final, se ha quedado enganchado a la trampa  que le ha tendido el mafioso que todavía nos gobierna. Las sucesivas crisis que ha sufrido su partido parece que no le han valido para entender que su aspiración inicial, la de expulsar al PP del primer puesto del centro derecha para quedárselo él, no le está dando resultado alguno. ¿Cómo vender que en votaciones con enorme trascendencia como las citadas al principio, Vox se queda al lado de la peor encarnación de la sociedad española, el socialismo barrenero de Sánchez, el comunismo feroz de Podemos y demás ralea? Hasta sus más preclaros pregoneros de siempre les están afeando la conducta. Lo peor que le puede ocurrir a un partido, según dejó sentenciado en su momento Tarradellas, es hacer el ridículo. Así es (si así os parece). Que se lo haga ver Abascal para ver si ha caído directamente en esa farsa.