Opinión

El verdugo ejecuta a otro/a fan

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ya van unos/as cuantas. De los socios fundadores del sanchismo el patrón ya se ha cargado, entre otros/as a Carmen Calvo, la vicepresidenta que se creyó intocable, Susana Sumelzo, la aragonesa que le llevó en andas a la Secretaria General del PSOE, José Luis Abalos, al que laminó -y eso no es una especie envenenada- por mujeriego, casi al estilo del inolvidable Tony Leblanc en multitud de películas de los cincuenta y sesenta, y a un entusiasta de primera sangre, el alcalde granadino de Jun, José Antonio Rodríguez, un predicador de sintaxis entrecortada, que durante meses recorrió los platós informativos gritando apologías de un Pedro Sánchez, al que tenía por encarnación actual de Churchill, Metternich o Ronald Reagan, aunque éste al revés. De esos ya no queda nadie. Les mandó al patíbulo sin piedad.

Ahora la última ha sido la asturiana Lastra, una seguidora entregada en alma a Sánchez que sin embargo y, según se cuenta en los cenáculos socialistas, tenía de ella una opinión descriptible, tan descriptible que, cuando le afeaban su apuesta por la todavía diputada el todavía jefe del Gobierno se expresaba caritativamente de esta guisa y con esta guasa: “¡Dejadla, son cosas de Adriana¡”, o sea algo así como decir: “La chica no da para más”.

De pronto, la “chica” se ha marchado porque, sin obedecer a los programas abortistas de su propio partido, se ha quedado embarazada, aunque oficialmente no se reconozca así porque en su comunicado del pasado lunes, su motivo era las socorridas “razones personales”. La verdad es que la desterrada mujer tardó un tiempecito en informar a su país -ahora aterrado por la despedida- de su estado de gestación no reconocido. Los periodistas que siguen, algunos fervorosamente, las rutas, canalladas y piruetas facciosas del aún presidente, Pedro Sánchez Castejón y  de su grupo de monaguillos, conocieron el estado de buena esperanza de Lastra incluso antes de la campaña electoral del PSOE en Andalucía, culminada, ya se sabe, por el estrepitoso éxito de los citados.

Es decir, que Sánchez ha rumiado desde entonces hasta el momento qué hacer con su antigua voluntaria, si bien es cierto -también de fuentes fidedignas de la cofradía del puño prieto- que a Sánchez se le subió la leche cuando desde la casa-madre de Ferraz, le informaron de las continuas disputas entre la señora destituida, y el mandamás Santos Cerdán, técnico electrónico de profesión, y, sobre todo gestor de la venta del Partido Socialista a los separatistas vascos, el principal Bildu con el que se agrupó para apear del poder a Unión del Pueblo Navarro. Como dicen en su pueblo, Milagro. Milagro es que acoja a un sujeto así: “Si te encuentras con él en la calle, cámbiate de acera”.

Pero Sánchez aún no se ha ido a la de los pares; continúa con este probilduetarra que tanto daño está haciendo a la política del Viejo Reino. Ahora, por lo que parece, Cerdán le ha ganado el órdago a Lastra y él, como el finado y aburridísimo Joe Rígoli, sigue. Veremos qué ocurre este sábado en el lanar Comité Federal del PSOE ¿Por cuánto tiempo? Sin fecha: ¡ah, eso depende de engreído Sánchez! Este individuo se está quedando sólo, desprovisto de los socios fundadores de su cuadrilla en la que únicamente permanece el mencionado Cerdán, y sospechosamente la ministra de Defensa, Margarita Robles, ayuna de credibilidad alguna desde que, para cubrir la patraña de las escuchas perpetrada al alimón por Sánchez y Bolaños, destituyó a la directora del Centro Nacional de Inteligencia. El aún presidente precisaba de un chivo expiatorio para colgarse el sambenito y presentarse como víctima de una conspiración fascista internacional y reclamó los servicios de su ministra. Robles continúa apegada a su mecenas, a la espera, digo yo, de que un día, revestida de la dignidad que antes poseyó, aclare por ejemplo cuál fue su papel en la negociación con ETA que patrocinó su ministro de entonces, Juan Alberto Belloch.

Sánchez, Robles, la superviviente, y Cerdán, el conmilitón de Otegui, creen -estoy seguro de ello- que el público en general de este país padece una desgracia de cretinismo que le conduce a seguir soportando, sin rechistar, esta plaga bíblica de su gobernación. Muchas gentes se preguntan: ¿Cómo es posible que, estando cayendo la que está cayendo, con una política cedida al etarrismo feroz y una economía en bancarrota, este individuo se presentara en el Parlamento amenazando por aquí, por acá y por acullá a todos los desafectos (palabra de Franco) y exhibiendo una situación irreal que sólo corresponde a su enorme desvergüenza? La respuesta es fácil: ¿Quién rodea al señorito guapo? pues una tribu de paniaguados encabezados por Marlaska (¿qué fue de ti, pobre hombre?) que le ríen las gracias como si se tratara del payaso más famoso de todos los tiempos: el hombre triste de la silla que atendía por Charlie Rivel.

Ahora la especie que reparten estos y sus otros muchachos peronistas, los que engrosan el grupo de trescientos y pico asesores, es doble: por una parte, que Sánchez ganó el Debate sobre el Estado de Nación; por otra, que fruto de esa victoria está siendo su remontada en las encuestas. Una mentira clamorosa. Déjenme que les cuente esto: según el más acreditado demóscopo del país, si hoy mismo se celebraran elecciones generales, el Partido Popular sacaría a los restos de Sánchez cerca de tres millones de votos.

Los del puño prieto no alcanzarían el 25 por ciento y muy difícilmente pasarían de los noventa escaños. Si alguien va  con el relato de esta verdad a Sánchez puede ser que corra la misma suerte que la de la infortunada Lastra. Por eso el bravucón está instalado en una irrealidad absurda, embustera, sólo alimentada por su monumental e injustificado ego. Pero, ¡atención!: del mismo modo que Sánchez se ha cargado a sus fanáticos más íntimos puede cargarse el momento electoral. O sino ¿porqué ha abordado como un pirata el Consejo de Indra? Puesto a enmerdarse, el verdugo, que ha laminado a sus socios fundadores, podrá intentar el cañoneo de toda la urdimbre electoral. Es la forma de ser de este verdugo sin escrúpulos, necio y arrogante.