Opinión

Sánchez se compra 9,2 millones de votos

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Que España avanza por la senda de Venezuela no es algo que ni aquí, ni ahora, pueda discutir nadie con una pizca de sinceridad, sentido común y objetividad. Tan cierto es que aquí los comunistas lo tienen más difícil porque formamos parte de la Unión Europea como que eso me suena al “aquí no pasará nada, somos el país más rico de Sudamérica” con el que se descolgaba a modo de excusa la sociedad civil en los inicios del chavismo. Cuidadín, pues, porque eso de que nuestro sistema de libertades es intocable no deja de ser una memez como otra cualquiera: la libertad hay que defenderla día a día, metro a metro, barrio a barrio, provincia a provincia, por tierra, mar y aire, que diría ese gran Churchill al que llamarle político constituye un insulto si la comparación se establece con los actuales profesionales de la cosa.

Anticipé aquí que de toda la vida de Dios en los gobiernos de coalición mandan siempre las minorías chantajeando al pez grande como si no hubiera un mañana. Y corroboro ahora que, desgraciadamente, he tenido razón. Podemos S.L. tiene la sartén por el mango por la perogrullesca razón de que pueden hacer caer a sus socios cuando les dé la realísima gana. En la misma línea, pronostiqué también que el presidente de facto sería Iglesias, que Sánchez sería un títere en sus manos y en este apartado tampoco me he equivocado. Para pavor mío toda vez que el multimillonario de Galapagar me ha amenazado, hace un mes para más señas, con meterme en la cárcel.

La preguntita del CIS, invitando a censurar a los medios de comunicación y a fiarlo todo a las fuentes oficiales, dibuja como ayer escribía Juan Carlos Girauta “un golpe de Estado”. La primera libertad que se cercena cuando se transita de una democracia a una dictadura o autocracia es la de expresión. Ésa fue la hoja de ruta de Chávez: primero cerró los medios libres, al ver que el camino quedaba expedito y libre de toda crítica, metió mano a la independencia judicial, y más tarde se dedicó a robar la propiedad privada en compañía de sus compinches narcoterroristas. Este relato no es una hipérbole sino simple y llanamente la Historia de Venezuela de 20 años a esta parte. Nada que ver con el cuento de Disney que Iglesias, Monedero y demás gentuza hacen de esta tragedia democrática, económica y social.

Una de las prácticas que más molaban al narcodictador Chávez, al que Satanás tenga en su gloria, era la compra del voto popular. Con cargo al erario, claro está. El militar venezolano tuvo la suerte de que el barril se situó en el epicentro de su mandato, allá por 2008, en los 150 dólares, lo que proporcionó billetes en cantidades industriales para asentar su satrapía. Ciento cincuenta dólares por barril dice bastante pero más aún si tenemos en cuenta un detalle capital: Venezuela cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo por encima de Arabia Saudí. Increíble pero cierto en una nación que ahorita mismo muere de hambre.

Chávez llegó a sumar 10 millones de personas subsidiadas en una nación que no llega a los 30 millones de habitantes

Los monumentales ingresos por petróleo permitieron a Chávez y sus narcosecuaces cumplir varios objetivos: forrarse hasta colarse en el top 50 de ricos mundiales y tener contentas a las capas más bajas del país vía ayudas públicas. El padre de la tiranía bolivariana llegó a sumar 10 millones de personas subsidiadas en una nación que, conviene no olvidar, no llega a los 30 millones de habitantes. Concretamente, se sitúa en los 28 millones, cifra oficial que no sé si tiene en cuenta o no a los 5 millones que se han exiliado a Colombia, Ecuador y Perú huyendo de la represión y la miseria.

Es decir, Chávez, el financiador y mentor de Iglesias, Monedero y demás calaña, tenía comprada a más de un tercio de la población. Y que no me cuenten pamplinas de que hay mucha pobreza en Venezuela porque una nación con la mayor acumulación de petróleo en el subsuelo dispone de dinero de sobra para que sus 28 millones vivan más que razonablemente bien sin necesidad de ayudas públicas. Salvo que, además de para subsidiar, el maná lo emplees para enriquecerte compulsivamente. Arabia Saudí no es ejemplo de nada, se trata de otra dictadura, pero al menos no se ve pobreza en sus calles. Tanto Chávez como su narcosucesor empobrecieron a sus conciudadanos con la vista puesta en domesticarlos con fondos públicos. La ecuación era sencilla: cuanto más pobres, más subsidiados tenían y consecuentemente más papeletas se metían en el bolsillo. La paguita era el salvoconducto para hacer con ellos lo que querían, para conducirlos al redil con la misma facilidad con la que un pastor guía a sus ovejas.

