Opinión

¿Y si el amor de tu vida es ChatGPT?

  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

No me da miedo que la IA me quite el trabajo. Lo inquietante es que esté empezando a restar afectos. Como en una la Carta (postmoderna) a los Corintios, podríamos decir que Chat es paciente, Chat es servicial; no es envidioso, no presume, no se engríe. No es descortés ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal. Todo lo espera, todo lo procesa, todo lo soporta. Chat no pasa jamás…. Y si el amor, como escribió Pablo, «nunca deja de ser», quizás Chat sea la versión hiperactual de las relaciones interpersonales: sin alma, pero sin errores.

Lo sabe cualquiera que use Chat con frecuencia; habrá notado que funciona mejor cuando se le habla con cariño. «Gracias, Chat», «perdona si es mucho». No se trata de cortesía digital: hay quien ya ha establecido con su inteligencia artificial una relación más afectiva que con muchos congéneres y es normal: no se ofende, no se cansa, no interrumpe… Está disponible. Escucha. Y responde. A todo. A cualquier hora. Sin ironías. Sin bostezos. Sin cambiar de tema. Chat no tiene humanidad, pero tiene algo más deseado últimamente: modales.

Cada vez más personas, sin decirlo, se desahogan con su IA. Le preguntan si están siendo crueles, si la respuesta de sus hijos ha sido demasiado y merecen un castigo, si una idea suena inteligente o pretenciosa. La IA funciona ya como diario íntimo interactivo, como mentor infalible, como coach emocional con acceso ilimitado a literatura, neurociencia y sabiduría doméstica. Y lo hace sin cobrar, sin juzgar y sin irse de vacaciones.

Como empleado, la inteligencia artificial roza la utopía: no llega tarde, no pide días libres, no hace pausas para mirar el móvil, ni se coge una baja de un año por un esguince mental mal diagnosticado. No delega, no se queja, no pone excusas. Trabaja en domingo, a las tres de la mañana o durante tus vacaciones en Formentera, y lo hace con eficacia, dando su mejor versión y sin pedir aumento de sueldo. Frente al drama burocrático de contratar humanos—contratos, nóminas, cotizaciones, enfermedades, bajas sospechosas—, la IA ofrece la fantasía empresarial del colaborador ideal: brillante, discreto y, por ahora, sin derecho a sindicato.

Me pregunto cuánto falta para la IA con piernas. Los expertos aseguran que el siguiente paso es inevitable: la IA corporalizada. Ya hay humanoides que caminan, que saludan, que recogen una taza y la colocan en el lavaplatos. La piel sintética está en pruebas. La mirada cálida, con sensores, en desarrollo. El software conversacional—ese que ya dice “ajá” con intención, que respira, que susurra cuando detecta tristeza—ya está entre nosotros. Falta, simplemente, que le pongamos cuerpo. Y que podamos pagarlo. ¿qué tal un precioso perro IA que no hay que bajar tres veces a la calle, un perro pirolítico?

¿Quién no recuerda aquel capítulo de Black Mirror en el que una mujer enviuda y recibe en casa una versión androide de su marido fallecido, fabricado con todos los datos que él dejó en internet? Es perfecto. Atento. Amable. Y ahí empieza el horror. No porque la suplencia sea fallida, sino porque es demasiado buena. Demasiado exacta. El humano real, con sus errores, con su torpeza, con su rabia, queda expuesto como algo primitivo.

Quizá eso sea lo que inquieta. No la IA en sí, sino el espejo que representa. La prueba de que no echamos tanto de menos a los otros como creíamos. Y para eso, el algoritmo es mucho más eficaz que el marido, el hijo, el amante o el terapeuta. Lo decía Lord Byron en el epitafio de su perro, y sirve también para este presente inesperado: «Todas las virtudes del hombre sin ninguno de sus defectos…».

A este ritmo, pronto dejará de parecer raro que alguien prefiera pasar la noche con un androide de piel templada y conversación infinita antes que enfrentarse al espanto de una cita Tinder.

Al principio fue Siri. Luego Alexa. Después Chat. El siguiente paso será Orión: con torso a medida, labios carnosos, memoria infinita, manos acariciadoras, sentido del humor y… lo que tú quieras. Si alguien dice que no lo desea en casa, será porque aún no lo ha probado.