Opinión

De ridículo en ridículo y de comisión en comisión hasta la derrota final

Si se fijan, la que se ha liado en el PP es en el fondo cosa de poca monta. Y pelín grotesco. Porque en realidad la investigación, espionaje o como lo quieran llamar a Isabel Díaz Ayuso es una no investigación porque jamás se llegó a contratar agencia de detectives alguna. Vamos, que todo quedó en coitus interruptus. Y la comisión percibida por el hermanísimo de la presidenta de Madrid nada tiene que ver con los 286.000 euros de los que hablaba Génova 13 hace semanas o Casado anteayer sino más bien con los 55.000 probados documentalmente por la Comunidad. Un dinerito pero a años luz de los 703.000 euros en ayudas que Pedro Sánchez otorgó a la compañía de sus padres, Playbol, en plena pandemia, o de los 534.000 que Ximo Puig regaló a su imputadísimo hermano Francis.

Claro que todas estas afirmaciones hay que ponerlas en barbecho porque nadie sabe a ciencia cierta qué nos deparará el destino en los próximos días, máxime cuando estamos hablando de bandos que mienten más que hablan y en los que la desinformación se emplea como arma de guerra al más puro estilo Putin, bueno, Putins de pitiminí. Ya les gustaría tener la milésima parte del talento para el mal que atesora el autócrata ruso.

Desde que tengo uso de razón periodístico siempre he mantenido que en política es peor incluso hacer el ridículo que ser un corrupto de tomo y lomo. Al menos, en la política patria. Tiempo después descubrí que, palabra arriba, palabra abajo, ese pensamiento lo había esbozado uno de los políticos más respetados y transversales del último medio siglo en España: Josep Tarradellas. “En política es pot fer tot, menys el ridícul”, apuntó en una entrevista al poco de volver del exilio al grito de esa otra frase para la historia: “¡Ja soc aquí! [¡ya estoy aquí!]”. Y lo digo sin ánimo de compararme con el primer president de la Generalitat contemporánea, un gigante ético, político, humano e intelectual, cuyo gran error fue dejar a cargo del trasatlántico a un pollo como Jordi Pujol que acabaría resultando el mayor delincuente político de Europa en términos absolutos.

Lo de Génova 13 es más propio de una película de Berlanga, de Almodóvar o de Santiago Segura. Para empezar, situar a Ángel Carromero de capo de operaciones encubiertas es lo mismo que nombrar a José Luis Torrente director general de la Policía: el camino más directo al desastre total. Encargar a un chapuzas de este porte, tonto a la hora de desayunar, a la de comer y después todo el día, la investigación de la supuesta corrupción de Isabel Díaz Ayuso es el salvoconducto infalible al apocalipsis.

Situar a Ángel Carromero de capo de operaciones encubiertas es lo mismo que nombrar a Torrente director general de la Policía

Que un fontanero largón, holgazán y fantasmón haya estado al frente de las pesquisas es para mear y no echar gota. De toda la vida de dios estas deleznables prácticas se han perpetrado a través de personajes anónimos no vinculados a la vida orgánica, por señores lobo de la vida interpuestos. Y se apoquinaban en bin ladens, que es como los malos llaman a los billetes de 500 porque se sabe que existen pero nadie los ha visto. No lo justifico, me da asco, pero si vas a delinquir, por lo menos que no te pillen. Estos tolais lo hicieron a través de una empresa pública capitalina, la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo (EMVS), e identificándose con nombre y apellidos reales. Y el detective, Julio Gutiez, personaje con pocos escrúpulos, los grabó. Además de chorizos, tontos de remate.

A Ángel Carromero, alias Carroñero, no hace falta pasarle por MV Executive Research, el mejor head hunter de Madrid, para determinar que tiene menos neuronas que una hormiga. Basta con mirarle a la cara y aplicar el sabio refranero made in Spain: “Como decía San Andrés, el que tiene cara de tonto, tonto es”. Y si escarbas un poquito te contarán que cuando se marea más de la cuenta canta La Traviata al primero que se cruza con él por la vía pública. 

Tiene bemoles, además, que la cúpula de Génova 13 se haya embarcado en este marrón de intentar espiar a un rival interno con cargo al erario público después de que les cayera la mundial en 2018 tras destapar OKDIARIO el caso Kitchen, el Watergate montado por Rajoy y Soraya en torno a Luis Bárcenas con fondos reservados. Ahora pretendían astillarlo con cargo a la EMVS, operación desmontada de manera fulminante por ese gran alcalde que es José Luis Martínez-Almeida. Y no mandaron a negociarlo con los Sherlock Holmes madrileños al primo del pueblo sino que fueron ellos mismos con nombres y apellidos reales y con la tarjeta de la EMVS por delante. En fin, una trama en la que se cometió un delito en grado de tentativa, recogido en el artículo 16 del Código Penal:

—Hay tentativa cuando el sujeto da principio a la ejecución del delito directamente por hechos exteriores, practicando todos o parte de los actos que objetivamente deberían producir el resultado y, sin embargo, éste no se produce por causas independientes de la voluntad del autor—.

