Opinión

¿A quién le importa la Ley de Amnistía?

Desde luego a los que toman cafelito en un bar de Triana no parece que mucho. Ni a los que reúnen de la Cofradía de pescadores de Celeiro. Y me atrevo a decir, que tampoco a los que cada mañana compran o venden en el Mercado de la Boquería de Barcelona. Interesa únicamente a los que tienen que sacar adelante ese sudoku indescifrable de las necesidades compartidas entre Sánchez y Puigdemont. Aunque también me atrevo a decir que ni a uno ni a otro, ni a sus diferentes huestes, les importa en realidad la Ley de Amnistía. Es simple moneda de la supervivencia.

En España hay dos actividades que son especialmente fatigosas. Una, ser analista político en tiempos de Pedro Sánchez. Otra, ser el propio Sánchez ejecutando de manera agónica su manual de resistencia. Los analistas, porque no son capaces de adivinar el futuro, ni un oráculo podría, que para eso se les paga, y Sánchez, porque a fuerza de regatearse a sí mismo, acabará hablando en catalán en San Jerónimo como penúltima exigencia de Waterloo. El sainete parlamentario de una ley que se escolla porque obedece a lo inviable, seguramente será desatascado después de las elecciones gallegas, dado que la ley estampada en el BOE no va a servir para nada.

La impunidad pretendida por Junts es un imposible metafísico, no sólo legal, salvo que se le quiera hacer una ley personal que declare la inviolabilidad penal de toda persona ligada al independentismo catalán en cualquier momento de la historia, antes o después del 1-O. Incluso por encima cualquier instrucción penal, o cualquier judicial de cualquier tiempo, las que además deberán ser censuradas, deslegitimadas, si tienen la osadía de rozar siquiera ese sagrado ámbito de la llamada «Política Catalana». Si no, prevaricación y lawfare.

Hace mucho tiempo que no nos movemos en esto de la amnistía en un territorio jurídico, y las creaciones del derecho como las tipologías del terrorismo, sólo son trampantojos de la verdadera cuestión. Para Sánchez, saltar una valla más de la carrera de obstáculos que es para ese político el ejercicio del poder. Y para el conglomerado indepe, la desestabilización permanente hacia la autodeterminación.

Las facturas que haya que pagar el día de mañana en términos del socavón en los cimientos del Estado de Derecho, la credibilidad de las instituciones, la buena praxis parlamentaria, o la técnica legislativa apropiada son cuestiones menores para los audaces. Pero como ya se sabe desde Roma, el único antídoto es la astucia. La que por cierto escasea en gran parte de nuestra política.