Opinión

El PSOE encubre el 23-F, ¿por qué?

Y ustedes se preguntarán: ¿a qué viene esto? Aquí va la explicación. En muy pocos días, el PSOE de Sánchez va a intentar pasar por el fielato del Parlamento dos leyes de las que “hacen nuevo régimen”, de las que integran esa obsesión de Sánchez de realizar “ingeniería social y política”  para que España, como adelantó hace años el ahora converso Alfonso Guerra: “No la conozca ni la madre que parió”. Una de estas leyes es una vuelta de tuerca a la que consiguió introducir con calzador Zapatero: la Ley de Memoria Histórica y que, en su nueva versión, se centra no ya en perseguir la apología del franquismo y a sus seguidores, que son muy pocos, muy nostálgicos y muy inofensivos; no, no se conforma con eso, lo nuevo es que cualquiera que mencione al extinto general de forma siquiera neutral tendrá el mismo tratamiento que, por ejemplo, los miles de entusiastas de la banda criminal ETA. El mismo. Tanto que, si se pasa un pelín, dará con sus huesos en el trullo. Eso, por lo que se refiere a la tal Memoria, cuyo proyecto estará en las Cortes de la Nación el próximo día 8.

Pero, a lo que vamos. Al tiempo de este nuevo bodrio destinado a partir en dos, más de lo que ya lo está, la sociedad española, el Gobierno de este psicópata (lo dicen los psiquiatras, no el cronista) se dispone a revisar ampliamente, dar un giro copernicano, a otra ley: la de Secretos Oficiales que es verdaderamente añeja, la verdad, data nada menos que de 1968. Nada que oponer a este propósito… si no fuera porque el proyecto empieza por descubrir algunos secretos desde 1978 a hasta casi la fecha, pero se olvida, con toda consciencia, del que mayores incógnitas encierra desde la Transición hasta este 2021: el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 protagonizado por Miláns, Armada y el espadón Tejero. Y, claro, hay que preguntarse: ¿qué interés tiene el PSOE en seguir guardando los papeles, se supone que muchos y jugosos, de aquella intentona involucionista? ¿Por qué no incluye aquel penoso y brutal acontecimiento entre los misterios históricos que convendría o desvelar definitivamente o siquiera aclarar un poco más de lo que lo están todavía, que es en realidad muy poco?

Pues ofrezco tres pistas que pueden explicar el intento encubridor del Gobierno de Sánchez. Nada sabemos todavía, salvo su sola mención, del informe que uno de los golpistas, el general Armada, entregó en mano al político encargado por el PSOE en la oposición de entenderse con los militares. Aquel informe que el después ministro de Justicia, Enrique Múgica, se apresuró a llevar a los dominios de su líder, Felipe González, incluía, según revelaciones posteriores, dos perlas cultivadas: la enorme inquietud habida en los cuarteles por la que entonces se denominaba “desmembramiento de España”, y la solución un tanto mal preconizada por el general, que no era otra que la sustitución de Adolfo Suárez por un “Gobierno de gestión”.

Según confesión posterior del propio Suárez al llorado Pepe Oneto y a mí mismo, González nunca le hizo partícipe de ese informe; es más, en una ocasión, un mes antes del golpe, Suárez, tras despachar con el Rey en el Palacio de Zarzuela y hallarle ciertamente preocupado por la situación, “voló” (verbo utilizado entonces expresamente por él) al Congreso de los Diputados, donde permanecía Felipe González, y le comunicó literalmente, según nos transmitió: “No quiero terminar como mi antecesor (Carlos Arias, según Suárez “borboneado” por el Rey). Así que si se hace algo tendrá que ser por la vía estrictamente parlamentaria”. “¿Qué le contestó Felipe?” le preguntamos a coro Oneto y yo mismo. Respuesta textual: “Nada: miró al techo y fumó”. Esa fecha de la mencionada entrevista coincidía exactamente con la reunión de Lérida en que Armada entregó el citado informe a su interlocutor socialista.

Contaré otro sucedido: tres años después del golpe, Emilio Romero, pájaro de todos los regímenes posibles, impartió una conferencia en el Club de Campo de Torrelodones donde este cronista le había convocado. A su término Romero, que presumía, e incluso a veces era cierto, de poseer la mejor información de todo lo que sucedía en el país, me susurró: “Pocos se meten conmigo porque de muchos tengo noticias comprometedoras” y añadió: “Te dejo que le eches una rápida ojeada a este papel que siempre llevo encima, no se me vaya a perder”. El “papel” era una fotocopia, ya bastante borrosa esa es la verdad, que, según el antiguo director del diario sindical Pueblo, era la transcripción del “Gobierno de gestión” que llevaba Armada para presentar ante el Congreso secuestrado. En la relación figuraban tres hipotéticos ministros socialistas, uno de ellos continúa felizmente vivo. Había un nombre tachado: supuse que se trataba del propio Emilio Romero.

No cabe duda de que aquel “papel” forma parte de los reservados que guarda el Estado, de los secretos que quizá podrían aclarar la incógnita “trama civil” de aquel absurdo y casi sangriento golpe de Estado. No es que sea indignante, es que resulta intolerable que este PSOE tan transparente (en realidad, oscurantista y sectario) se olvide de la obligación que tiene con los españoles de presentarles elementos que conforman su auténtica Historia, incluida la más reciente. ¿Por qué pretende Sánchez, ocultar el episodio crucial del 23 de febrero de 1981? Terminaré así: don Carlos Seco Serrano, un enorme historiador especialista en la edad contemporánea, escribió en 1994 un libro titulado: Al correr de los días. Crónica de la Transición. Dejó sugerido un desafío: hasta que no se desvelen los secretos de la involución -vino a decir- no sabremos qué ocurrió aquel día. Se refería obviamente al 23 de febrero de 1981. Sánchez y su PSOE tenebroso lo siguen impidiendo. Digo que por algo será.