Si quieren electricidad, que la pidan

Fueron horas de ebullición retórica y argumentario denso para explicar a los españoles por qué no somos Venezuela, aunque ya todo empieza a oler y parecerse a la dictadura bolivariana. En las formas del poder, la manera de gobernar, el control de medios e instituciones, el insulto diario a la mitad del país, la gestión económica, la pobreza creciente y la colocación de amigos y analfabetos del partido en empresas públicas. También, en las excusas para no pedir perdón y en culpar a todo el mundo menos a los verdaderos responsables. Todo recuerda al régimen de Maduro, hasta compartimos al tipo que hace de puente entre los dos autócratas, ese fosfeno maldito que abrió las trincheras del odio y la guerra civil. Perdonen que no nombre al diablo.
Entre jefes de prensa, asesores de runrún y lacayos mediáticos, se conjuraron para explicar lo inexplicable y justificar lo que no tenía justificación. Beben, como su jefe y amo, del abrevadero del odio, y por ello no se les revuelve nada en su estómago cuando de mentir se trata, porque se casaron con el engaño antes que con su profesión y talento. En tantas palabras insignificantes, faltó una reflexión con significado, que, tratándose del personaje, hubiera refrendado el apagón con broche de oro: «Si quieren electricidad, que la pidan». Fue lo que le faltó a Pedro Sánchez esputar en su simulacro de rueda de prensa oficial el día en que su ideología sectaria alcanzó el cenit. Aunque tampoco hubiera sorprendido que apareciera el Fernando Simón de la electricidad henchido de portavocía sobrevenida diciendo eso de «sólo se apagarán tres o cuatro hogares, como mucho».
La oscuridad es un fenómeno físico que supone alcanzar un nivel bajo de luz, según nos dicta la ciencia. La España que plegó velas el martes, se despertó de nuevo con los plomos fundidos de rebeldía, inmune a la sucesión de escándalos, crédula -la mitad de ella- en la versión oficialista de unos dirigentes tan poco preparados en la gestión como expertos en al saqueo de las arcas públicas. El Gobierno de España, lleno de científicos consolidados y reconocibles en el consejo de ministros (sic), decidió incluir, en su elaborado y sincero argumentario de rigor, las reflexiones de Einstein cuando afirmaba que «la oscuridad no existe, porque en realidad significa ausencia de luz». Lo han repetido tanto que hay quienes defienden que lo vivido es necesario para seguir prendiendo el interruptor cada día. Es el paso previo a que nos digan que pasar hambre es imprescindible para volver a comer. Y así, el día que comamos, lo agradeceremos más. En el manual socialista, es la fase última de deterioro social, previo al comunismo en toda su extensión. Ya están aquí.
Es el ejemplo perfecto que explica por qué el socialismo es una enfermedad mental y del alma. Ahí tenemos el caso de Argentina. A pesar de la gran mejoría económica bajo mandato de Milei, eliminada la corrupción sistémica y el parasitismo funcionarial y social, aún hay un veinticinco por ciento de argentinos que votarían por el regreso del kirchnerismo, aunque se demostrase que, bajo sus gobiernos, se robó lo más grande. No les importa. El gran triunfo del socialismo es hacer ver a millones de personas su bondad incomparable y que sólo bajo sus programas, alcanzarán la tierra prometida: son los votantes zombies, almas en pena que aceptan su desgracia a cambio de alimento coyuntural y libertad vigilada.
Al psicópata que nos gobierna no le importa que España se caiga y apague su progreso, porque antes se irá él, llevándose la ideología y el dinero de quienes imponen una agenda tan sectaria como improductiva. La decadencia de una nación no llega de un día para otro, ni se apaga entre la noche y el amanecer. Es un proceso paulatino en el que vemos una disfuncionalidad tan lenta como constante. Desde que España se fundió a negro, el Gobierno se ha dedicado a echar las culpas a los técnicos, los únicos que saben lo que hacen, que no tienen carnet del PSOE, que opinan con criterios profesionales y que no se pliegan ante el argumentario mentiroso de Moncloa. Mientras Sánchez y Ribera, responsables de la Dana en Valencia y la pobreza energética en España, por acción y omisión, defienden la energía nuclear en Europa, se dedican a impedirla en España. La pregunta no es por qué, sino cuándo volveremos a sufrir el siguiente apagón eléctrico. Porque el apagón moral, económico, político y, sobre todo, social, lo sufrimos ya hace tiempo. Y ahí, seguimos, a oscuras.
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