Opinión

El votante de izquierdas

El votante de izquierdas es esa persona que se ha pasado toda la vida creyendo que goza de impunidad moral e inmunidad discursiva por el simple hecho de defender una postura ideológica concreta. Es alguien a quien le han dicho que, ante todo, su misión vital consiste en aportar su cuota de odio para que no gobierne el que no piense como él, aunque el que piense como él sea un ladrón de ética reprobable y hoja de servicios putrefacta. El votante de izquierdas es un ser convencido de concebir una capacidad crítica incomparable, pues sus lecturas, hijas de la LOGSE y su infinito argumentario, suministrado por el partido al que vota y por los editoriales de El País, la SER o La Sexta, engordan su proverbial envidia y rencor a todo lo que suena a España, tradiciones y costumbres.

El votante de izquierdas se levanta condenando a Franco y se acuesta defendiendo a Maduro. Porque así reza el vademécum marxista que los millonarios popes del socialismo dictan. Con la misma intensidad que entierra a ETA desentierra la Guerra Civil en honor al abuelo de Zapatero, porque mientras una es cosa del pasado, la otra debe estar presente cada día en sus oraciones de trinchera. Sabe que la historia que sucedió no obedece a la que le hubiera gustado que sucediera y por eso se afana en intentar desmontarla, una apuesta por el género de ciencia ficción como forma negacionista de reconstrucción. De la II República conoce la versión que ha escuchado en los mítines de Pablo Iglesias, Sánchez y sus todólogos de cabecera, que saben de historia de España lo mismo que del Imperio asirio.

El votante de izquierdas es un tipo convencido de tener una ética superior a los demás porque abandera unas ideas que han representado en el tiempo lo contrario de lo que cree defender. Pero esto, él no lo sabe/no contesta. Es un ciudadano comprometido de palabra con las causas más bellas, pero que en el momento de necesitar su contribución activa expide carnets justificantes de ausencia y omisión. Impone la solidaridad con el dinero de los demás y la caridad con el impuesto de los que más trabajan y se esfuerzan, conceptos borrados hace tiempo de su diccionario revolucionario.

El votante de izquierdas no admite la diferencia de criterios, opiniones e ideas en una democracia. Por no admitir, no permite la discrepancia dentro del pensamiento único, corsé perpetuo con el que quiere imponer al mundo su visión particular de las cosas. Sigue levantándose con el puño abierto y la mente cerrada, porque su ventana a la realidad acaba donde empieza su menguada tolerancia. Considera que el axioma «no hay nada más tonto que un obrero de derechas» es un eslogan soviético diseñado para salir de la pobreza por los mismos líderes de sigla y secta que nunca permitirán tal extremo al trabajador, porque de la pobreza viven y a ella se dedican creándola sin cesar.

El votante de izquierdas no distingue entre equidad e igualdad, y se le convence fácil diciéndole que el saqueo del Estado a su bolsillo en realidad es bueno para él, ya que sirve para pagar sanidad y educación, y si no disfruta de esos servicios es por culpa de los ricos, que no pagan y encima les bajan los impuestos sólo a ellos. Y el votante de izquierdas se va a la cama tan feliz como engañado. Porque al menos no gobierna la derecha.

El votante de izquierdas maneja, por lo general, un vocabulario limitado por su corta visión y escasa formación intelectual. A los epitetos de costumbre: facha, ultraderecha, fascista o franquista, se les une, según el momento y lugar de la discusión, neoliberal, neocon, trumpista o bulo-fango, términos que cacarea con estilo, pero sin el fuelle moral necesario para causar algo más que risa e indiferencia. No ha leído a Goebbels y aún menos a Münzenberg, si bien aplica las mismas efectivas y siniestras técnicas de propaganda. Sin los resultados que ellos cosecharon, para su desgracia, pero no para el partido que, con su confianza en la urna, gobierna el país a golpe de trola y subvención.

El votante de izquierdas es un tipo que parece comer sin ganas y que no disfruta de la vida. Es alguien manifiestamente infeliz por naturaleza, al que todo molesta y que ve en el éxito ajeno una imposición heteropatriarcal y machista. Todo es politizable porque le han enseñado a tener razón por su condición buenista, defensor de causas perdidas y negocios redondos, donde los argumentos y la razón no son importantes, sino cómo percibe la realidad. Así la ve, así es. Es un ser sentimental, ofendidito en su causita fragmentaria, victimizado en función de la rentabilidad que de ella pueda sacar.

El votante de izquierdas, en definitiva, es un amante del lado incorrecto de la historia. Como persona es un ser deconstruido de la lógica y el sentido común, para el que la inmigración masiva, ilegal y descontrolada es buena cuando la sufren los blancos, europeos, ricos y defensores del legado grecorromano y la fe cristiana. En su alienación imparable, comparte deseos con el islamismo más radical y el pijo comunismo más hipócrita. Su progresismo es de salón antiguo, un rasca y gana de incoherencias que se manifiestan cuando el problema le afecta de lleno. Siempre defenderá a la tribu como masa deforme frente al individuo libre y responsable. Su meta es vivir de las rentas ajenas, porque emprender es cosa de millonarios con apellido de preposición. Aspira a la subvención con espíritu ambicioso, y si no llega a ella, siempre podrá montar una asociación de víctimas de (ponga aquí la causita) y a seguir viviendo del cuento, o sea, de ser de izquierdas.