El tercer mundo nos sigue dando lecciones
Escribe Karl Marx en su libro, 18 de brumario de Luis Bonaparte, una frase: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Lo que no sabía el fundador del materialismo dialéctico es que el proceso al que hacía referencia puede llegar a acontecer en un lapso sumamente breve. A la carta que el presidente de México, López Obrador, ha enviado al Rey Felipe VI para que pida perdón por los excesos que el Imperio Español cometió en América hace más de 500 años, a esta carta, decimos, ha venido una segunda epístola, en este caso remitida desde Sevilla. La Comunidad Islámica Mezquita de Ishbilia, presidida por Yihad Sarasúa, pretende ahora que el Jefe del Estado pida perdón por la Reconquista y que reconozca, agárrense al asiento, “la culpabilidad de las vilezas, expoliaciones, destierros y asesinatos llevados a cabo por órdenes de los Reyes Católicos”.
Realmente, ante ocurrencias así, no sabemos si el señor Sarasúa sólo busca sus warholianos 15 minutos de fama o si realmente habla en serio. En todo caso, quizás convenga recordar un detalle no menor: los musulmanes, en la Historia de España, fueron los agresores; los que invadieron un país aprovechando una situación de grave vulnerabilidad interna. Al cabo del tiempo crearon Al Ándalus; la estructura del poder islámico en la península, donde los no musulmanes –cristianos y judíos– tenían que pagar desorbitantes impuestos sobre sus tierras y, además, para practicar en régimen de confinamiento su culto religioso. Por no hablar de los que directamente fueron esclavizados y sometidos a toda suerte de bárbaras prácticas –muy ilustrativo a este respecto es la poco conocida historia del niño mártir, san Pelayo–.
En cuanto a la pragmática sanción de 1567, quizás convendría igualmente recordar que la población musulmana remanente en España tras la unificación de 1492 vivía en permanente insubordinación al poder constituido, colaborando sistemáticamente con los piratas berberiscos que azotaban las costas del Levante español para practicar el pillaje sobre la población civil y de paso capturar esclavos –si eran mujeres y niños, tanto mejor–. Pero de seguir esta lógica del absurdo del señor Sarasúa, ¿qué sería lo próximo: una carta desde La Zarzuela pidiendo perdón a Riad? Recordar todo esto quizás no tenga mucho sentido porque los tiempos, como diría Bob Dylan, han cambiado. Y sucesos de hace más de quinientos años difícilmente se pueden enjuiciar desde el mundo de hoy. Una penúltima precisión: el perdón se ofrece y se recibe libremente. Impuesto o exigido, no es perdón.
Cenizas a las cenizas, polvo al polvo. Que los muertos entierren a sus muertos y tengamos la fiesta en paz.
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