Si lo de Begoña no fuera delito habría que cambiar la ley
Pedro Sánchez es como el típico niño matón de colegio que abusa, insulta y maltrata a todos los que se dejan, pero que en cuanto alguno le hace frente se tira al suelo y se echa a llorar pataleando y fingiendo que le han pegado. Durante la campaña electoral argentina de 2023, nuestro presidente del Gobierno se manifestó en apoyo del peronista Sergio Massa frente, dijo, a la «estridencia» de Javier Milei: «Ojalá que gane Massa y no gane Milei». Cuando Milei resultó ganador, Sánchez se negó a felicitarlo y su vicepresidenta y ministra Yolanda Díaz dijo que era «un día triste para el bloque democrático». Un mes más tarde, cuando Milei tomó posesión de su cargo, Sánchez se negó a asistir y ni siquiera envió a ninguno de sus ministros.
La semana pasada la misma Yolanda Día se refirió a él diciendo que «Milei y otros gobiernos del odio vuelven con los recortes y con el autoritarismo; la política del odio no quiere acabar con la pobreza, lo que quieren es acabar con los pobres». Hace 15 días, el ministro Óscar Puente se grabó acusando a Javier Milei de drogarse, de «ingerir sustancias». El sábado, la ministra Diana Morant, hablando por boca de Pedro Sánchez, dijo que Meloni y Milei representan «regímenes fascistas que este fin de semana han organizado un aquelarre en Madrid con Milei como padrino político». La ministra Teresa Ribera ha dicho que «Javier Milei es uno más en el aquelarre de la ultraderecha global». Pedro Sánchez no ha cesado a ninguno de sus ministros por insultar gravemente a Javier Milei.
Pero los insultos de Sánchez y sus ministros no han ido dirigidos sólo contra Milei. En su sesión de investidura en el Congreso de los Diputados, Sánchez acusó a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de «corrupta», a lo que ella respondió, mascullando, «me gusta la fruta». En febrero, desde Marruecos, Pedro Sánchez llamó «corrupto» al hermano de Isabel Díaz Ayuso, cuando las dos causas abiertas contra él han sido archivadas. En marzo, durante una sesión de control al Gobierno, mientras la vicepresidenta María Jesús Montero se hacía eco de un bulo que implicaba a la esposa de Alberto Núñez Feijóo en el cobro de subvenciones de la Xunta de Galicia, Pedro Sánchez gesticula desde su escaño haciendo creer que tenían más información contra ella, diciendo «y hay más cosas, más cosas».
Además, no todos los insultos afectan del mismo modo a Pedro Sánchez. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, celebró que su país había podido «liberarse del yugo español y acabar con un régimen productivo de esclavistas». El presidente de México, López Obrador, ha requerido a las autoridades españolas pedir perdón a los pueblos indígenas por la «imposición» y el «saqueo» de la «ocupación militar» de hace 500 años. También propone una «pausa» en la relación bilateral entre ambas naciones por el «saqueo» que, según él, han cometido las autoridades y las empresas españolas en México en las últimas décadas.
En su toma de posesión como presidente de Perú, Pedro Castillo habló de «tres siglos de explotación cuando perteneció a la corona española». A finales de 2020, el primer ministro de Marruecos dijo que Ceuta y Melilla «son marroquíes como el Sáhara» y Marruecos incluye a las dos ciudades españolas en el mapa oficial de su territorio que luce en su Embajada en Madrid. Ni con Colombia, México, Perú, ni con Marruecos ha roto relaciones el Gobierno de Pedro Sánchez ante sus continuos insultos a España.
Pero cuando Milei habla de las diligencias previas abiertas en el Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, en las que se investiga a la mujer del presidente del Gobierno por tráfico de influencias y corrupción en los negocios, Pedro Sánchez, puño de hierro y mandíbula de cristal, se tira al suelo llorando y pataleando y manda a sus ministras a defender su honor de doncella ofendida, como si la nación española hubiera sido atacada por un enemigo extranjero que sólo habla de su mujer. A mí Sánchez no me da ninguna pena, los indicios son tan claros que, si la Justicia española no aprecia ningún delito en la actuación de Begoña Gómez, eso sólo va a significar que es urgente cambiar las leyes para que, en el futuro, ninguna mujer de un presidente del Gobierno pueda volver a aprovecharse de su estatus, como está haciendo con todo descaro la esposa de Pedro Sánchez.
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