El último valiente del proceso
Una de las cosas que más me llama la atención del proceso es la debilidad psicológica de sus dirigentes. Por mucho que se comparen con Gandhi, Mandela o Martin Luther King.
¿Estos querían proclamar la independencia? ¿Hacer una revolución? ¿Declarar la República? Es algo que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no me cabe en la cabeza.
Es cierto que las revoluciones las hacían los sans-culottes franceses, los obreros de San Petersburgo, los mineros de Asturias. Y todos ellos eran, en cambio, de clases medias, incluso acomodadas. No se puede hacer una revolución veraneando en la Costa Brava. Las últimas revoluciones burguesas, con excepción de la del proceso, fueron las del siglo XIX.
El último ejemplo es el diputado de ERC Ruben Wagensberg, que se ha pirado a Suiza. El país helvético ya acogió a dos revolucionarias de postín como la número dos de Esquerra Marta Rovira. Aquella que, el día que dictaron previsión preventiva para Oriol Junqueras, dijo varias veces aquello de «hasta el final, hasta el final» poco antes de escabullirse.
Mientras que Ana Gabriel se paseaba por el Parlament con una camiseta en la que podía leerse la frase en catalán «Sense por» («Sin miedo»). Yo la vi también en alguna ocasión puño en alto en el propio hemiciclo.
Al final se fue a Suiza a pesar de que solo estaba acusada de desobediencia. El delito -el mismo que Mas o Torra- no implicaba penas de prisión. La prueba es que hace unos meses volvió y regularizó su situación a la espera de juicio si la amnistía no lo remedia.
Pues lo mismo con Wagensberg. El juez ni siquiera lo había citado a declarar por la causa del Tsunami. Aunque en vista de su actitud me ha venido a la cabeza aquel refrán de que «cuando el río suena, agua lleva». Si eres inocente, te plantas ante el magistrado y le dices: «señoría, aquí me tiene».
Entrevistado tras su marcha en Rac1 -la emisora del conde de Godó, Grande de España-, aseguró que sufría «ansiedad» y que le producía «pánico» volver a Cataluña.
¡Coño!, con perdón de la expresión. Y los catalanes que hemos tenido que aguantar más de diez años la matraca del proceso, ¿qué?
O los que tuvieron que aguantar la ocupación del aeropuerto, los cortes en la autopista, el bloqueo de la frontera internacional de La Jonquera durante tres días, las interrupciones del AVE, los sabotajes en Rodalies o la quema de contenedores durante una semana entera en pleno centro de Barcelona.
Recuerdo que en el 2018, en l’Ampolla, un municipio de Tarragona, los CDR cortaron la autopista durante horas mientras los Mossos se lo miraban. No hicieron no ya ninguna detención sino ni siquiera identificación alguna.
A Ruben Wagensberg le han firmado incluso la baja médica. ¿La baja médica no es para permanecer en el propio domicilio? En teoría es porque estás enfermo. Y desde luego tampoco ha dimitido de su cargo de secretario cuarto de la Mesa del Parlament a más de 7.000 euros al mes.
La misma Mesa -de la cual forma parte el socialista Ferran Pedret- se apresuró a justificar su actitud ante «las graves e infundadas acusaciones de la que es objeto». Luego se quejaran del absentismo laboral.
Con el agravante de que se ha ido a Suiza, meca del capitalismo mundial, al menos del mismo financiero. Yo tengo un amigo suizo y un día me dijo que, para vivir sin estrecheces, necesitas mínimo 10.000 euros al mes.
Tampoco ha elegido para su aventura un país del Magreb o un remoto estado el Tercer Mundo. A pesar de que era un acérrimo defensor del papeles para todos, refugees welcome y, por supuesto, de acoger a menas.
Pero la debilidad psicológica de Ruben Wagensberg es extensible a otros dirigentes del proceso. Hace años Oriol Junqueras ya se emocionó durante una entrevista de radio. Pero es que quien le entrevistaba no era Federico Jiménez Losantos, por poner un ejemplo, sino Mònica Terribas en Catalunya Ràdio. O sea que jugaba en casa.
Sin olvidar otros dirigentes -la propia Terribas, Jordi Turull, el exconsejero de Interior, Miquel Buch- que también han derramado unas lagrimitas en uno u otro momento. Este último fue al enterarse de su cese. Habida cuenta de que el sueldo roza los 120.000 euros anuales y no había terminado no ya la carrera universitaria sino ni siquiera la FP tampoco me extraña.
Mención aparte merecen lo que pillaron depresión. Dicho con todo el respeto para los que la han sufrido en algún momento de sus vidas. Elsa Artadi, alcaldable de Junts por Barcelona, dejó a su partido colgado por una depresión.
Recuperada fue fichada por Fomento del Trabajo Nacional, entidad presidida por el exdiputado de CiU Josep Sánchez Llibre. Pero no me cuadra, ¿la patronal catalana incorpora una de las responsables de la marcha de empresas?
En la misma lista está la entonces alcaldesa de Berga, Montse Venturós, que también dejó el cargo aquejada de depresión. Fue citada a declarar por no descolgar una estelada del balcón del ayuntamiento en unas elecciones. Causa de la que posteriormente fue absuelta.
Pero el día que, a la tercera, declaró lo hizo tanto ante el juez como el fiscal. Berga, casualidades de la vida, es un feudo de la CUP como en el siglo XIX, en plenas guerras carlistas, lo fue del carlismo.
En fin lo dicho: ¿estos querían hacer una revolución? A la mínima les temblaban las piernas o se iban por patas.
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