Opinión

Sánchez: el ocaso del antilíder que quiso gobernar

Todas las conferencias sobre liderazgo se dedican a los grandes líderes, hoy más que nunca quiero hablar del antilíder, de esta forma podremos entender algunos de los errores cometidos por Pedro Sánchez.

¿Qué es un antilíder? Un antilíder es aquella persona que cree que es un líder cuando en realidad su gente lo reconoce sólo por miedo y conveniencia.

Es quien por tener más poder cree que es un líder y trata a sus subordinados como tales, subordinados.

Es quien confunde “autocríticas” con “protestas”; que se rodea de asesores y directivos complacientes que le hagan la pelota y le digan a todo que sí. Que prefiere gente débil a su lado y que no le lleven la contraria nunca; que desconfía de todo, con manía persecutoria; que en beneficio propio sacrifica los intereses generales.

Pero el antilíder puede convertirse en un gran líder. Para hacerlo debe salir de su zona de confort, de todos los egos y las comodidades. ¡Mostrarse como es! ¡Abrirse a los demás! Sánchez podía haberse trasformado en un gran líder, pero perdió la oportunidad víctima de sus barreras emocionales y de la falta de colaboradores de nivel a su lado.

132 votos en contra por tan solo 107 a favor, la cruel derrota de nuestro antilíder.

Y Pedro dimitió…

En las horas previas a su ‘ejecución política’, Ferraz, ‘Sancta Santorum’ de tantas batallas libradas por el PSOE, se incendió en una batalla campal que duró 13 bochornosas horas y que constituyeron toda una vergüenza para el socialismo español. Hubo de todo: boxeo entre los más débiles y tensiones entre los más íntimos enemigos… de una misma familia. Fue una pelea de gallos, una auténtica guerra fratricida para votar lo que se quería y no votar lo que se rechazaba. Por no haber no hubo ni orden del día. Los pedristas pretendían tan solo un pronunciamiento que fijara la fecha de unas primarias y un Congreso extraordinario. Era la propuesta de una Ejecutiva que para los disidentes había perdido su legitimidad porque ya no representaba a la totalidad del partido. Así se lo dijo el aragonés Javier Lambán a Pedro Sánchez: “Tú ya no eres nuestro secretario general”. Sánchez, calló.

No hubieran sido necesarias esas 13 malditas horas para llegar a una decisión que, finalmente, ha dejado abrasado, sangrante y herido de muerte a un partido con 137 años de historia —a veces gloriosa y a veces tempestuosa— a su espalda.

‘Sábado sangriento’

Pero nada de eso parecía tener validez durante la aciaga jornada del pasado sábado. Los 253 miembros del Comité Federal y varios cientos más de militantes y simpatizantes convocados al efecto —cuando no traídos de algunas provincias— por la Ejecutiva sanchista y ocupando los aledaños de la sede de Ferraz al grito de «fascistas» y «golpistas» hacia los críticos, escribieron una de las páginas más negras del socialismo español. Rabia, gritos, amenazas e incluso lágrimas… las de la ‘lideresa andaluza’ —en uno de los momentos de mayor tensión del Comité— y una inevitable sensación de impotencia instalada ya, durante quién sabe cuánto tiempo, entre todos aquellos que siguen amando al partido de la rosa. Su partido de siempre. Un Comité Federal ciego, veteranos incrédulos… caras demacradas y un secretario General atrincherado frente a unos críticos que deberían haber estudiado bien —o tan siquiera leído— la obra de Curzio Malaparte: ‘Técnicas de un Golpe de Estado’. Jamás una oposición fue manejada con peor técnica política, chapuza sobre chapuza, aliñada con olor a pepperoni traído por las pizzas que se amontonaban en cajas de cartón por los pasillos.

Urnas ocultas… Caos

El desbloqueo de la situación llegó, como suele suceder, tras los momentos más caóticos. Fue cuando el ya exlíder y sus adláteres tuvieron la idea más descabellada: colocar tres urnas “semiescondidas” tras una cortina e imponer el voto secreto a sus tesis. Una improvisada votación, sin censo reconocido según denunciaron los críticos y rechazando la mano alzada, que daba pánico a los ‘sanchistas’, sabedores ya de que la transparencia les haría perder, como así sucedió. Una nueva demostración del antiliderazgo de Sánchez y, de paso, de su temeridad. Arreciaron los gritos de «pucherazo». El propio Pedro, haciendo alarde de todo un harakiri político,  fue el primero en introducir la papeleta en la urna. Fue el último clavo en su ataúd político…. al menos por el momento.

