Trump y la noche de las lágrimas progres

La victoria indiscutible de Trump representa para el resto del mundo un respiro

Trump EEUU

Deja pequeña el covid la pandemia de la que esta madrugada tuvimos un intenso brote, el Trump Derangement Syndrome, el Síndrome de Delirio Antitrumpista. Mea culpa: confieso el intenso placer con el que me acosté esta madrugada, fruto de la riada de lágrimas progres que se ha abatido sobre las redes sociales con la victoria del republicano.

Cojo casi al azar el tuit de un concejal de Bogotá del partido de Petro, quizá por resumir en su vulgaridad el mensaje de todos, el mensaje de la campaña de Kamala Harris: «Gana Trump. Gana el racismo, la misoginia, la xenofobia, el clasismo y el odio. Pierde el sentido común».

Lo divertido de este mensaje, que medio país y medio planeta cree a pies juntillas, no tiene ninguna base en el mundo real. Trump ha sido el primer candidato presidencial en aceptar de primeras el matrimonio homosexual, no ha aprobado ninguna medida que coarte derechos de las mujeres, ha sido el candidato republicano con mayor proporción de los votos hispano y afroamericano. En cuanto a ser «una amenaza a la democracia», los cuatro años de su mandato anterior ya es bastante prueba de lo absurdo de esta acusación, que suena más a proyección de los demócratas que a inclinación de Trump hacia el autoritarismo.

De hecho, Norteamérica ha votado por el sentido común. El ciudadano estadounidense ha votado por poner fin a la marea de locura woke que pretendía cortar amarras con una tradición democrática de siglos que los progresistas del Partido Demócrata han demostrado odiar con verdadera pasión.

Han votado por la paz, por acabar con la guerra eterna y en demasiados frentes que los halcones revoloteando sobre la Casa Blanca del senil Biden han propiciado, hasta llevarnos al borde de lo impensable, la guerra nuclear global. Hoy el mundo es un poco más seguro.

Han votado por poner coto a la ideología de género, con su extraño vodevil de varones, invadiendo los espacios femeninos más íntimos y ganando medallas en las categorías deportivas femeninas.

Han votado contra el tribalismo suicida de la política de cuotas. Bromeaba un tuitero que Trump ha impedido por dos veces la llegada a la Casa Blanca de la primera mujer. Pero si la primera, Hillary Clinton, tenía al menos cierta capacidad en el mal, la segunda, la vicepresidente Harris, era sencillamente cuota, una figura seleccionada por su sexo y su raza, según propia confesión de Joe Biden. La idea de que hay que votar a determinada candidata, incluso a alguien tan poco cualificada como Kamala Harris, por el solo hecho de ser mujer es la última expresión del sexismo más rancio.

Hablando de raza, han votado por acabar con el adoctrinamiento en el sistema educativo de la nefasta Teoría Crítica de la Raza, que postula que Estados Unidos es un error histórico, una creación basada únicamente en la explotación racial, una «enmienda a la totalidad» diseñada para cultivar un destructivo autoodio nacional y crear división en la ciudadanía.

Han votado por detener la invasión por la frontera sur de millones de extranjeros ilegales que, además de convertir la legalidad en una burla, estaba alterando radicalmente el equilibrio demográfico del país, presionando los salarios a la baja, permitiendo la probable entrada de elementos asociados al terrorismo internacional y estimulando el tráfico de drogas.

Han votado por la sensatez medioambiental, frenando al borde mismo de la idolatría calentológica que pretende llevarnos de vuelta a la Edad de Piedra a Occidente (el resto del mundo sigue emitiendo CO2 como si no hubiera mañana, anulando completamente los presuntos efectos de nuestra virtud climática).

Han votado por recuperar aquellas formas, derechos, instituciones y aquella visión de libertades individuales que hicieron de Estados Unidos durante décadas un faro para el resto del mundo.

Han votado, en fin, por el optimismo, por esa confianza en las propias fuerzas que ha caracterizado a Estados Unidos durante sus mejores tiempos, cuando aún parecía tener sentido luchar por el Sueño Americano.

La victoria indiscutible de Trump representa para el resto del mundo un respiro, la certeza de que el futuro globalista de creciente control total y restricción de libertades, de miseria aceptada («… y serás feliz») no es un destino inevitable.

Mientras, que lloren mares.

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