Opinión
PRIMERA LÍNEA

De trogloditas y rodillos

El rodillo es el aceite de ricino que la mayoría troglodita obliga a beber a la minoría que no por ello deja de aspirar a su momento troglodita, cuando le toque. Así pues en esta materia tanto me da que me da lo mismo el color de   la mayoría reinante. Porque negar por sistema el debate, impedir enriquecer las propuestas, obedeciendo a sectarismos, es una completa anomalía que en nada beneficia al conjunto de la sociedad. Pasen y vean.

El troglodita Joan Baldoví, a cuenta de las mayorías, escupía lo siguiente: «Estamos hablando de legitimidad de este Parlamento. La legitimidad la aportan los votos. Y la gente que me votó a mí es tan legítima como la que votó a esta parte de la cámara (señalando a los escaños de la derecha). Por lo tanto respetemos el voto de los ciudadanos. Son todos legítimos. Doce millones votaron esta mayoría (el barullo Frankenstein); diez millones a esta otra (señalando de nuevo a los escaños de la derecha). Por tanto (se pasa el dedo índice sobándose los morros), a callar». Se llama rodillo.

El chitón de Baldoví al centroderecha contradice sus propias palabras pues acababa de reconocer la legitimidad de todos los votos por igual, de todos, y por lo tanto al silenciarlos con tanta chulería –»a callar»- está negándoles legitimidad, y lo peor, está significando su falta de convicción democrática. Esa es la conducta habitual de la izquierda radical y en el Parlament Balear estamos hartos de presenciarlo los últimos siete años y medio. Insistiré en que tanto me da el color político de la mayoría aplicando el rodillo.

Lo de troglodita se lo ha ganado Joan Baldoví por la conga que bailó con Mónica Oltra cuando ya sabíamos de su implicación en el encubrimiento de su exmarido en los abusos a una menor tutelada. No había argumentos de exculpación, solamente bailoteo a la primitiva manera tribal. Lo mismo que ocurrió al inicio de legislatura en el Parlament Balear cuando se derogó la Ley de Banderas de José Ramón Bauzá. De nuevo la conga, liderada por la también troglodita Francina Armengol. Un esperpento; en definitiva una imagen deprimente por su significación y alarmantes consecuencias.  

Qué consecuencias. Nada menos que prescindir radicalmente del contrario, dando la espalda a parte significativa del conjunto de la soberanía nacional. 

La soberanía, nada tiene que ver -como dice la izquierda radical- con tanto masaje llamado voluntad popular. Apelando a esa clase de voluntad, en realidad refieren única y exclusivamente su tropa afín, la excusa perfecta para todos y cada uno de sus atropellos en el nombre de la voluntad de los suyos. ¿De verdad, 12 millones contra 10 suponen el triunfo de la voluntad popular? Es la suma, los 22 millones, lo que en verdad significa soberanía.

Y vuelvo a insistir. El rodillo es una anomalía democrática, sea quien sea el  sujeto que la aplica. Porque la soberanía –esa voluntad manipulada, al no acudir al entendimiento – reside precisamente en los 22 millones de votos.  

Deberían entender los indocumentados progres que la soberanía nacional es la que reside en el pueblo (los 22 millones de votos en definitiva) y eso no tiene nada que ver con la voluntad popular, ese eufemismo a través del cual la izquierda radical pretende perpetuarse en el poder. Por algo será que los regímenes totalitarios de la extrema izquierda apelan a la república popular.

Sepan los indocumentados de la izquierda radical, aquí asimismo el PSIB,  que eufemismo significa «expresión que sustituye a otra considerada tabú». Y para toda esta tropa la soberanía nacional es tabú porque viene a señalar un principio constitucional: la indisoluble unidad de España. Entonces, es normal que el conglomerado Frankenstein prefiera eso de voluntad popular que se ajusta como anillo al dedo a su tarta de compota y marxismo. 

Troglodita a estas alturas del relato es conveniente recordar que refiere a la persona poco sociable, y desde luego poco sociable lo es quien renuncia al entendimiento y se encierra en su caverna, en este caso ideológica. Rodillo  en definitiva, implica castrar una parte significativa de la voluntad popular esa de la que tanto se llena la boca la izquierda radical. La gravedad de tal conducta la resume gráficamente Joan Baldoví al regar de saliva su dedo índice para decir: «¡A callar!». Es una ruin interpretación de la política.

Algo perfectamente entendible tratándose de una izquierda que no persigue la búsqueda de concordia, sino todo lo contrario: la sumisión del contrario, lo que relata sometimiento, o sea, «humillar, subyugar, subordinar el juicio propio al de otro». Dicho en otras palabras: totalitarismo, dictadura.