Malditos personalismos

Ahí concluyó cualquier posibilidad de negociación. Hubo más gritos y también palabras cuerdas de veteranos como Josep Borrell que trataban de imponer cordura en medio de tanta locura. Exigencias a Sánchez de que parara semejante esperpento antidemocrático. Hasta Susana Díaz subió al atril para hacer un llamamiento a la calma, invocar la historia del partido y pedir que aquello no se planteara como un pulso entre Sánchez o ella porque lo que había en juego era mucho más que una simple batalla de personalismos. ¡MENTIRA! Esta siempre ha sido una batalla de personalismos y NO una lucha de programas, ideas o proyectos políticos. Eso es lo que ha hundido en la miseria al PSOE. Una vez más ha quedado demostrado que la egolatría es lo que rompe los partidos y destroza las organizaciones.

Los críticos entraron en Ferraz sabiendo que iban a ganar, que eran mayoría… pero Sánchez NO quiso aceptar, una vez más, su derrota. Su resistencia, su resiliencia, demostrada a lo largo y ancho de los dos años y medio que ha permanecido al mando del PSOE, no podían faltar en este caso. Temeroso y valiente a la vez —algunos le tacharán, sin más, de temerario— se dirigió al Comité para proponer la readmisión de los dimisionarios de la Ejecutiva. Una añagaza que tenía por objeto dinamitar el Comité Federal y ganar tiempo una vez más. Lo justo para cerrar un acuerdo con Podemos y los independentistas. O si esto no era posible, alcanzar la disolución de las Cortes y proclamarse candidato a nuevas elecciones.

‘Coaching’ para Sánchez

Existen dos tipos de liderazgo: uno fuerte y eficaz, y su opuesto, débil e ineficaz. Este segundo tipo hoy tiene un nombre: Pedro Sánchez. Secretario accidental aupado a Ferraz por la misma Susana Díaz y su seguido, nunca aceptó las derrotas. Y como nunca las consideró como suyas, nunca pensó en dimitir. Rompió los puentes con todos los secretarios regionales, se enrocó en su torre de marfil rodeado de pocos asesores complacientes que alimentaron sus obsesiones e inseguridades emocionales llevándolo a aislarse de todos.

Pero la falta de liderazgo también es extensible a Susana Díaz y el resto de pesos pesados que, hasta ayer, no fueron capaces de pararle los pies cuando aún no era demasiado tarde para poder mantener la unidad en el partido.

La falta de estrategia y de sentido común de los críticos se volvió a ver el sábado con toda claridad cuando, como respuesta a las urnas semiocultas de los pedristas, se pusieron a recoger firmas para impulsar una moción de censura a una Ejecutiva que habían dicho no reconocer… ¡Una contradicción absurda! Sumaron más del necesario 20% aunque la iniciativa no fue admitida a trámite porque la reprobación no estaba en el orden del día. Eso sí, les sirvió para ‘puntear’ que, por si había alguna duda, ya eran clara mayoría.

Este funeral rojo nos deja un partido roto. Dividido entre militantes y cuadros directivos. Entre imitadores podemitas y socialdemócratas más perdidos que nunca.

En opinión de Sánchez, la votación de su expulsión lo que entierra es el NO a Rajoy, no la celebración de un Congreso Express. Veremos si el próximo Comité Federal tiene redaños para consensuar una abstención a Rajoy, aún a riesgo de las dentelladas de los de Pablo Iglesias, o si en cambio persiste en su NO y carga con la responsabilidad de concurrir a unas terceras elecciones, cuyos resultados se antojan desastrosos. Pedro Sánchez, mientras tanto, nos dirá pronto si renuncia a su escaño en el congreso y si se presentará a unas futuras primarias.

Queda un partido devastado que tardará muchos años en recuperarse de dos años de delirio, derrotas y personalismos en los cuales, a día de hoy, no hay ganadores. Sólo un perdedor: el PSOE y su gente.