Veranos de otros siglos

Veranos de otros siglos
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El mundo fue y será conflictivo. Y ahora también lo es. La cuestión es saber en qué medida cada época es más –o menos- conflictiva. Ahí están China como híbrido entre un totalitarismo y la economía de Estado, Putin como vecino iliberal que no es de fiar, un Trump sin mesura y una Unión Europea que no tiene peso geopolítico. El Oriente Medio, los países emergentes, los gigantes de la era digital: todo tiene sus riesgos. El exceso de futuros agolpándose para dar forma al presente es la constante de un siglo que ni tan siquiera sabemos muy bien cómo ha comenzado.

Cada verano tiene su huevo de la serpiente. En verano de 1936, la guerra civil estalló en España. Mussolini dominaba Italia; Hitler, Alemania; Stalin, la Unión Soviética. En una playa de la belga Ostende coinciden un puñado de escritores alemanas y austríacos, inquietos por lo que va a pasar en su país. Están los amigos Stefan Zweig y Joseph Roth, autor de ”La marcha Radetsky”.

Aquel mundo se desmoronaba fatídicamente. En Ostende, los escritores aún gozan de la sensualidad del verano pero ven el llegar el imperio de la sinrazón. De hecho, en 1914 y también en Ostende, Zweig había visto circular los convoyes militares en una Europa que se lanzaba a la Gran Guerra. Luego, en 1936, Roth supo pronto que la tragedia comenzaba pero su amigo y protector Zweig  seguía con la ilusión de un mundo que no podía dejar de ser estable, como toda gran civilización. Lo ha contado Volker Weidermann en su crónica del Ostende de 1936. Los nazis han tomado el poder en Alemania. Comienza un exilio. “Gobierna el infierno”, escribe Roth. Presiente la muerte y ve su habitación como un sarcófago. Incluso así, en los bistrós de Ostende se respiraba libertad. Un verano limítrofe. Hitler anexiona Austria. Llega la inevitable diáspora. Las tropas alemanas entrarán en Ostende en mayo de 1940.

Hay que recordarlo cuando las crisis de la Unión Europea son interpretadas tan catastróficamente. El mundo sigue y seguirá siendo conflictivo pero dejamos atrás escenarios como el que presenciaron Zweig y Roth. Pasan las tragedias y, en la hoguera de las vanidades, la política sigue consumiéndose fácilmente. A eso hay que acostumbrarse. Es la Europa del verano de 2019. Las combustiones son fulminantes y no dejan ni cenizas. En tiempos hiperactivos, a los políticos por fuerza se les acaba el aliento. Se lo exigimos todo: soluciones de un día para otro, que nos seduzcan y nos rediman. Ellos recurren al “twitter”, a mitos desangelados, a lenguajes sin renovación. Reconforta darles la culpa de todo. Y la tienen en parte, porque subsisten en partidos opacos cuyo ecosistema es decimonónico y en otros casos se suben al púlpito populista. Nos sentimos peor y alguien tiene que achacarlo proféticamente a fenómenos venideros que turban el transcurrir aparente de las cosas. No faltan falsos profetas y por eso no deja de ser cierto que en política hay que ser inteligentes todos los días.

 

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