Opinión

La vida y la muerte en el mundo del corazón

El mundo de la comedia fundió a negro cuando, el 3 de enero, falleció el conocido humorista Paco Arévalo, a los 76 años, en su hogar de Valencia. Su velatorio congregó a numerosas celebridades deseosas de despedirse de uno de los grandes de la comedia. Sin embargo, se le prohibió la entrada a Malena Gracia, la última pareja conocida del valenciano. Sus hijos la culpan del deterioro de su padre y de usar su figura para su propia gloria personal.

Los que le conocían creían que Arévalo se dejó morir, poco a poco, tras el fallecimiento en 2015 de Elena, su mujer. Hablan de amor, de un amor en mayúsculas. Una historia que comenzó a los diecisiete años y que el cáncer se llevó por delante. Arévalo consideraba a Elena su amiga, su madre y su esposa. Una mujer discreta, detrás del artista, que le protegía de sí mismo. Y cuando desapareció, él ya no encontró razón para vivir. O si lo hacía, malvivía, como en 2021, cuando dio a conocer su ruptura con Malena Gracia, con la que paseó su desamor por los platós y la acusó de haberle usado por fama y dinero, dos de los grandes pecados de la humanidad. El dinero mancha, y algunos personajes secundarios del mundo del colorín crean noticias para aparecer en televisión e intentar hacer caja. Sin embargo, lo que más llamó la atención en el velatorio fue la ausencia de Bertín Osborne, uno de sus mejores amigos.

«Hablé con Bertín hace apenas dos o tres horas», reveló el hijo de Arévalo después del velatorio. «Tiene COVID y planea venir a pasar unos días cuando se recupere». A pesar de esto, comenzaron a circular rumores sobre posibles desacuerdos, hasta que Osborne los desmintió. «Hemos compartido 42 años de amistad. Fue mi primer amigo en esta profesión. Nuestra vida juntos ha sido como la de hermanos. Cuando José Luis López, El Turronero, me llamó para darme la noticia, casi me desmayo. Estaba en cama y casi sufro un infarto», expresó en el programa En boca de todos, reflejando lo mucho que significaba Arévalo para él.

Solían hablar a menudo, pero hace un mes tuvieron una fuerte discusión por teléfono. Este desencuentro impidió que Osborne pudiera despedirse de su amigo. El cantante se había enfadado con Arévalo por dejarse ir, por permitir que el deterioro físico, los kilos y los dolores le hundiesen en el pozo del desamor.

Se conocieron hace muchos años, en el programa de televisión Un, dos, tres y desde entonces fueron «como hermanitos». Así es como se llamaban. Esto me hace reflexionar sobre lo efímera que es la vida. No deberíamos dejar pasar el tiempo ni acostarnos enfadados. En la amistad, a diferencia de en las relaciones, sólo el amor y la reconciliación valen la pena. Estoy seguro de que, dondequiera que esté, Arévalo entendería y perdonaría al cantante, sobre todo al saber que tres días antes, el 31 de diciembre, Bertín se convirtió en padre nuevamente.

Como relató a la revista ¡Hola!, el cantante no ha hablado con Gabriela Guillén desde julio pasado. Osborne reveló que se enteró de la noticia «al día siguiente» a través de un amigo en común. «He decidido que no quiero ser padre otra vez. No voy a ser padre. Ella dijo que seguiría adelante con o sin mí», explicó, asegurando que al niño no le faltaría nada. Los medios se han lanzado a criticar al cantante jerezano, quien aún se recupera de los efectos secundarios del coronavirus que le han dejado sin voz, forzándole a cancelar un concierto en la Comunidad Valenciana.

La paraguaya y su madre, quien la está ayudando con el bebé, también han tenido varios altercados con la prensa, a quienes han pedido que las dejen en paz. Por ello, decidió emitir un comunicado de prensa: «Desde el 2 de enero de este año, tras el anuncio de mi hijo recién nacido, se han esparcido muchos rumores y supuestas informaciones sin confirmar sobre mí. Algunos medios y paparazzi han hecho un seguimiento exhaustivo de mi madre, invadiendo su vida personal y privada», inicia el comunicado de la modelo colombiana, quien luego dio sus primeras declaraciones a la revista Diez Minutos: «No quiero oír hablar de Bertín».

Eso provocó que, de nuevo, el foco se pusiera en el artista jerezano y que algunos compañeros de los medios de comunicación comenzaran a dudar sobre las dolencias del artista cuando la realidad es que no puede hablar. Bertín lo hará, como siempre ha hecho, de forma equivocada o no, pero si algo demuestra su biografía es que nunca se esconde de los conflictos y los afronta. Este verano coincidí con él en Marbella. Derrocha saber estar y saber hacer, por eso no tengo dudas cuando le definen como una persona de palabra, que no dudará en cumplir con todo lo que le prometió.

El artista, según comenta su entorno, se hará las pruebas de paternidad y, si el hijo es suyo, no dudará en darle la mejor vida que pueda. Se ha hablado mucho sobre si se debe realizar dicha prueba, pero nadie indica que la podría haber solicitado durante el embarazo y ha esperado al nacimiento del bebé. Y no lo hace por desconfianza, dicen en su entorno, sino por dejar todo atado jurídicamente y la corroboración de que es su séptimo hijo le permitirá dejar arregladas las cosas para su futuro.

Así se han pronunciado las otras hijas del cantante. La última ha sido Alejandra Osborne, la mayor de las hijas del presentador con Sandra Domecq, quien ha dicho: «Puede haber hermano, pues sí, puede haber. Todavía no se sabe» y ha añadido: «Gabriela tomó su decisión en su momento, mi padre tomó la suya en su momento, que Gabriela supo desde el primer momento». Y añadió algo que deberíamos comenzar a entender: «Y ya lo que pienso yo, lo que pienses tú y lo que piense el resto es que da exactamente igual porque es una cosa entre ellos dos».

Y, a pesar de que los periodistas opinemos de muchas cuestiones, en algo tan importante como el nacimiento de un bebé, sólo existen dos personas: los padres. Y ellos son los únicos que saben qué pactaron y qué decidieron en su momento. Azuzar a los medios de comunicación con una única versión es fácil en estos momentos. Pero el tiempo pondrá a cada uno en su lugar, porque solo hay una cuestión segura en la vida, la muerte que cuando llega de improviso, como en el caso de Arévalo, es devastadora.