Alumno obediente del narcodictador y de su sucesor, Pablo Iglesias fue lo primero que soltó en los medios cuando, en un ejercicio de imprudencia temeraria, empezaron a darle cancha como si se tratase del mismísimo Felipe González del 82. Que, sobra decirlo, no es el caso. Como quiera que es un ignorante sideral, planteó una renta básica universal, esto es, que la cobrasen desde Amancio Ortega hasta el pobre de solemnidad, pasando por Ana Botín, Rafael del Pino o José Manuel Entrecanales. El programa de Podemos en 2014 señalaba textualmente lo siguiente en su punto 1.12: “Derecho a una renta básica de todos y cada uno de los ciudadanos por el mero hecho de serlo”.

La broma costaba 420.000 millones de euros al año, es decir, todo el Presupuesto del Estado español. Vamos, que había que multiplicar las cuentas públicas por dos y prácticamente doblar la carga impositiva a los españoles. Un disparate tan infinito como la demagogia de Iglesias y su banda. Un dislate que hubiera supuesto nuestra quiebra técnica en apenas un par de meses. Al político de los piños negros le importaba, le importa y le importará un bledo el bienestar de sus compatriotas, su anhelo no es otro que tejer una red clientelar para conquistar el poder y mantenerse en él hasta el fin de los tiempos. A sus jefes venezolanos les ha salido bien: llevan ni más ni menos que 21 años en el machito.

Ahora quiere hacer algo parecido en España sobre la falaz base de que hay “más de 2 millones de españoles en situación de pobreza severa”. Un embuste que por mucho que lo repitan goebbelsianamente mil veces nunca será verdad. Si así fuera, habría revueltas todos los días, habrían tomado La Moncloa, Génova 13 (más Moncloa que Génova 13), los robos estarían a la orden del día y los supermercados serían objeto de pillajes sistemáticos. Sea como fuere, ha conseguido una “renta mínima vital” que irá a parar a un millón de españoles. Algo similar a lo que están haciendo otros populistas como Bolsonaro en Brasil (600 reales al mes a 130 millones de personas) y Trump (3.000 dólares de una tacada).

A Pablo Iglesias lo que le importa es tejer una red clientelar para conquistar el poder y mantenerse en él hasta el fin de los tiempos

Nada tengo en contra de que se ayude a los más desfavorecidos en esta situación de emergencia nacional. Pero sí al hecho de que se regale la venta de esta iniciativa en exclusiva al pájaro Iglesias, cuyo único objetivo a partir de ahora va a ser convencer al millón de perceptores que viven mejor gracias a él y no a la solidaridad del resto de españoles. Lo suyo será coser y cantar. Cuando subsidias a alguien normalmente haces lo que quieres con él si eres un desalmado. Y en esta categoría obviamente está el vicepresidente segundo del Gobierno, que a buen seguro hará un uso obsceno de una medida tan necesaria como transitoria debería resultar.

Lo que sí es una auténtica golfada, una inmoralidad supina, es el aprobado general que Isabel Celaá pretende otorgar a sus 8,2 millones de “hijos”, es decir, a los 8,2 millones de chicos y chicas que cursan enseñanzas no universitarias. Con ello se gana al menos la simpatía eterna de esa salvajada de población que antes o después votará. Cuando se tienen 13, 14, 15, 16, 17 o 18 años te llega un sujeto o una sujeta y te dice que te va a pasar de curso por la patilla y es tu héroe. Heroína en el caso de Celaá, héroe en el caso de Sánchez. Una barbaridad en términos intelectuales toda vez que elimina de un plumazo la cultura del esfuerzo e iguala a todos por abajo. Una forma como otra cualquiera de mandar al carajo el futuro de un país.

Los socialistas saben perfectamente que estas armas funcionan con la precisión y la eficacia de un reloj suizo. No en vano, practicaron este caciquismo clientelar durante 38 años en Andalucía con el celebérrimo Plan de Empleo Rural y con esos ERE simbolizados en el robo de más de 700 millones de euros públicos. Por no olvidar esos cursos de formación que emplean los sindicatos para mantener sus elefantiásicas estructuras. A los unos, a los otros y a los de más allá les importan un comino los niños, los adolescentes o los pobres. Lo que quieren es anestesiar con parné público a una población a la que no pueden convencer con buenas artes. Claro que en esta ocasión ni todo el oro del mundo, ni todas la mentiras del universo servirán para salvar a un Gobierno culpable por acción y omisión de que España tenga más muertes por habitante que ningún país del mundo. La memoria colectiva es frágil pero no tanto.