Opinión

¿De verdad la derecha sabe lo que se juega?

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Propongo un ejercicio: se trata de bucear en Internet para identificar cuáles son las noticias de preferencia, o sea, las que pueden interesar a los ciudadanos, en dos provincias, una es Región, Murcia, la otra, Badajoz. Ambas, desde mayo, están ocupando las páginas nacionales a cuenta de los pactos para cubrir los gobiernos autónomos.

Empecemos por la segunda, principal capital extremeña que, en vísperas de dilucidarse cuándo será investida la rebelde Guardiola, algo que ha tenido en conmoción permanente a toda la España política, recoge en la edición informática de Hoy como apertura que: «Quince diputados del PSOE y uno del PP tendrán sueldo en la Diputación de Badajoz», también que «Comienza la limpieza de los arroyos Rivillas y Calamón», otra más que refiere que: «La Seguridad Social reclama a Adeba 438.576 euros», una cuarta que se preocupa porque:»Las laderas de la Alcazaba se cuidarán de forma permanente» y una final que anuncia que la cantaora «Esther Merino reivindicará a la mujer en el Festival del Flamenco».

Viajemos a Murcia, donde el jueves, primer día de investidura de López Miras, el principal periódico territorial, La Verdad sí se ocupaba escuetamente de que «Vox da largas al PP», para a continuación no proseguir con la información y señalar que «Arroyo prevé subir el sueldo a los ediles de Cartagena», que «Crece el pulso entre los empresarios y el Ministerio por el Corredor», y que «Una antológica recupera el Almudí». Estos eran los asuntos que los colegas de los dos diarios del mismo grupo llevaban esta semana a consideración de sus lectores.

Si me ocupo de acumular este florilegio no es por un afán supercrítico; al revés, siempre hemos entendido los periodistas que los diarios locales y regionales deben primar los temas más cercanos a sus vecinos. El intento es sencillamente para constatar esta realidad: hay una España endógena, que se mira en el ombligo y que se cuece en la olla de Madrid, y otra muy distinta que desdeña la túrmix de la capital y apuesta por contar directamente, como aconsejaba Antonio Machado, lo que pasa en la calle.

Esta comprobación guarda desde luego una reflexión preocupante y negativa: en esa segunda España parece no existir ahora mismo un interés general por lo que pueda ocurrir el próximo domingo 23 de julio. Eso al menos es lo que refleja una lectura apresurada de sus medios. De aquí que la pregunta sea pertinente: ¿De verdad la derecha sabe lo que se juega?

Permítanme que por una vez el cronista indague en sí mismo para señalar, como está escrito en La España cobarde, «Entre Franco, que dejó a la derecha para el tinte, y entre los socialistas, los soviéticos mugrientos y los nacionalistas enrabietados, y los pantuflones de nosotros, nos hemos quedado sin Nación… Estos españoles que no se sublevan, que no nos sublevamos, no hemos mejorado nada respecto a aquellos demolidos que tan bien, para tan mal, describió la Generación entera del 98».

La derecha que se retrata aquí es presa ahora mismo de un temor reverencial hacia la izquierda, en el fondo lo que ocurre es que tiene miedo a que las invectivas de la siniestra: «Sois unos fascistas» y cosa así, toquen carne en el cuerpo social del español medio. En este momento, y pese a los presagios que nos traen a diario las encuestas, un alipori casi invalidante, invade los temores de un gran número de votantes que denuncian por lo bajo, eso sí, lo terrible que sería una nueva victoria de los Frankenstein, pero que dudan de su voto porque ya se sabe que Feijóo «no es suficientemente duro contra el aborto».

En la izquierda no pasa esto: Sánchez y Yolanda se desprecian, pero no se rebañan las ingles uno a otra. La derecha todo lo contrario y ¿saben por qué? Pues porque la impresión más generalizada es que tan fuerte es el rechazo a Sánchez y a todo lo que representa, como el deseo que posee Vox de acabar con el Partido Popular y viceversa. Esta es patología letal para los dos.

El David de la derecha española sueña en realidad con engullir a Goliat. En algún momento creyó que esa ambición estaba en un tris de cumplirse. En ninguna campaña europea podrían encontrarse tantas diatribas cruzadas entre partidos cercanos como las que se están fotografiando aquí. Muchos españoles afirman sin ambages: «Parece que el PP y Vox se están equivocando de enemigo».

La derogación de Sánchez y su sanchismo, el gran ingenio electoral de Feijóo, no es, o no parece ser, el gran empeño de Abascal, y eso lo notan los electores de uno y otro lado. Aquí y ahora estamos en ese adagio tan español como estulto de «que se joda el sargento que no como rancho». Es decir, y en consonancia con lo antedicho: «mejor que ganen los malos de verdad a que nos arrollen los próximos».

La derecha del momento no ha reflexionado aún sobre lo que se juega el día 23. No sería, si se cumple el peor de los presagios, una continuación pura y simple de los desmanes que Sánchez y sus cuates han perpetrado durante este último quinquenio: sería mucho peor y con un anticipo realmente demoledor: la destrucción de España como Nación eterna, según reconoce la Constitución.

Este cronista sabe perfectamente que, cada vez que se advierte sobre este peligro, hay cautos pusilánimes que reprochan la advertencia con un: «No, que no va a ser para tanto». Es inútil que se recuerden todos los trampantojos que ha urdido Sánchez en cinco años, y, desde luego, sus fechorías y pactos contra natura; al final, lo que prima es que aún se duda de que este narcisista patológico (así lo describen los psiquiatras) vaya a llegar a tan gran pecado histórico. Pero, ¡vaya si llegaría a eso y a mucho más!

Con ser trascendente la destrucción económica del país que ya se está dibujando, la demolición citada es, con seguridad, el peligro seguro que se deduce de la intención de este sujeto indeseable de permanecer en La Moncloa al precio que sea. Por eso, la pregunta del encabezamiento es absolutamente imprescindible. ¿De verdad sabe la derecha lo que se juega? Pues si lo sabe, cosa por demostrar, que actúe en consecuencia, así nos evitará concluir en la noche del 23 afirmando, dolorosamente, esta barbarie: de nuevo la derecha se ha pegado un tiro en su propio tafanario.