Opinión

Puigdemont se ha ganado un psiquiátrico

La firmeza de Felipe VI, el ímpetu de los jueces y la credibilidad de Arrimadas sellaron 2017. Año duro en que varios golpistas del prosés —no todos, por desgracia— fueron enviados a chupar rejas. 2018 trajo las nieves, año de bienes propicio para encerrar en un zoológico a los sediciosos que aún andan a la fuga, cuyo único fin es seguir denigrando a España al son de una cansina sardana que entona desde Bruselas el ex president zumbaó, más conocido por la fregona Puigdemont.

¡Ya está bien de cachondearse de la gente que no piensa como él! Semejante golfo-marrullero ha tomado la Constitución española y el Estatut catalán como si fueran juguetes infantiles. A una y otro los toma por pasteles de plastilina casera que puede moldear a placer, según sus antojos. Entre vapores de mejillones e idólatras que le visitan con nuestros dineros, dicho inmaduro ha adquirido la forma de un Harry Potter paranoico que se ha auto-exiliado en Flandes. ¡Menudo boludo!

¿Hasta cuándo tendremos que aguantar al zumbaó? ¿Por qué no le arrastran las palas de un quitanieves y lo depositan en cualquier psiquiátrico especializado en tarados de largo recorrido? La paz que obtendría el desdichado con tal rescate sería beneficiosa para él y para nuestra sociedad. La esquizofrenia, como abstracción, no existe, lo sabemos, pero existen individuos con síntomas mentales preocupantes. Basta observar a Puigdemont, cobarde que pretende convertirse en un holograma.

Su paranoia consiste en querer ser el president eterno de Cataluña. En cuanto nos libremos del imbécil, cuyo ego se ha transformado en una epopeya virtual, los españoles que habitan y trabajan en el nordeste de la península ibérica podrán volver a considerarse lo que son: seres humanos y españoles a mucha honra. Aunque nada será posible hasta que internemos a la fregona Puigdemont en un zoológico. Por no decir en un psiquiátrico apto para recibir a tipos completamente enloquecidos.