¿Qué hace el PP?
El gentío mayoritariamente de centroderecha ni siquiera se hace esta reflexión en forma de pregunta, sencillamente duda de que el PP esté haciendo, dicho a lo vulgar, «algo». Existen dos razones que explican esta posición: la primera, la propaganda abusiva y asfixiante del sanchismo que ha logrado imponer la idea de que Feijóo es un indigente político de valía más que discutible y que el Partido Popular no atesora un proyecto para España y, además -y éste el segundo motivo-, carece absolutamente de sentido de Estado.
Es ésta una imputación que repiten cerrilmente desde el desdichado Pachi López hasta el jefe del claque parlamentario, Simancas, el hombre que tiene más odio recogido en su pecho desde que era pequeñito a todo lo que signifique genéricamente la «derecha». Por más que esté acreditado que Sánchez y sus feriados (los contados y todos los demás) están permanentemente ocupados en destruir el Estado al que tanto celebran, el personal ya ha comprado su pérfida avería; ellos ni siquiera necesitan defenderse a bocados, ellos atacan sin importarles una higa la verdad o la decencia.
Los españoles, en consecuencia, atienden menos a las inmensas fechorías del felón Sánchez que a la amargura de no hallar en el partido que, en todo caso votan, una ilusión colectiva y personal para derrotar a la cuadra que pastorea Sánchez. De aquí se deriva otra de las preguntas incluso de cariz más demoledor: «¿Qué se puede hacer para expulsar a este «tío» (lo dicen así) del poder?». Lo curioso es que los mismos que formulan esta interrogante contestan con pesar: «Nada». Y es que también, dígase lo que se diga en contra, ha cuajado en el público esta especie demoledora: Sánchez, modo Maduro o Putin, es un sujeto al que no basta con batirle en las urnas, algo que ha demostrado fehacientemente presentándose como ganador de las últimas elecciones generales en las que -¿alguien lo recuerda?- perdió con claridad. Él, como aquel estúpido Joe Rígoli que obnubiló a España en los ochenta con el insoportable «yo sigo», proclama en cuanto la ocasión lo propicia, que va a mandar, en el peor de los casos, tres años más, algo que, él lo sabe, produce un doble efecto en los oyentes: la indignación y la resignación, cosa ésta que es precisamente la que él pretende deducir.
No entra el gentío a analizar los demoledores estragos que Sánchez está causando en la arquitectura institucional de España. Se queda el gentío en la conciencia de esta tremenda desolación; hágase lo que se haga, por mayor que sea su traición, por más que el interfecto se fugue de España mientras su familia supura corrupción, Pedro Sánchez Pérez-Castejón va a continuar pese a quien pese, incluidos muchos socialistas territoriales que ya manifiestan sin ambigüedad su oposición al secretario general de su partido.
En noviembre tiene convocado un Congreso Federal para ejecutar una purga soviética: todos juntos en unión defendiendo la bandera basurera del patrón. Esta postura encierra un petardo explosivo: el PP -aseguran los fans del amo cursi- no hace nada nada porque, ni sabe, ni tiene nada que hacer. Así de claro. Los españoles opuestos al sanchismo totalitario ya han entregado (hay que denunciarlo muy a menudo) la cuchara de la resignación: «Aquí -se conduelen- está todo el pescado vendido». En el fondo y en la forma lo que transpiran es un horror postrado a la certeza de que este sujeto se va a eternizar en el machito.
La verdad objetiva es que el PP -esto no tiene demasiada discusión- no está cruzado de brazos. Ahora, como episodio inmediato, espera la comparecencia del presidente en el Congreso el 9 de octubre, para ponerle la cara colorada, pero eso no resultará suficiente para que los directivos del Partido Popular acrediten que no están precisamente quietos, que en cada sesión parlamentaria incrementan la dureza de sus discursos en las dos cámaras, gracias fundamentalmente a que en la Baja se ha asentado, parece que definitivamente, Cuca Gamarra, cada día más eficaz, que el antipático y poco agradecido Tellado está encontrando su papel como portavoz, y que un ramillete de mujeres diputadas no descansan en confrontarse sin piedad con sus oponentes del PSOE.
Pero los controles parlamentarios se quedan cortos y la gran variedad de iniciativas con, por ejemplo, la Educación, menos la Sanidad, y sobre todo la ingente tarea de reconstruir un país que Sánchez deja ya en estado de desolación, quedan decoloradas en medios presuntamente afines a la ideología conservadora y liberal, y absolutamente desechadas en los directamente dependientes de la factoría sanchista.
Así las cosas: ¿qué se puede hacer? ¿qué haría mejor al PP? Desde luego reforzar su aparato de comunicación casi siempre a rebufo de las provocaciones socialistas, sin ir más lejos en el conflicto con el sanguinario Maduro. El gentío está empeñado en que se le movilice: «Que nos echen a la calle», decía gráficamente este verano un médico de Santander. ¿Está en eso el PP? Pues, por lo sabido, por ahora no.
«A la cosa – reconocía al cronista gráficamente una dirigente de Feijóo- le falta un poco de caldo de cultivo». Personalmente el cronista es incapaz de medir cuando la visible irritación general llegará a los grados que exige el Partido Popular para retar a Sánchez con un total desafío en la calle. No valen a este respecto los recuerdos de la izquierda; ésta ocupa la ciudad con razón o sin ella y siempre que la derecha está en el poder ¿o es que alguien tiene memoria de alguna algarada de los sindicatos lanares contra Zapatero o ahora Sánchez? «¿Qué puede hacer el PP?», se pregunta media parte del país. Pues la única respuesta es ésta: primero, certificar que es una alternativa aunque el Gobierno lo niegue; segundo, implorar a los tribunales que no cejen en su labor de poner a estos perdularios lejos de la caja común que manejan como si fuera suya; tercero, articular una estrategia de convivencia, no de confusión, con los partidos del ultraísmo; cuarta, entender que cualquier bobalicón entendimiento con los aprovechategui del PNV o los iluminados de Junts es una pérdida de tiempo; y quinto, tratar mejor a los votantes a los que el PP margina y olvida salvo cuando suenan las campanas de las urnas. Y lo fundamental para Feijóo: despojar a su partido de la rémora de inanes que no le hacen favor alguno.
Tienen nombres y apellidos, si se ponen aún más tontos -que ya es difícil- los damos.
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