Uno de los problemas que tiene Casado es que ha confiado buena parte del partido a una panda de niñatos de Nuevas Generaciones

No hace falta ser Gonzalo Rodríguez-Mourullo, José Antonio Choclán, Emilio Zegrí o Cristóbal Martell, los Cristiano Ronaldo y Leo Messi del Derecho Penal, para determinar que este epígrafe viene que ni pintado para describir lo que aconteció con la Empresa Municipal de la Vivienda: intentaron delinquir malversando caudales públicos pero si finalmente no lo hicieron fue porque el detective dijo “no” cuando le plantearon entrar en el 347 de Hacienda de la empresa del amiguete del pueblo de los Díaz Ayuso, Priviet Sportive, y en la Renta y en las cuentas bancarias del hermanísimo Tomás. José Luis Torrente se avergonzaría de estos émulos por chuscos y pringaos.

Ése es uno de los problemas que tiene Pablo Casado, que ha confiado buena parte del partido y muy especialmente las tareas sucias a una panda de niñatos de Nuevas Generaciones cuyo historial académico se reduce a una hoja en blanco y cuya praxis está a la altura de la de un ladrón de ésos a los que se le cae el DNI cuando hacen un butrón en un banco o cuando dan un palo en una vivienda en pleno mes de agosto. Para triunfar en la vida, ya sea haciendo el bien o practicando el mal, es condición sine qua non ser un poquito avispado. Encargar una mangancia así a un tío cortito es garantía de que todo dios acabará enmarronado. Porque, además, lo primero que hace esta chusma cuando vienen mal dadas es delatar a los de arriba.

Y lo de Isabel Díaz Ayuso, la política que ha devuelto la ilusión al centroderecha, es para hacérselo mirar. Permitir que un familiar, por mucho que le quieras, te destroce la carrera política por una comisión de mierda es un despropósito nivel dios, por muy legal que sea. Si es cierto que Tomás Díaz Ayuso ha cobrado sólo 55.000 euros, sería bueno que la presidenta se autoflagelase. Si te mojas permitiendo que tu único hermano participe en un contrato público de la Comunidad de Madrid, que al menos sea por una cifra de seis o siete ceros. Y lo afirma alguien a quien le producen arcadas este tipo de conflicto de intereses en la empresa privada y no digamos ya en instituciones públicas. Yo soy Ayuso y o bien le prohíbo a mi hermano que se acerque a menos de cinco kilómetros de cualquier edificio de la Comunidad de Madrid o, si lo hace, le arranco la cabeza. Y si te la cuela, lo paras inmediatamente cuando te enteras. El apellido Díaz Ayuso, que no es un mucho más común González Fernández, es como para que hubieran saltado todas las alarmas habidas y por haber. Cierto es que Tomás, un personaje anónimo, buena gente y currante, lleva 25 años trabajando en el sector sanitario. Tanto como que el hermano de la Cesarina no sólo ha de ser honrado sino que, además, ha de parecerlo.

Veremos si ese barco llamado Génova 13, que se nos antojaba indestructible, resiste a flote tras las gigantescas vías de agua abiertas

El problema es que estas cutres pillerías van camino de llevarse por delante el partido más importante de la derecha en democracia. Todo esto se hubiera evitado si el uno y la otra nos hubieran hecho caso cuando les avisamos que había que parar porque llegaría el día en que estuvieran en una situación de no retorno. Y esa jornada ha llegado, vaya si ha llegado. Enfilo la recta final de esta columna con la metáfora de los kamikazes, esa unidad área especial de la Armada nipona que se estrellaban a bordo de sus Zero contra los barcos estadounidenses que dominaban el Pacífico. Esta analogía viene que ni pintada al caso. Casado y Díaz Ayuso actúan como los militares a las órdenes del almirante Takijiro Onishi: matando al rival pero a costa de su vida. García Egea ha iniciado la balacera sobra la otra desde el buque insignia, Isabel se ha lanzado sobre él y sobre Casado con su caza y ha conseguido eliminar a los adversarios pero a costa de inmolarse ella misma. El inconveniente añadido es que no han saltado por los aires en el portaaviones del enemigo sino en el propio. Y encima haciendo el ridículo que, como apuntaba al principio, es lo último que hay que hacer en política.

Veremos si ese barco llamado Génova 13, que se nos antojaba indestructible, resiste a flote tras las gigantescas vías de agua abiertas por sus grandes almirantes. La encuesta de OKDIARIO publicada anoche es elocuente: hay sorpasso de Vox, por milímetros, pero lo hay, cuando antes de iniciarse este masoquista fratricidio Casado ganaba de largo con 133 escaños, 50 más que ahora. El uno y la otra olvidaron que el portaaviones era el bien superior y que el enemigo a batir se llama Pedro Sánchez. Un tiranozuelo que ha pactado con ETA, con los machacas de Maduro y con quienes dieron un golpe de Estado hace cuatro años, que ha hundido la economía, que está balcanizando España, que nos fríe a impuestos, que ha puesto la luz por las nubes, que restringe derechos civiles y que es un psicópata a nivel subclínico, amén de un mentiroso compulsivo. Así han acabado o van a acabar salvo que fumen la pipa de la paz cagando leches. Y no será porque algunos no les pedimos que pararan pública, privada y, sobre todo, insistentemente.