¡Que vendan entradas!
¿Quién es causa de tantos males?
Rubiales.
¿Sabe qué suerte le cabe?
¡Qué sabe!
¿Y qué le impulsa a seguir?
Mentir.
¿Dijo mentir o dimitir?
Mentir e insultar si cabe,
que en el fútbol dirige la nave,
uno que sabe mentir.
¿Quién importunó a Hermoso?
Un baboso.
Grandes virtudes arroba.
¡Coba!
Se aprovecha del mundo entero.
¡Por dinero!
Entonces con más esmero.
Apúrate presto a dimitir,
que no os tengan que decir,
menos coba, embustero.
Hace un año escribí que el problema de Luis Rubiales es que no entendía lo que había de malo en sus gravísimas actuaciones, en las que coincidían presuntas formas de corrupción. Y ese sigue siendo el problema, que no diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal.
Evidentemente, alguien así es un peligro público. Y aún peor en cuanto más eufórico y desinhibido se siente, porque esta mezcla de Torrente, Otilio y Benny Hill tiene tan enorme capacidad de destrucción que puede alcanzar a quien no tiene intención de hacerlo y que, además, no consigue alejarse él mismo del epicentro de los terremotos que provoca.
No obstante, siendo inaceptable su falta de ética, lo es más su completa falta de estética, a la que hay que culpabilizar de su repulsiva puesta en escena: gestualidad, lenguaje, tono de voz… en fin, chabacanería.
Por no hablar de la costumbre de ir en chándal a todos los sitios, como si fuera él quien se va a poner a correr detrás de la pelota. Hombre Rubi, que ahora no eres ni el central, ni el entrenador, ni siquiera el utillero, que ahora eres presidente de la cosa. Que lo tuyo es como si el dueño del circo fuera vestido de trapecista o de payaso.
Pero con todo eso, quizá hubiera podido sobrevivir a la deflagración si hubiera entendido desde el principio el callo que había pisado. Al contrario, con la arrogancia y el engreimiento de quien manda y gana más de lo que sus capacidades merecen, no tuvo la humildad y la inteligencia de reconocer su enorme resbalón y agravó la situación al mentir e insultar, y al tratarnos a todos como si fuéramos tontos.
Aunque tal vez ya no había solución. El gobierno y el feminismo progre y radical ya habían hecho presa; no iban a dejar pasar la oportunidad de tapar otras cosas y de ponerse unas cuantas medallas, y por eso desde el principio apuntaron a suspender, a inhabilitar, a cancelar… Y no solo a él, sino a cualquiera que hiciera un mínimo guiño para defenderle.
Porque además ni Rubiales ni ese fútbol de siempre, al que consideran más machista que masculino, son de los suyos. Gestos y actitudes indubitadamente machistas por parte de ellos mismos no dan lugar a la mínima crítica (¿Cuántas tan graves como esta le hemos visto y oído al machirulo Iglesias?), pero no olvidemos que son ellos quienes deciden que es lo que no se puede hacer, cuando no se puede hacer y quienes no lo pueden hacer.
En estos mismos días estamos viendo nuevas y terribles consecuencias de la Ley del sólo sí es sí, y por ahí anda tan ufana su inspiradora Montero y toda su claque encarnizando a Rubiales, al fútbol, a la derecha y a los jueces machistas y fascistas.
Por eso, con lo que va ocurriendo en Madrid, en la sede de la RFEF o en Motril esto ya ha adquirido todas las características de la parodia dramática. Una astracanada que, como la divertidísima obra de Muñoz-Seca, puede terminar en la venganza de un personaje que es tan atroz y atrabiliario como el propio don Mendo.
Juro, por mi orgullo y los reales,
que en los siglos sus anales
habrán de mí una enseñanza
pues dejará perduranza0
la venganza de Rubiales.
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