Opinión

PSOE, el gran partido de la corrupción

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Conocí al doctor Joaquín Mouriz, doctor en Medicina formado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, hace algunos años. Era hijo de un farmacéutico erudito, propietario de una reputada botica en el Madrid de los años 30. No sólo era socialista, sino que a su modo, se movía como un agitador de izquierda que recibía en la trastienda de su establecimiento a lo más granado del socialismo nacional, Besteiro y Fernando de los Rios, incluidos. Mouriz Sr. era inmoderado, me decía su hijo, con los comportamientos irregulares incluso de sus correligionarios y esta actitud la heredó su descendiente, el internista Joaquín Mouriz, de carácter ácido que él justificaba porque no toleraba ni la mediocridad, ni la abulia, ni la estupidez.

Mouriz heredó estas conductas de su progenitor junto con otra dádiva más valiosa: la cumplida relación de corrupciones que él había detectado en el PSOE de Largo Caballero y en menor medida del entorno de Prieto y que él juzgaba incompatibles con la militancia, incluso intelectual, en ese partido. El cronista tuvo la suerte de conocer, pues, de primera mano, aquellas denuncias que se concretaron en su momento en una decisión: cerrar la rebotica para no contaminarse -me aclaró Joaquín Mouriz- «con esa ralea de arrebatacapas que han convertido al PSOE en un putiferio indigesto». Literal.

He recordado estas confesiones de los Mouriz en esta semana en que se ha descubierto la enésima golfería (esto no ha hecho más que empezar) de un partido que, con toda la desvergüenza del mundo, se ha venido atribuyendo más de cien años de honradez. Otra información sensible y muy al cabo de lo que está ocurriendo en estos días. Este cronista tiene amistad verdadera con la hija de una de las personas que, por encargo directo del Gobierno del Frente Popular cuando ya estaba en extinción, acopió los tesoros del Banco de España (los propios y los que habían sido confiscados) para enviarlos unos a la Unión Soviética, el llamado «Oro de Moscú», y otros básicamente a México en el famoso buque Vita que surcó el océano y llegó a las costas de aquel país donde fue festivamente recibido por estrechos colaboradores de Indalecio Prieto.

Aquel saqueo valió para ganarse las simpatías del presidente Cárdenas y nadie hizo ascos a una mercancía muy directamente hurtada al pueblo español. La hija de este funcionario, que pagó en la cárcel de Franco su trabajo en este menester, suele confesar con toda claridad: «A los que se lo llevaron Franco no les hizo nada, a los pobres porteadores les metió en prisión». Esto es así, aunque algún historiador revenido de la dictadura mantenga la teoría de que el Vita fue simplemente un pago a la democracia republicana de España. Vale.

Hace también años, cuando en los ochenta y noventa del siglo pasado el PSOE no dejó institución alguna por corromper, un grupo de periodistas hablamos -lo cual a la sazón era prácticamente imposible- con el presidente del Gobierno, Felipe González quien, sin inmutarse, nos declaró: «Yo nunca he sabido nada de lo que ha ocurrido». Se refería a la inmensa corrupción de su partido. Pues bien, eso podría suceder un jueves (el cronista guarda los apuntes) y no más lejos de cuatro días después, el mismo grupo se reunió con el golfo más oficial del Gobierno socialista, Luis Roldán, que aún denunciado, seguía en su puesto mientras organizaba su huida con la pasta, a la medida de un ratero, fuera de España. Nos dijo Roldán: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, aquí a todos se les ha ido la mano». El tipo estaba en lo cierto: la corrupción no había dejado títere con cabeza por supuesto en la Guardia Civil, en el Boletín Oficial de Estado, Filesa Malesa y Time Sport, en el hermano de Alfonso Guerra y hasta, ¡fíjense! En la propia Cruz Roja.

Un auténtico festín que en aquel tiempo tuvo la misma respuesta por parte de los responsables gubernamentales que ahora ha tenido las de Sánchez, Ábalos y toda la ralea que rodea a ambos: «¡Qué bochorno -han venido a decir- yo no sabía nada!». O sea, la misma réplica que Sánchez y sus miles de asesores se inventaron cuando Tito Berni, un diputado de mano y fornicación larga, fue descubierto con sobornos varios y adjudicaciones cobradas. El Tito ha sido el antecedente más cercano de este caradura de Koldo García, el mamporrero de Ábalos que se forró durante la pandemia mediando y cobrando comisiones ilegales con las mascarillas de la Covid.

No habrá español, sobre todo madrileño, que no recuerde el acoso y derribo a que fue sometida la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a cuenta de una actuación de su hermano Tomás que ya está archivada para siempre en España y en Europa. Sánchez y sus amanuenses le montaron a Ayuso una campaña de desprestigio en la que contaron, además, con la estupidez de un par de dirigentes, entonces, del PP, que atizaron a la presidenta sólo en función de que ésta les había comido merienda política.

Ahora la corrupción, al más viejo estilo del socialismo imperante, ha vuelto a retrotraernos a los tiempos en que España, según declaraba por entonces el ministro Solchaga, «el es país donde se gana más y más rápido dinero». Así de fácil. El tal Koldo García, un animal de discoteca reclutado por Ábalos tanto para darle escolta, para hacer trampas con los apoyos partidistas a Sánchez, y para, esto es lo que se está viendo ahora, para regar probablemente el PSOE de dinero público sisado, es sólo un espécimen que retrata exactamente a un partido que acusa a los demás de sufrir con una pajita en el ojo derecho, naturalmente derecho, mientras tiene una viga de hormigón en el ojo naturalmente izquierdo.

Este es el partido más corrupto de España; las cerdadas del PP, que han sido unas cuantas, son incomparables en cantidad y calidad a todas las que hemos recogido, quedándonos cortos como nos hemos quedado. ¿Puede afirmar Ábalos, el ministro más hosco (junto con el pequeño Bolaños) que haya ignorado siempre las fechorías de su apoderado y mano de derecha, que no sabía nada de los pisos que se compraba el desalmado Koldo con el dinero de sus comisiones? Como diría, y dice, un castizo: «¡Vamos anda!» Tito Berni y Koldo son la última excrecencia que mana del torrente de corrupción que siempre ha transitado por el Partido Socialista. Ahora el jefe de la mafia se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Ya lo verán.