A Putin no se le parará con tuits
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Ya sé que es corriente empezar todo artículo sobre el realismo en política exterior citando a Kissinger… pero es que no queda remedio. No sólo por su sabiduría y experiencia, sino también por sus fracasos y aciertos. Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon, comparte con su jefe la catastrófica derrota en Vietnam del Sur y la estrategia de usar a la China roja como cuña contra la URSS.
Se llama realismo, pero en realidad deberíamos hablar de realidad, porque, a fin de cuentas, los presidentes, los ministros y los expertos pasan tanto tiempo en despachos, aviones y restaurantes y, encima, hablando entre ellos que terminan viviendo en un mundo irreal.
Y la realidad es que la paz en Ucrania se va a hacer. Porque en la campaña electoral lo prometió Donald Trump, cuyo país es el principal sostenedor del esfuerzo de guerra ucraniano. El quid sobre el que habría que discutir es si se tratará de una paz o tregua. A las naciones europeas les toca aceptar esa realidad y adaptarse a ella, no patalear.
Como en una película sobre la crisis de los misiles en Cuba o el asesinato de una amante del presidente, el último día de febrero el mundo asistió a una discusión televisada en el Despacho Oval entre Donald Trump, JD Vance y Volodímir Zelenski. Sin duda también se contempló en el Kremlin, que ha vuelto a ser el palacio del Mal, como en los tiempos de la estrella roja. La única excepción en este giro de 360 grados son algunas eternas estrellas de la opinión pública, quienes hace cuarenta años aplaudían a los tiranos comunistas y ahora arremeten contra el ocupante de la fortaleza, aunque éste ya no pretende extender el comunismo, sino “restaurar la grandeza de Rusia”.
La rueda de prensa de la Casa Blanca iba a ser el marco para la firma del acuerdo que incluía la explotación por Estados Unidos de los minerales de tierras raras en Ucrania como parte de la inminente paz. Pero se convirtió, en gran parte por culpa de Zelenski (¿de manera voluntaria o involuntaria?), en un enfrentamiento entre el líder de un país invadido y el líder del país protector de éste.
En las horas siguientes, los políticos europeos compitieron por enviar mensajes de apoyo a Zelenski por X y otras redes sociales, que en varios casos eran idénticos (“Be strong, be brave, be fearless. You are never alone, dear president Zelenski”), como si Ursula von der Leyen, Roberta Metsola, António Acosta, Manfred Weber y otros compartieran el mismo community manager, estuvieran en el mismo grupo de WhatsApp o participaran de la misma campaña de propaganda. ¡Qué sospechosa es la unanimidad!
Algunos han caído en el ridículo, como el primer ministro de Luxemburgo, Luc Frieden, que posteó: “Luxemburgo está con Ucrania. Está luchando por su libertad y por un orden internacional basado en normas”. Se le recordó en X que el gran ducado tiene un ejército inferior al millar de militares.
Este domingo, día 2, se reunieron en Londres docena y media de dirigentes europeos, con Zelenski como invitado, para precisar su respaldo a Ucrania y comprometerse a elaborar un plan de paz. Sorprende esa pretensión cuando la mayoría de ellos, incluido Pedro Sánchez, no dedican ni el 2% de su PIB a defensa, como ya reclamaron Barack Obama y Trump hace años en sendas cumbres de la OTAN.
A esa reunión, junto a Sánchez (cuyo socio de Gobierno, Sumar, más otros partidos de su bloque de investidura, como el PNV, Bildu y ERC, se oponen a aumentar la inversión militar), también asistió el liberal holandés Mark Rutte, colocado hace unos meses como secretario general de la OTAN.
Según sus palabras, había hablado con Zelenski dos veces después del espectáculo de la Casa Blanca, para pedirle que “tenemos que respetar lo que Trump ha hecho hasta ahora por Ucrania” y recomendarle que “debe encontrar una forma de recomponer su relación” con el presidente de Estados Unidos. Por fin, una voz que reconoce la realidad y propone adaptarse a ella.
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes dan la impresión de creerse su propaganda o su videojuego favorito. ¿De verdad Starmer, Sánchez, Scholz y Macron pretenden parar en las llanuras ucranianas a Putin, por maltrecho que esté su ejército después de tres años de guerra, cuando no controlan sus propias fronteras ni pueden imponer a los gobiernos africanos el control de la inmigración ilegal?
Aferrados al altavoz propagandístico encontramos a los mismos creadores de opinión del bando neocón que promovieron la invasión de Irak, el derrocamiento de Gadafi en Libia y la intervención en la guerra civil de Siria con la excusa de que traerían paz y democracia a Oriente Próximo. Ahora claman contra cualquier acuerdo de paz en Ucrania y piden más guerra. Y el silencio de las masas izquierdistas y cristianas que abarrotaron las calles de las ciudades del mundo en vísperas de la invasión de Irak de 2003 induce a pensar que se han convertido al belicismo o bien aprueban las muertes ajenas por desconocidos intereses.
Parece buscarse en Europa la unanimidad social y el paso siguiente que tememos es la censura y la persecución de los disidentes de esta sagrada unión contra la Rusia amenazante. Hace menos de cinco años también padecimos un acoso despiadado por parte de los poderosos y sus portavoces mediáticos contra quienes dudaban de las versiones oficiales sobre el covid o rehusaban vacunarse.
Lo subrayamos de nuevo: la paz se hará, a pesar de todas los aspavientos y palabrerías europeos. En consecuencia, la actitud de los líderes europeos debería consistir en:
1) Reconocer su insignificancia internacional.
2) Tratar de solucionarla mediante una nueva política común que busque un rearme (o una soberanía, si desagrada la palabra anterior) militar, industrial, energético y demográfico.
3) Defender garantías para la independencia de Ucrania, a cambio de la neutralidad del país, que es la exigencia rusa.
Porque, y este es otro elemento de esa realidad, ¿cuántos europeos van a sacrificarse por defender el Pacto Verde o los Gobiernos que encarcelan a ciudadanos por difundir memes?